04 marzo

Marianito

 



  Marianito tenía un don.  Si, ya sé que parece trillado y tonto hablar de un “Don” en estas épocas, es más fácil creer en un Don Corleone o en un Don Juan Carlos, en un Don Enrique o Don Vito, en un título mafioso y tenebroso, que inmediatamente nos remita al tráfico y la trata de personas, al asesinato y el robo, a la corrupción y la mentira permanente, pero adornado por la estupidez y el brillo con que Hollywood preparó nuestras mentes para adorar lo que nos mata y hace daño.  

  Podemos creer en eso y hasta asignarle cierto romanticismo antes que en un simple y pequeño don humano, en un mundo donde la mayoría no tiene ni siquiera el “don de gentes” como se llamaba a esa capacidad de relacionarse e interactuar con los demás sin dejar de tratarlos como seres humanos, cosa hoy, muy anticuada y por lo tanto, pasada de moda…

  Pero así era, aunque nadie lo supiera, y Marianito creció sin tiempo que perder en podios ni reconocimientos, cultivándose y ocultándose a la trampa de la fama y la humana adulación, tan necesaria cuando nuestro objetivo es oscurecernos y dejar de hacer, dejar de construirnos para simular, para representar un buen papel… porque Marianito había crecido jugando entre los pies de la gente, entre los pies de su madre y hermanos, de sus tías y tíos, de sus abuelos cansados…

  Un día estaba tirado en el piso, como siempre, en ese verano que aplasta todo, que hace que la única posibilidad de sentirse fresco sea acostarse en el piso, aunque las normas sociales dictan que hay que sentarse en sillones de cuero y ver correr la humedad por cogotes y paredes mientras se habla de futbol y de lo mal que esta el país, de la culpa que tienen los presidentes de todo y cosas así… 

  Pero Marianito se había vuelto un experto en arrastrarse por el piso, mirando los meticulosos pies de las hormigas, los acelerados pies de las cucarachas, los elegantes pies de langostas y tatadiós, los acolchados pies de los gatos y perros, los altivos pies de los sonrientes alacranes, los lentos y desgarbados pies de mariposas y polillas, y de tanto mirar había aprendido, que cada forma de caminar tiene un sentido y un objetivo, y había logrado entender sin decirle a nadie, como es que un bichito trepa caminando por una pared, salta y vuela, pasa por debajo de un zapato caminando, sin que la suela lo aplaste y cosas así, sin ninguna importancia práctica…

  Pero un día, cuando su abuela estaba recostada en el sillón hamaca, sufriendo en ese verano tórrido, sin dejar de jugar le desprendió las hebillas de sus zapatos y vio que sus pies eran iguales a todos los demás, o sea, no eran igual a los pies de una hormiga colorada, pero casi, tenían una forma y un sentido, una curva y un sistema de músculos y tendones, de venas transparentes y resortes, de reflejos y… 

  ...Y a la abuela Cata le dolían los pies después de caminar todo el día en ese clima pesado así que ni siquiera protesto cuando sintió aliviarse la presión de los zapatos, ni se percató de la presencia de su nieto esquivando y amoldándose al ritmo del sillón hamaca mientras le sacaba las medias, mientras recorría las venas y los músculos con sus dedos, mientras despejaba la tensión del atareado día en un masaje reparador:  ya se había dormido, profundamente… 

  A  Marianito le gustaba jugar, antes que se despierte le había puesto a su abuela medias de colores y unos zapatos chatos mas cómodos, que ella tenía en el fondo del cajón, llenos de brillo y con un moño, mucho más divertidos, y que nunca usaba…

  Ni siquiera se había dado cuenta que tenía un don, pero se dedicó a perderse bajo la mesa familiar, los domingos y navidades, las pascuas y cumpleaños, los aniversarios y fin de años, y sin que nadie se diera cuenta cambiaba los zapatos de lugar, intercambiaba y jugaba, con un pequeño toque podía relajar los pies de una persona hasta que no se percatara de nada y hacer lo que quisiera, mientras arriba en la mesa de los grandes las conversaciones cambiaban y bajaban de tono, y los tíos enojados se reconciliaban y hacían planes para ir a pescar y las tías se pasaban las recetas de sus empalagosas tortas y se contaban los capítulos de las novelas…

  Claro que esto duraba hasta que se empezaban a levantar de la mesa y el tío Juan salía con los tacos de la tía Manuela, caminando garbosamente, sin saber cómo, o la tía Remanda iba a buscar el postre con el paso imperativo y fuerte de los zapatos del abuelo y cosas así por el estilo, pero los planes y las reconciliaciones estaban hechos y quedaba mal echar todo a perder en la misma noche así que todos hacían de cuenta que nadie se había dado cuenta de nada, y como tampoco podían explicar cómo sus pies tenían los zapatos de otro, al final se iban a sus casas sin hacer mucho ruido  y en otro día, simulando una visita, devolvían el calzado ajeno sin hacer demasiada alharaca…

  Pero marianito creció, y las fiestas familiares quedaron en el olvido, y el no pudo seguir ejercitándose en la tibia seguridad de la familia, aunque de camino al trabajo, a veces no resistía sacarle los borceguíes a algún policía somnoliento, o los zapatos a algún ejecutivo apurado, que por ir pensando en su maletín, eran de los más fáciles y podía hacerlo mientras atravesaban la plaza, así que a veces llegaba a su hotel, agarraba el balde y el estropajo y se metía en el ascensor a empezar su día de trabajo con tres o cuatro pares de zapatos en el bolsillo, dispuesto a jugar y divertirse en grande… 

  No le alcanzaban más que un par de segundos para cambiar las zapatillas del mozo, concentrado en las cuentas para llegar a fin de mes mientras empujaba el carro con la comida caliente por los zapatos violetas de la mujer del intendente, y en el momento siguiente, ponerle las zapatillas gastadas del vendedor de globos al conferencista que bajaba en el ascensor con su impecablemente planchado traje negro y su seriedad total… 

  Luego encajaba los carísimos zapatos italianos en un cocinero, y los borceguíes del policía bajo el vestido de la cantante de tangos, y cosas así, no podía evitarlo, en la sangre llevaba el juego, y tarde o temprano tenía que cambiar de trabajo, otra vez, porque la seriedad le parecía muy poco seria y no se adaptaba a vivir simulando que le gustaba su trabajo, humillar o ser humillado, falsificar números y cumplir horarios, estafar la confianza de la gente y vender gato por liebre etc. etc., esas cosas típicas que uno se ve obligado a hacer siempre en los trabajos…


  Así que podría muy fácilmente estar al lado tuyo, aunque no dejes de mirarlo despreciativamente, o llegar a tu oficina caminando por las paredes como aprendió de las hormigas, pasar por debajo de las puertas como le enseñaron los amables alacranes, moverse en la oscuridad total sin un ruido como las cucarachas, y jugar, llevarse tus zapatos y ponerte otros, y en el camino dejarte tan cómodo y relajado que no te des cuenta en todo el día… 

  Tal vez un día le cambie los zapatos al intendente o a un concejal por las ojotas gastadas de un hambriento cuidacoches, o las botas del jefe de policía por las de la madre de un narcotraficante, o los tacos brillantes de una prostituta por los pesados borceguíes del jefe de gendarmería, o cosas así, sumamente edificantes y divertidas, pero bueno, mejor no pensar en esas cosas, no adelantarse a nada y mirarse siempre y a cada rato los pies, que sólo son útiles cuando podemos caminar…más allá de lo que le pongamos encima….

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