19 mayo

En la cancha



 

Tardes albiazules 

Nos habíamos juntado a la siesta, con tiempo para tomar algo, en una esquina del barrio, para salir todos juntos para la estación, el lobo jugaba de local en Avellaneda, porque nos habían sacado los bosteros.  Una vez que fue la hora salimos caminando para allá, preguntándonos que habría pasado con los que faltaron.  En la estación estaba el grueso de la hinchada y un operativo policial, cuidándolos amorosamente.

  Al llegar nos saludamos todos uno por uno como para asegurarnos mutuamente que éramos todos amigos, en una de esas la policía pretende llevarse a un fugitivo ya que lo tenía a la mano, pero es tal el revuelo que se arma que desisten pronto de su ganga, es compacta la defensa del colega, y los policías deciden inteligentemente no pasar a mayores.  El tren llega un rato más tarde dándonos tiempo de tomar algo más al sol de la Avenida 1  

  Abordamos, la alegría es contagiosa, salvo por el “volador” que miraba concentrado en dirección a avellaneda, con su hijito en brazos, como planificando los siguientes pasos, llenamos el tren y arranca.  Algunos que no van nos despiden haciendo volar los trapos azules y blancos, así como en el camino hasta la estación Pereira más gente festeja y alienta al paso del tren, la fiesta ya empezó, adentro de los vagones, el clima es inmejorable, yo me había afeitado la cabeza un par de días antes, quien sabe porque.

   Había cambiado mi remera con un amigo por una camiseta de Quilmes, así que al pasar por la estación homónima me la pidieron prestada para prenderla fuego, a lo que accedí a pesar de desconocer el sentido de estos rituales paganos.  Un poco más y llegamos a la curva de avellaneda donde la formación se detiene en pleno recorrido para descargar a la gente, esta vez no nos emboscan al bajar. 

  Llegamos caminando y cantando a la cancha de independiente, donde ya habían entrado todos, el operativo policial era impresionante, los antimotines iban tirando gente conocida contra el paredón de la cancha, destartalada por los golpes y los tóxicos, llenaban un tráfico y juntaban más.  

  Por distraído quedo atrás en la repartija y todos los pibes reciben su entrada magnética menos yo.  Como esto era delante de la puerta, empiezan a entrar todos aprovechando que la guardia de infantería venia apretando para manotear a cualquiera que quedara afuera, yo justo ese día no tenía ganas de ir preso así que me cole atrás de uno en el molinete, pero los de seguridad de adentro de la cancha estaban tan atentos que a los dos metros me agarra uno del brazo, mientras otro se me ponía adelante llamando por radio, cruzo mi mirada con mi cumpa como despidiéndome, pero  el da el aviso y diez puñetazos y algunas patadas que caen como un enjambre de avispas definen el pleito a mi favor.

  Corro y encaramos la tribuna con la sensación de que no podíamos perder.  “mira, mira, mira, ahí entra la doce…” dice uno, y entre el mar compacto de gente una cuña larga encrespada de banderas entraba corriendo haciendo rebalsar todo, el partido era aburrido, el espectáculo lo daban las hinchadas.  Yo ignoraba que para las cámaras de seguridad, localizarme en cueros y con el cráneo pelado entre el resto de la gente era un juego de niños.

En el entretiempo un tipo sin una pierna apoyándose en su muleta, caga a sopapos a otro de casi dos metros que no solo no se defiende sino que pide disculpas desesperado refugiado entre otros dos que ponían paños fríos, “ya está, no sabía, no se dio cuenta” decían sus compañeros, la barra alrededor miraba de dientes apretados, como esperando una excusa para  descargar su exceso de adrenalina.

  Los papelitos ardían en montones, todos comentaban el primer tiempo, había sido nuestro pero uno a uno, yo iba por la tribuna solo recorriendo y mirando, cerca del acceso, cuando dos tipos nuevamente me rodean apareciéndome desde atrás y me llevan como chicharra de un ala, ya que la sorpresa no me da tiempo a reaccionar “quedate piola y no armes quilombo, vení con nosotros que tenemos que hablar” ¡Otra vez!

  Alguien pega un grito “¡Gimnasiaaa!”Y nuevamente una lluvia de piñas los desbarata para que otro me arranque tironeando.   Estaba seguro que a la salida de la cancha no me salvaba, pero mientras los vigilantes corrían cubriéndose de los últimos golpes, uno de los pibes me lleva con el y recolecta una remera y un gorro que me disfracen de la venganza sin dudas ambicionada.  

  Me refugio en el corazón de la hinchada, cantando y saltando hasta que el pitazo final decreta el dos a uno final a nuestro favor, le cantamos a boca, colgados de  la bandera que nunca mas pudieron recuperar. 

  La salida es tranquila aunque mas larga, pues ahora el pasillo de vallas y policías nos lleva hasta la estación, un milico con un palo como de dos metros parado como un ninja en la puerta, se lo va clavando en las costillas a cualquiera que pase mas o menos cerca, mas o menos despacio,  pero rápidamente queda solo mientras todos lo rodean para pasar mientras lo recriminan con la mirada, algunos audaces lo escupen de lejos.

  Un pelado  grita, “Que somos, delincuentes para que nos traten así??…” Los delincuentes evitan responderle.  “Volvió el Loco Fierro”, se entusiasma uno.

   Ahora si. En la estación esta la infantería y algunos caballos del otro lado del anden entre los hinchas de boca que esperaban el eléctrico, nosotros esperamos la formación gasolera mezclados con los  muchachos de la comisaría local, un oficial dice “…no le toquen la cola al gatoo…”  

  A pesar de esto los insultos se suceden separados por el foso de las vías... Al bostero mas boca sucia le revienta un botellazo en la columna en la que estaba apoyado, casi casi, como si nuestro tren arribando al anden hubiera dado la señal de descontrol total.  

  Las piedras moras vuelan para los dos lados, unos atrincherados en la fosa de los eléctricos y los otros desde las puertas y ventanas del tren, cuyos vidrios iban siendo prolijamente destruidos.

  Esto duro unos quince minutos hasta que llego el eléctrico y al mismo tiempo arrancábamos nosotros, al gordo que se había salvado del botellazo se lo llevaban pataleando a dormir entre rejas, bajo las carcajadas de los triperos.  

  Se habían acopiado tantas piedras  que a los más exaltados les alcanzó para tosquear a todo lo que se moviera hasta llegar a la plata. Arriba del tren alguno preguntaba todavía como habíamos salido, jajaja.  Otros me preguntan de dónde soy y porque me dejaba llevar por los vigilantes ¿O acaso no sabía que después de golpear todo mi cuerpo me aplicaban la ley del deporte, dejándome hasta ocho días preso?

  Y… no, todos los días se aprende algo…  desde la estación las bandas se van desparramando. Por suerte pude ir y volver, así da gusto ir a la cancha, lastima esta violencia que no lleva a nada.  

  Le regalo el gorro cheto al pibe, quedándome con la remera, volvemos a casa, la cabeza necesita una tregua… ¿Tomamos una birra?  ¡Ni hablar!

  

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