13 mayo

¡Cumpleaños feliz!


 


 

  Y tal vez hoy no muera nadie 

  Estaba en ese cumpleaños, al que habíamos tardado medio día solamente en llegar, y el agasajado en la mesa había llegado más tarde así que comía solo, un terrible cuchillo sevillana en la mesa descansaba, como en otras mesas, otros días las armas, y yo que solo ando de día pensaba pero que loco que estas andar con eso, te van a meter preso,  y me explicaste que era necesario, y a veces era necesario usarlo, y yo que casi nunca te había visto sonreír, por no mostrar tan pocos dientes, me imagine la situación y me dio frio, por ellos, los que dormirían en el zanjón.  

  Es así por acá, nada sale en los diarios, las alcantarillas y los basurales a veces se brotan  de carne dura, de muecas congeladas a destiempo.   Fui a buscar una cerveza y me dispuse a comer de nuevo, para compartir ese momento sagrado con quien no sabía hasta cuando estaría vivo. 

  Y mientras los gurises daban vueltas y más vueltas, alguien fue a hacer los mandados, el vecino del fondo está tranquilo este fin de semana, el de al lado prende la bomba para darnos agua,  

_¿Pero qué? ¿No están los caños? 

_Si, hace cinco años, pero nunca los conectaron… 

_Ah bueh.

   Pasan algunas caruchas mirando, nadie baja la vista, alguno saluda, las calles de tierra se parten de sol, plantar un árbol mil veces en esas veredas no es garantía de que crezca, cuando la bronca y la miseria solo enseñaron a romper, ninguna casa queda sola.

  ¡Si hasta un metro de cable se transa! Y los quiosquitos se multiplican para dar de comer a esas bandas que a la noche, se arriman al fogón nocturno en el tacho, ¿Leña? No, no mucha… para eso habría que quemar el rancho, el combustible más universal es el plástico, y esa amistad dura mientras dura el combustible, mal refinado, cortado, adulterado. 

  Sangran dos por tres las narices con el vidrio molido de los tubos fluorescentes (para que brille, me explicaron alguna vez) y también sangran los que no querían financiar el consumo, a culatazos en el mejor de los casos, agujereados a tiros si la cosa venia mala.  

Porque los muchachos salen a “trabajar” como se dice en la jerga, solo hay que ser audaz y alquilar  los fierros, y que se entienda rápido que no llegaron a mendigar.

  Mientras por acá se confía hasta la vida, se comparte todo lo que se puede, se dejan de lado las preguntas y las causas, llegando solo hay realidades, solo elecciones que no dejan arrepentirse.  

  Al menos hay un perro en cada casa, si se gana su comida, aunque siguen ahí así muestren todas las costillas.  Y conversando nos sentimos mejor, por estar en la buena racha, sin dudas, y aprovechando el tiempo antes que caiga el sol, porque no nos quedábamos a dormir, sino que pegábamos la vuelta, todo irá bien si las primeras sombras solo nos lamen las patas, llegando a la estación.  

  Sin embargo igual nos acompañan, como un gesto, para que sepamos… que nos cuidan porque hay afecto más allá del peligro, que la vida sigue cuando nos vallamos, difícil y cruda, alegre y rabiosa como un perro, libre. 

La libertad se defiende con la vida

  Y no vale la pena pensar en lo que queda atrás, podemos morir arriba del tren, podemos morir mañana, magra estrategia  para no  recordar en nuestra gente, más que el cariño y los buenos momentos, para mantener ese corazón calentado a fuego, latiendo en la misma sintonía,  así el reencuentro será como hoy inabarcable, como un minuto de cien años, como una semilla de luz que crece. 

   Volvemos cansados, por un par de estaciones todavía nos vigila  la policía, por el incidente en la estación, mientras los gurises se divierten vendiendo las frutas que repasamos del mercado central, en el furgón todavía hay olor a sangre de los vendedores que salen al mediodía con sus carritos repletos de carne a bajo precio desde mataderos.

  Y  junto a las vías del conurbano, en cada cuadra se ven toldos primitivos donde se acurrucan marginales, nunca vi tantas mujeres en la calle, calculo que será por esa igualdad de género tan lucrativa y ambiguamente  pregonada por algunas, tan sanguínea y honestamente por otras.

  Y vamos dejando atrás el conurbano, volviendo al centro en otro colectivo y otra vez a tomar el tren, y bajamos cansados y  felices a brindar por última vez mientras cerramos el día, mientras los gurises picotean algo, y van cayendo rendidos en los colchones, como nosotros…

  Mientras los últimos vasos servidos, casi llenos, en la mesa atestiguan el nacimiento de la luna creciente, como una ofrenda a las deudas que jamás podremos pagar, como si fueran un gesto a la gente sin rostro que nos salvó la vida una y otra vez, en el frio y la soledad de la calle.  

  En la oscuridad de la noche.

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