Salvemos a
los pandas gigantes, que las moscas ratas y cucarachas se salvan solas….
Como primera medida, quisiera hacer una
declaración, me enferman los ecologistas.
Tendría que expresar unas palabras
sobre ambiente y ecología pero es difícil encontrar puntos de contacto entre
las preocupaciones de algunos temerosos influenciables, y sus efectos sobre la
superficie del globo terráqueo. Efectos reales, personales, diferenciables.
Pero mantienen su vista en un horizonte de futuro calentamiento global y
posibles catástrofes ambientales, cuando el futuro llego, hace rato, y siguió
de largo mientras miraban las noticias.
Tan posible como dificultoso para
cualquiera, se puede, sin dudas, monitorear las consecuencias de nuestras más
pequeñas interacciones con el planeta, y cotejarlas con nuestros propios
enunciados. En este sentido, me cae mucho mejor la gente que
ostentosamente no le importa nada, y con una sola risotada tiran la batería
vieja de su teléfono al arroyo.
Desfilan a veces las lujosas camionetas que tiran basura en mi casa, en la costa, llenando el barrio de pedazos de nailon voladores, moscas, ratas, vidrios afilados, plástico y malos olores. Casi todas tienen la calcomanía de “Save The Wales” porque ni el idioma merecemos.
Algunos incluso deben debitar periódicamente de
su cuenta, los cinco pesos para asegurar la permanencia de esos hermosos
cetáceos. Pero yo que conocí el barco insignia de Greenpeace y su lujo desmedido,
soy testigo de que los residuos de esa vida caprichosa son arrojados sin
miramientos al inmenso mar.
También tiran basura los vecinos, de a pie o
en carretilla, y también tiro yo, cuando se me da la gana, por suerte a cada
rato alguien la prende fuego y solo hay que descontar ese olor acre a plástico
y amoniaco, que le abre paso al humo negro que se achancha en la capa más baja
del aire.
En consonancia con esta doble moral, un día cualquiera se juntan los estancieros y empresarios, y llenan un puente con camionetas doble tracción, para impedir la construcción de la pastera que fabrica el papel que usan abusivamente, pues en la enorme homogeneidad de los productos estandarizados del mundo de hoy, casi la única diferencia la hace el paquete, el envoltorio…
En sus ámbitos, vuelven al glifosato, los insecticidas fosforados, el ostentoso desperdicio como símbolo de estatus, y seguramente llevan su basura a las periferias de Gualeguaychú o a cualquier alcantarilla donde no la puedan ver desde sus casas.
Y siguen explotando
a sus empleados, en esta farsa de no ver que la pobreza es una de las causas
más permanentes y groseras de la degradación del planeta.
Y sin peligro de formar un juicio, de tomar una posición propia, somos manipulados permanentemente por los medios masivos, que ocultan o generan contenidos escabrosos para nuestra distracción.
Tal vez por eso no se ha dado el caso de que alguna solución haya surgido de la palabra declarada o impresa, más allá de los efectos personales en sus destinatarios: la dulce justificación que produce el preocuparse o indignarse por los grandes temas, evitando mirar alrededor para evaluar nuestros propios actos.
Solo así se hace posible soslayar el hecho indiscutible de que los residuos domiciliarios son inmensamente más voluminosos y contaminantes que los de las fábricas que quisieran detener los seudopreocupados por el planeta.
Sin embargo, también somos responsables
de estas chimeneas, a las que nutrimos con nuestro estilo de vida rebuscado.
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