Consumo
A veces me desamodorro y pienso…
¿Cómo es posible que nos entreguemos tan
indefensamente al caos, al desastre, que nos sumemos sin dilación al despertar,
a la misma maquinaria que nos aplasta día tras día? …pretendiendo que todo
puede ser traducido a dinero ¡a papel! Para soñar que también tenemos una
oportunidad, cuando al fin solo nos ponemos precio a nosotros mismos.
Si, el caos se disfraza de
consumo. Consumo consumible, consumición, consumación. Es lo que
aprendemos desde chiquitos porque nacimos para eso, para poder adueñarnos de un
segundo de satisfacción única envuelto en colores y formas agradablemente
artificiales. Para disfrutar del seudodominio de la naturaleza y los elementos
a través de un papel pintado.
Antes se vivía mal cuando no había
comida ni leña, cuando la gente tiritaba bajo la nieve sin saber si iba a
superar el invierno. Hoy en día hemos evolucionado tanto que nos queremos
matar si falla el aire acondicionado o cortan los 73 canales de cable un solo
día.
Somos el combustible del sistema.
Sin embargo cuando le doy una
golosina a un niño me siento realmente poderoso, amable, amado, generoso,
llevándolo a esconder su enojo, su llanto o reclamo, su genuina expresión de
independencia y carácter. Destrono su inconformismo, regulo su afecto con
un par de palitos de la selva de 25 centavos. Astutamente, deduzco, debo
guardar una bolsa de caramelos en un lugar secreto para sortear futuras
desavenencias. Instauro el chantaje más burdo como salvaguarda de la
convivencia, como protector de la comodidad, sin darme cuenta que soy al mismo
tiempo chantajeado.
¿En qué momento me deje conformar? ¿En
qué oscuro día deje de pensar por mí mismo, solo para reflejar la eterna y sin
sentido crisis humana y económica mundial en mi crisis cotidiana?
Consumiendo aunque no pueda pagar, aunque en realidad no me guste, aunque me lo
prohíba el médico, aunque me mate. Aunque deba justificar sin argumentos
el derroche del mundo que dejare a mis hijos (pero todavía alcanza para ellos,
afirmo, cien años mínimo: los ecologistas exageran).
Entonces hacemos todo al revés, comemos una nuez que viene en barco porque nació a seis mil kilómetros de distancia, usamos un árbol entero para hacer un escarbadientes, matamos un rio para fabricar una botella de gaseosa.
Eliminamos miles de especies autóctonas para
poder comer una sola hamburguesa de soja. Porque el exterminio puede ser
también vegetariano y ecológico, y con toda la onda, lo único esencial es
negarnos a hacernos cargo de saber de dónde viene ese paquete de arroz integral
y adonde termina después de tirarlo responsablemente al tacho de basura, y
mantener esa conducta sin fisuras con todo lo demás, por las dudas…
Pero no importa, ni siquiera
sabemos ya por que vivimos, es más, es increíble que ya no nos importe ni saber
algo tan básico y fundamental como de que esta hecho lo que comemos, además de
colorantes, espesantes, saborizantes estabilizantes y jarabe de maíz de alta fructuosa…
¿es que hay algo más? Ah sí: ¡ocho vitaminas y hierro! ¡Y minerales! ¡Y calcio!
¡Y…! Y a pesar de la lista interminable de nombres bonitos y mejores
intenciones, seguramente el 99 por ciento será agua sucia o plástico. ¡Y
no solo en el caso de una leche o juguito congelado sino ya cuando hablamos de
autos puentes y aviones!
Es revelador comprobar que la única
industria que soporta un estricto control de la calidad en sus materiales y
características es la industria militar.
Pero ignoramos que existe lo que nos inquieta, lo que no podemos explicar, y seguimos amaestrando personas, seguimos sembrando sumisión, seguimos atando y empaquetando libertades porque así está dicho, y no voy a ser vos, no vas a ser yo, el que primero piense en una alternativa.
Para el enfoque actual del mundo, a las personas solo les estaría faltando
nacer enlatadas, ya que no pasan de ser un producto financiero: nacen para
pagar los intereses de la inmensa deuda que arrastramos con el planeta y con la
conciencia humana. Claro que los banqueros dicen que les debemos dinero a
ellos…
Entonces nos alineamos, ya que igual va a ser así, buscando el resquicio que nos permita ser asesinos en vez de asesinados, amos en vez de esclavos, tiranos en vez de Don Nadies. Y no hay nada en el medio, solo se puede correr de un extremo a otro, porque así es mejor para la logística del sistema. Yo me como un alfajor y tiro el envoltorio, un país se come a otro y tira los huesos.
Para el corazón del imperio y para mi es esencial la propaganda, y nula el ansia de verdad, porque esa galletita envuelta en azucares ultra refinados es tan sana y nutritiva como ventajoso llevar la guerra a través del océano para atrapar recursos que son mínimos en comparación con los que se destruyen.
Pero si no creyéramos en
la propaganda tal vez las fábricas se detendrían, y al bajar el nivel de
contaminación los aburridos obreros y soldados tal vez se terminarían
encontrando uno al lado del otro cultivando o pescando sus propios alimentos,
comunicándose con la tierra y el rio en vez de la televisión.
Como si fuera posible, en un mundo
donde los soldados pelean por su derecho a la calefacción o el aire
acondicionado y los obreros por un mejor bono de navidad, por supuesto a través
de las correspondientes jerarquías: el corporativo empresario coronel o
el corporativo empresario sindicalista.
Y si, seguimos generando basura, y más
basura mental para cerrar los ojos con fuerza, hasta que no se pueda amontonar
más, hasta que rebalse el patio del vecino, y luego el nuestro, después
de nuestra cabeza claro. Es un hecho inexorable, por cierto, ya que
la obsolescencia programada paso de los teléfonos celulares a las personas y la
tristeza de no poder adquirir lo que pone tan felices a esos tipos en la
publicidad nos consume la alegría mucho antes que llegue el cáncer a cerrar la
puerta de tan inicua existencia.
Ubicua, metódica y permanentemente,
disimulemos convenciéndonos de que el afamado Big Bang todavía está por empezar
¡Hasta que podamos sacar a los dinosaurios a pasear!
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