Mochilebrios, Artezanganos y Malabardistas
Y si, hippies eran los de antes, ahora los llamaremos simplemente jipis, porque estamos acá, no en la soleada california, así que actualicemos, consumamos argentino. Aparte hay algunas diferencias, como eso del amor libre que no existe más sino como aislada filosofía individual en algunos casos, y en algunos otros se remite al consumo de drogas por sexo (ni amor ni mucho menos libre).
La mayoría de las veces,
tampoco son pacifistas ni les importa una mierda los problemas del mundo.
Solo uno de cada diez mil se pone flores y plumas en el pelo, salvo que sean de
plástico y la vida en el campo no les interesa para nada de nada, aunque
algunos lo intentan para salir corriendo luego.
Así podríamos seguir comparando en el caso que tuviéramos un conocimiento fundamentado y profundo sobre el tema, pero no nos interesa.
Caducó. Entonces hablemos de estos muchachos y muchachas que recorren los caminos casi siempre a dedo, buscando quien sabe que, comiendo una vez al día como los perros, cargando infernales mochilas llenas de piedras o alambres o piolas o mostacillas, a veces junto a bebes de días o niños pequeños, durmiendo donde un pedazo de pasto les permite armar la carpa, o un colega local les preste un rincón de su casa, o en sucias pensiones o en ruinas devastadas por el capitalismo, etc.
También viajan
algunos con lo puesto, y se van armando al caminar, de lo único que podemos
estar seguros es de esa mística amante del destino que desprecia toda
planificación, todo itinerario demasiado sabido de antemano(aunque podríamos
afirmar que casi siempre con los primeros fríos se empieza a buscar el norte
caliente, nadie apuesta a morir congelado)
Entonces ¿Para qué sirven, para que viven, que buscan? No estamos aquí para responder esas preguntas, sino analizando un fenómeno sociológico complejo, aunque solo lo haremos superficialmente. Veamos:
Un tipo cansado de las persecuciones policiales, un amante desilusionado, un drogadicto irrecuperable, asesinos impunes, gente con problemas familiares, o simplemente muertos de hambre sin remedio, o también artistas y músicos excelsos, damitas de tersa piel y caderas de adolescente, gays y lesbianas, oficinistas estresados de vacaciones, villeros con tatuajes de tinta china, inocentes gurises que salen por primera vez de su casa y los buenos días de mama, etc. y mucho mas combinado de cualquier manera.
Todo se mezcla en las rutas, los trenes, se licua en las esquinas, se traslada por parejas, individuos o bandadas de decenas de personajes harapientos… y para que…
Tal vez justamente para nada, para desligarse hasta de los motivos, buscando a veces disfrutar de esa sensación de libertad, conociendo el mundo en sus paisajes más hermosos o viviendo fiestas multitudinarias.
De cualquier manera, se puede estar seguro que habrá un
profundo aprendizaje, un conocimiento interno, un descarte importante de
prejuicios, amistades que pueden durar para siempre, piojos, amor, mar y sierra,
polvo de los caminos pegado por años en la piel.
Aprendiendo malabares con piedras para pasar las horas interminables al costado de la ruta, haciendo instrumentos, tocando, enseñando a torcer alambre o engarzar piedras al que salió a la bartola y volverá con un medio de vida en sus manos, tallando con cuchillos encontrados.
La mayoría no llevan más que la sal y una olla en su
mochila, la cuchara puede ser un palo, todo lo demás se “manguea” y así como se
consigue se comparte, una cerveza es un lujo desconocido, pero un pedazo de
carne es proteína pura, se come a lo perro, se droga con estrellas, se paga con
el alma puesta en un pedazo de rama atada a unos hilos y que se yo, porque es
lo mejor que se tiene, pero se sigue aprendiendo.
Y se sigue girando. Se socializan los niños, se aman veinticuatro horas al día, y crecen aprendiendo la diversidad del mundo y la gente, a veces se puede contar cada costilla de los padres en aras de su panza llena y su risa, ignorante de penurias.
A
veces el hambre desespera, pero, cualquiera pierde la vergüenza cuando se trata
de comer, el tabaco acompaña casi siempre a los caminantes. Sin
documentos ni visa, lo que se contrabandea son personas. Los países se arriman
y se mezclan bajo las patas, y bajo las sabanas, digo, bajo las estrellas, hay
días de más de mil kilómetros…
Y finalmente algún día se va terminando la mecha, y en algún lugar se van estableciendo, a veces muy lejos, a veces donde salieron, pero nunca serán la misma gente que se fue.
Queda como pago una constancia infinita, un instinto de tribu que multiplica los colchones y los platos, una forma de reírse del desastre, de confiar en el buen curso de las cosas, que a la vez no está exento de la acción mas persistente y descarada.
Una economía de recursos que, tal vez por haber dormido y comido de los basurales, tiende al reciclaje y la ecología. Y tal vez una mirada clara y limpia, donde las palabras se reflejan sin mancharse, donde se puede seguir construyendo el futuro.
O tal vez también todo lo contrario, si hay algo que brinda el camino es la posibilidad de construcción personal, a gusto y pertinencia de cada punto de vista sobre el mundo…
Allá vienen, de lejos se los
ve…marchando al sol.
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