13 mayo

En la costa


 

Tardes de barrio                                                               

 El sol es un regalo que se sabe agradecer,  después de la  última gota, como si alguien hubiera decretado que iba a terminar esta llovizna pastosa, y a enfilar los pescadores para el rio, con sus cañas y sus baldes.   

  Los caballos siguen como si nada, comiendo entre la basura,  la gente va y viene apresurándose entre el viento del este, así que  hago unos mates y agarro el bolso con los anzuelos, salgo ansioso pero justo venia un gurí vendiendo roscas a cinco pesos la docena y tengo que entrar a buscar plata de nuevo, por suerte me alcanzaba para media docena, y ahora sí que voy completo, como para no sacar nada… 

  En la costa barrosa por la bajante  algunos pescadores hacen guardia atrás de sus tanzas, pocos, señal de que no hay pique, o no hay carnada como a veces pasa, hoy voy a probar otro lado, me voy para el pie de la barranca que está vacío, y desenrollo mis líneas.  Por ahí cerca un pescador dejo un pescado a medio filetear, así que encarno con zoquete de salmón de río y tiro.

  Mas allá unos pibes con cañas tiran también, después de fumarse un porro, y el primero que tira olvida destrabar el carretel y la plomada sale volando sola al cortarse el hilo, con lo que se cagan de risa y yo también, en toda la costa no se veía que sacaran nada, así que me puse a comer roscas y matear mientras corría el río llevando las tanzas hasta dejarlas casi paralelas a la costa. 

  Estaba  semidormido al sol, como un lagarto, cuando escucho el nailon entre los yuyos con ese ruido shshshhhh de escaparse para el rio arrastrado por la voracidad tremenda del dorado y me levanto de un salto y tiro del nailon y parece que se  clavó porque está bien pesado y empiezo a recoger la línea despacio como me enseñaron y el pescado que va de un lado a otro, a veces saltando afuera del agua.

  Intenta escapar de todos modos, hasta nadando hacia mi dirección, para desengancharse, hasta que lo saco del agua, y queda aleteando a mis pies, pesado y amarillo.  Que alegría!  

  Ya estoy listo pero sigo pescando, por las dudas, también encarno con boguita, y se me escapa uno a un metro de la costa, mala suerte, ya está, vuelvo a casa.

 Y ahí estaba viendo caer la tarde, las gallinas pegando la última revisada camino al dormidero, mientras algunas nubes se juntaban al oeste aunque no había trazas de que fuera a hacer frio.  Y el barrio respiraba su ritmo, con gurises jugando en la vereda y la gente volviendo a punto de finalizar el día, como los pasos de los pescadores con los dorados que cuelgan de los remos formando con las colas una cortina roja y negra.  

  Un bote que se manda recién para el rio, obviamente un contrabandista, tan desfachatado que pasando el terraplén se le suelta el bote y me voltea el pedazo de tejido que quedaba parado y se baja re flasheado (y por suerte no mato a nadie pero pregunta) 

_¿Esto lo tiró el bote o estaba así?!! 

  ¡Y encima hubo que conseguirle un alambre porque no encontraron el perno! Tal vez porque nunca se lo pusieron, posiblemente.   

  Un potrillo tobiano caracolea y da vueltas cuando el gurí de la esquina sale a juntar los caballos del ladrillero, que tiene que vigilar veinte veces al día, porque se los afanan.

  También pasan estos gurises que andan rastrereando en el barrio ofreciéndome portafocos.  Debe ser porque vieron que conecte la luz, pero no gracias, no voy a comprar hoy lo que me robaste ayer y mañana.

  Hay que tratarlos, sin embargo, coexistir, porque la verdad que aunque en un primer momento creo que cualquier víctima de un robo tiene el mismo pensamiento, no podes matarlos, no podes equiparar la vida a un objeto, y exterminarla como si un ser humano no tuviera posibilidades.

  Por lo menos así pienso ahora, creo que si los agarro adentro de mi casa los masacro. 

  Pero la convivencia es una necesidad de todos y a la larga cada cual se adapta al barrio, vive y deja vivir, cada uno escucha su música.  

  Y a media cuadra se escucha todavía ya de noche el pisón  de fierro alisando el piso del bote aun sin estrenar,  uno nuevo por semana, haya o no crisis o presidente, alguno va a buscar una cerveza después de trabajar, y un pescador atrasado pasa ahora caminando con la terrafa y los baldes, otra vez para el lado del rio a sacar el sabalín para mañana.

  Y de tanto escucharlas casi me sabía de memoria las canciones de la iglesia de la otra manzana …eres todoo poderosooo laralailala blabla… el baterista ponía muchos huevos, el coro era apasionado y bastante afinado. 

  Y justo ahí en un segundo que estaba mirando el cielo entre dos árboles centenarios, me fijo al azar en una estrella, quieta en la inmensidad del firmamento, pero como si la hubiera sorprendido sube en un trayecto irregular y se pierde diluyendo su luz en la nada, bastante raro, pareciera algo consiente que se esfuma en cuanto lo percibimos, quien sabe cuál será la explicación, si la hay.  

  Junto unas maderitas y prendo el fuego con gasoil, como para poner mi parte en la contaminación ambiental, mientras abro el bicho en dos, un gato ya merodea mirando, dejo el pescado limpio en un balde de veinte litros lleno de agua y el fuego prendido mientras busco pan, que, claramente, es imposible encontrar a esta hora en alguno de los siete comercios del barrio.

  De bronca me compro un Fernet  y cuando vuelvo me dedico solo a asar el pescado y me lo como sin sal, limpiando las espinas antes de tirarlas al pasto para que las mastique alguno de los innumerables animales que merodean todo el tiempo.  

  Al rato  duermo con la panza llena, mientras el barrio se envuelve en oscuridad y silencio.

…Ta, ta, ta. Pum pum, pum.  Pa, pa, pa, pa, pa, pa.    ¿Suenan tiros?  ¿O son cohetes nomas?  Vuelvo a dormirme.

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