Buscando un
vaso que no este vacío
Estábamos deambulando, buscando algo de comer, la ciudad interminable se digería a sí misma en una fiebre de consumo de última hora, los negocios y jugueterías habían estado abiertos hasta el final, y ahora solo había escaparates cerrados, vidrieras desordenadas y papeles tirados.
De vez en cuando nos cruzábamos con algún perro, trotando
atentamente entre la mugre, como llegando tarde, mientras nosotros, que no
teníamos ningún lugar adonde ir, solo caminábamos. Las veredas vacías: si
alguien pasa esta tan apurado que nos hace sentir más solos, más
marginados, con más hambre y sed.
Caminamos con cuidado, para cualquier policía somos sospechosos solo por el aspecto, así está en los manuales, aunque si nos detuvieran ¡seguro algún preso nos terminaría pasando un vaso para brindar!
Especulamos con la idea y nos cagamos de risa, evaluando su hipotética viabilidad. Ciertamente que estamos varados, lejos de cualquier casa amiga, cansados y sucios, sin un cobre en los bolsillos, me gustaría encontrar un pedazo de pan para masticarlo lentamente. Hasta a la verdulería de a la vuelta llegamos tarde: nos perdimos el cajón de fruta picada.
De vez
en cuando se ven pasar los últimos rezagados llevando postres y comidas
increíbles en sus autos, impecablemente vestidos, peinados y perfumados, no
podemos decir que causamos indiferencia, es distinto, ni siquiera existimos, si
nos pusiéramos en su camino nos chocarían sin darse cuenta. En un día
como hoy nuestras caras nos hacen invisibles…somos las caras que nadie quiere
ver.
Las calles se escurren de gente y solo nosotros quedamos, en una cuadra al azar nos recostamos contra la pared y nos quedamos mirando los últimos minutos de quietud, los charcos y la basura, hasta que los cuetes reventando nos informan que ha caído la navidad. ¡Felicidades!
Brindamos con nuestros vasos invisibles, algún Papanoel caminante se cruza de vereda, no sea cosa que le robemos la barba, tendríamos que haberlo cagado a patadas por imbécil, pero nuestra tristeza es demasiado agobiante.
Algo en nosotros sabe que en la calle el bajón es suicida, y nos empieza a dar risa: de los prejuicios de los idiotas, de los policías de guardia que simulan entretenerse mirando vidrieras, de las caras de culo de algunos pasajeros que se notaba no tenían ninguna gana de reuniones familiares (son los únicos que nos ven).
Y nos ponemos después a recordar las navidades pasadas, la mesa larga en el hogar, la ilusión de los más chiquitos, con el único regalo del año esperando ansiosamente bajo el arbolito.
La cumbia al taco en los mil equipos de música de la villa, la recorrida por las casas saludando y comiendo lo poco que hubiera, algún gil borracho que se equivoca y quiere sacar carnet de guapo, los pibes en los monoblocks organizándose para salir a trabajar, y los pibitos saliendo en bandadas a divertirse.
Las
cuadras largas de la vuelta en condiciones desastrosas, amenazando a nuestro
cuerpo con dejarlo tirado contra cualquier rincón…
Somos hermanos indudablemente, lo bueno de la calle es que se puede elegir la familia, y con esto por ahora nos alcanza para no caer, para no sentir que estamos condenados por esta soledad, y nos levantamos sin reproches, llenos y borrachos de recuerdos.
Empezamos a caminar de nuevo, esta vez a descansar, entramos resbalando como sombras en la pensión amiga, a ver si el estómago vacío nos deja dormir un rato, nos enrollamos democráticamente en el descanso de la escalera, oliendo el mármol, vigilando la puerta.
Charlamos todavía un rato, a ver si solo por hoy nadie viene a matizar nuestro reposo nocturno echándonos afuera.
Feliz navidad.
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