¿Prostitución? Prostituyente. ¿Prostituta? Cliente….
Hay una causa, una relación directa, aunque el diccionario apenas acepte a regañadientes las nuevas palabras que nacen a través del temblor que sacude los cimientos de la arcaica sociedad actual. Con el grito desesperado de las minorías, con el clamor constante de las mujeres del mundo, se desnudan las verdades que todos sabíamos, cobrando un precio nunca antes visto.
Si tomamos a las personas como un fin en sí mismo, como declaran las más antiguas vertientes filosóficas, no hay algo más deshumanizante que encontrarlas obligadas a poner un precio a su propio cuerpo: única propiedad y equipaje permanente en el transcurso de su devenir en el planeta.
Sería en una sociedad libre donde no se pudiera ni nadie estuviera obligado a hacerlo, dando y dándose naturalmente a la interacción sexual sin más marco que el respeto, sin más condicionamientos que las preferencias y la búsqueda del placer mutuo…
Sin embargo, atrás de un cuerpo desnudo para su cotización y consumo directo, desmantelado emocionalmente, despojado de la mayoría de sus atributos humanos en pos del comercio sexual, hay siempre un laberinto de imposibilidades e imposiciones, de marginación y exclusión, violencia, miseria y vulnerabilidad total.
Claro, evitamos mencionar el tema cuando se
hace tan notorio que molesta, siendo la respuesta más hipócrita y típica,
ilegalizar estos parámetros o situaciones “laborales”, o sea, en la práctica, de
sacar el negocio del debate público y de las zonas de alta exposición, sin que
deje de desarrollarse en otros ámbitos menos controlados o visibles (Suburbios
o Zonas Liberadas).
El
resultado es el mismo: trata de personas, esclavitud sexual, sadismo hipocresía
y violencia. Porque el lugar no importa, ni necesita demasiado lujo, se reubica
cerca de los centros de consumo, donde puede generar clientes y a la vez captar
personas, seres humanos, prostituíbles, y esto, a veces quiere decir,
intimidación, engaño, secuestro, asesinato…
En
definitiva, dada la red de complicidades, de sociedades inconfesables
enquistadas en lo más permanente del poder, resguardadas por sus herramientas
naturales, como son las fuerzas de seguridad, no es un “negocio” que se pueda
atacar de frente, ni tan siquiera debatir claramente, sin recibir del poder las
respuestas más desesperanzadoras.
Entonces, antes que nada, es nuestro deber comprender un poco mejor de
que se trata.
Las
posturas acerca del tema podrían dividirse básicamente en tres: la prohibición,
la regulación, la abolición.
La primera es la que mejor encaja en los tabúes y las represiones sexuales que mantienen la unidad de la familia burguesa, en la dinámica hipócrita que nuestra sociedad necesita para seguir sonriendo mientras barre su doble moral bajo la alfombra de lo delictuoso: Cada mujer que ejerce la prostitución (Si, también hay hombres, aunque en una mínima medida y casi nunca expuestos a la misma presión y peligros que las mujeres, y por supuesto, travestis, que en un sistema excluyente, no acceden a otros parámetros laborales que aquellos que se refieran a la explotación sistemática de su cuerpo) se criminaliza y persigue, se estigmatiza como contraste a las “buenas costumbres” y se castiga sistemáticamente.
Afuera de esto quedan los proxenetas, los traficantes sexuales, los clientes, y todo negociador de cuerpos ajenos, porque en una sociedad dominada y usufructuada por hombres, es bueno y económicamente deseable, que la culpa sea de las mujeres.
Claro, que desde esta dinámica se evita contemplar situaciones y factores socioeconómicos que las empujan a prostituirse, porque claro, la oferta siempre está, y el precio a pagar por una persona es el menor posible que se pueda generar.
Esta mecánica pone mucha más presión y violencia en las espaldas de las personas que están envueltas cotidianamente en esta situación, restándoles todo derecho y posibilidades de protegerse o decidir por sí mismas.
Obviamente y como se demuestra, esto no termina con la prostitución (en
realidad ninguna prohibición terminó nunca con nada) sino que la cubre con un
velo de desaprobación social que se conforma con convertirla en una actividad
clandestina y “discreta”.
La regulación, como hay variadas experiencias en marcha, pretende resguardar derechos laborales y personales en el ejercicio de esta práctica, en la fantasía idealizada de que así podría ser ejercida libremente y sin peligros.
Obviamente se demuestra inmediatamente que el panorama es más amplio, que lo ilegal y criminal conviven y crecen a la par de la regulación, que dado el sistema patriarcal y machista donde la mujer es excluida sistemáticamente del poder, de los ámbitos de decisión social y política y del mercado laboral, miles de mujeres son empujadas al borde de la desesperación donde solo pueden vender su cuerpo para poder comer (Claro, o sea, en contextos de miseria, el valor de consentimiento de una persona puede llegar a ser tan bajo como un paquete de azúcar) debería haber otras posibilidades, otras salidas.
Más allá de eso, legaliza un mercado sexual completamente opresivo, en la pretensión de que la prostitución y la trata no comparten el mismo plano, generando a través de la ley, un panorama absolutamente favorable a la criminalidad.
En definitiva, los proxenetas se convierten en exitosos empresarios y el negocio aumenta y se diversifica en todas direcciones. Mientras tanto, las mujeres siguen siendo cosificadas, objetivadas como un objeto de consumo para el hombre, y dado que el sistema está programado para feminizar la pobreza y la vulnerabilidad, es claramente desenfocante y falso hablar de “libre elección” a la hora de encajar en un nicho de mercado que tal vez fuera el único permanentemente disponible.
La
regulación como efecto práctico, no hace más que lavar la cara de los clientes,
mientras “las putas” mantienen su rol de contracara de la buena moral y la
sociedad sana, de la santa madre patricia.
La abolición, difiere de las posturas anteriores en que pretende atacar la mecánica, la dinámica social que genera las desigualdades y las vulnerabilidades, cambiar las condiciones socioeconómicas que llevan a estas elecciones, o sea, asegurar la calidad de vida de todas las mujeres, asignarles roles productivos y reales en la sociedad, combatiendo y eliminando los prejuicios y los roles de una sociedad patriarcal que exige la sumisión, y sobre todo la sumisión sexual de la mujer, que valoriza antes que nada su función decorativa, que pretende el sexo como un derecho masculino, que se escuda en la indiferencia y la invisibilidad para defender su hipocresía.
Esta postura
visualiza por tanto a las mujeres como víctimas, y pone en su verdadera
dimensión a proxenetas y clientes, como generadores y sostenedores de esta mecánica,
y no se enfoca desde prejuicios o morales para fundamentarse.
No es de esperar que esto se resuelva rápidamente, que se renuncie a un lucro basado en la destrucción de cuerpos y voluntades ajenas, que el Poder Prostituyente se despoje de su zona de expansión, que la santificada moral burguesa deje de estigmatizar y reprimir, de exigir conductas sexuales anacrónicas, que la masa prostituyente se dedique a masturbarse sin culpa ni gracia mientras a la vez promueve la igualdad y la equidad de géneros, que la decisión y la libre sexualidad de la mujer sea vista como un derecho y no una transgresión…
Pero por lo menos, si se puede esperar que se
generen nuevas visiones más reales y cercanas al tema, que se corra milímetro a
milímetro la condena social desde las prostitutas a los clientes, que se
generen a través del debate y la visualización, nuevas posibilidades y
reacomodamientos que apunten a arrasar las causas, aunque hoy sigamos día a día
lamentando las consecuencias en el cuerpo y la vida de millones de víctimas a
lo largo del mundo…
https://www.youtube.com/watch?v=UqPYUkWC7sk
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