No hay nada más dinámico que la guerra, o si, claro, tenemos millones de ejemplos en la misma naturaleza (y, es más, será la naturaleza la primera que conquiste y tome al asalto los contaminados e inaccesibles campos de batalla abandonados) aunque nada expresa tan completamente el abanico de desmedidas pasiones, ambiciones y contradicciones humanas…
En
un mundo en transición absoluta, donde ya perdió sentido el sentido de
conquista que enarbolan como bandera los líderes de las elites gastadas y
sangrientas, donde ya no alcanzan los monstruos reales o a inventar para mantener
las riendas de la realidad tirantes con el miedo, el ciudadano común no alcanza
a sufrir ya con los problemas ajenos en la misma medida en que olvida los
propios.
Mientras tanto...dado que el motor de cada conciencia dinamitada por la rutina y el desinterés es la diversión y el confort, cada canilla debe surtir –en lo posible- agua, cada cajero debe seguir expendiendo dinero, alguien tiene que barrer los vidrios y alguien más tirar un balde de agua con lavandina sobre los humeantes charcos de sangre…
Y sobre todas las cosas, alguien tiene que
volver a correr el telón, porque el show debe seguir, y solo hay dos
comediantes: vos y yo. Entonces es
cuando las cosas se fuerzan hasta el máximo porque el trazado en damero de las
ciudades las hace vulnerables a la velocidad, a la tecnología, a la oscuridad a
la psicología y hasta a la apatía, pero claro, ese pasó a ser exclusivamente
nuestro problema, porque quienes crearon las complicaciones están muy lejos de
interesarse en su solución…
A modo de ejemplo, yo tenía un caballo, era un zaino mestizo de sangre árabe que me había enamorado, y entonces a pesar de que no lo necesitaba, lo compre al contado sin retorno, convenciendo a su pesar al tratante de caballos que, astutamente, me lo había dado a probar para que no deje de comer el mejor pasto, y se mantuviera durante el crudo y seco invierno que se venía encima, sin ninguna intención ni perspectiva de venderlo…
Pero claro, resulta que yo era yo, y me quede con ese magnífico caballo: era rápido, había sido bueno en las carreras como parejero en carreras privadas del Hipódromo de Palermo, y aun acá todavía podría haber sido una fija en cualquier cuadrera…
Aunque yo no lo quería
para eso, sino para recorrer arroyos, andar caminos y llevar a mi hija a la
escuela, arriar novillos mansos, corretear algunos atrevidos que se aventuraban
en mi territorio a cazar y pescar sin permiso, y divertirme probando su temple
en los angostos pasadizos llenos de espinas del monte nativo…
En ese momento todavía estaba un poco loco, así que podía volar al galope dos leguas solamente para comprar un paquete de tabaco, o ¡Cómo no! Un día le corrí una carrera al tren desde General Campos hasta Estación Yeruá, aunque estoy seguro que el maquinista aflojo el tranco por el miedo a sentirse culpable de que mate a ese tremendo animal…
Después de eso podía meterme en el monte a arreglar un problema entre
los hacheros, o a la vista de un grupo de invasores, llegar hasta la costa del
arroyo que cruzaba el campo, dejar a mi caballo esperando, atado a la presilla
del sombrero para no mojar las calchas, y tirarme bajo el agua con el cuchillo
entre los dientes para surgir en la otra orilla a explicar las cosas, mientras enrollaban
acelerados los hilos de las líneas con que pescaban tarariras y dejaban los
rifles en el suelo para tranquilizarme porque, hay un momento en que a una
persona decidida solo la frenas tomándole la vida, pero… ¡Ay, que no es tan fácil todo el tiempo!
Bueno, así era mi zaino, y yo, mucho más tranquilo que el caballo, que un día reventó una tranquera en pedazos porque, claro, habituado a correr en furiosos duelos los 2500 metros, cuando le aflojaba la rienda no lo paraba enseguida, y entre la polvareda y el ruido de los cascos, la espuma que saltaba y esa sensación de poder que da galopar en un camino desierto, no hacia el intento hasta los últimos metros, era como manejar un fórmula uno en una pista de kartings…
Adrenalina. Pura adrenalina. Y si me acorde de mi mejor caballo fue porque
ya no hay forma de frenar a los que perdieron las riendas, y todo esto está
pasando hoy en mi barrio, y claro, no es divertido ni romántico, sino todo lo
contrario: presagia no más que sangre… dolor, destrucción y muerte…
Porque no hay una sola noche, al día de hoy, que no se escuchen tiros en algún sector de Carretera la Cruz, si no es al fondo es contra el refugio, sino es en la Plazoleta es en la defensa o en el Barrio Nuevo, si no es en plena Avenida es en los Ranchos del alto verde o en una casa cualquiera…
Y esto pasa, claro, porque la solución más adecuada para el que no le importa nada de su comunidad es adquirir un arma, que es tan fácil como comprar un caballo o drogas o todo lo demás, porque el sistema se nutre de capital y todo lo que lo pone en movimiento es bueno, mas allá de la pantalla ética-moral que no pasa de palabras muertas en libros que ya ni se imprimen…
Entonces tenés tu revolver y cuarenta balas, y cada día te aseguras de poder responder a cualquier intento de robo a los disparos, aunque sabemos, después disparar se hace vicio y las balas sirven para arreglar discusiones, que si la música, que si la junta más allá, que me molesta la pelota o que si me dijeron que caminas por el medio de la calle como si fueras el dueño del pueblo y que se yo, porque el arma de fuego da un poder incontrastable y único, que asegura la supremacía total…
Claro, eso es hasta que otra persona también tiene un
arma, y se siente ofendida o en peligro por esa actitud, pero mientras tanto,
los que tienen la cortedad mental de poner el dedo en el gatillo, los que
adquirieron o poseen un arma, ya sea que la compraron ilegalmente o se las ha
proveído la naturaleza de su trabajo, pueden sentirse seguros mientras a su
alrededor todo se derrumba…
Entonces tenemos a los nenitos del barrio, a los menores envalentonados
por años de malos ejemplos, impunidad y matonería protegida por el poder
político, que ya pasaron del aprendizaje a la experiencia directa y los mismos
que los criaron enseñándole a robar a sus vecinos ya se quejan de que así no se
puede mas.
Porque no olvidemos que el mismo presidente del barrio puede pasar de las descaradas amenazas directas a la acción total y rastrera y partirle la cara a rebencazos a una mujer que intenta recuperar el lavarropas que le robaron de su casa a las dos de la tarde, delante de todos, o repartir armas de fuego entre sus custodios de quince años, asegurándoles tanta impunidad como a el mismo.
Y todo esto pasa sin dejar de vender drogas impuras cada día, desde hace años, con el solo compromiso de acaparar todo lo que llegue para que nada se reparta, cuidarle las espaldas en el barrio al político de turno, llevar un poco de gente a los actos y no dejar quietos los bombos…
Claro, hay un momento en que son tan útiles que todas las estrellas brillan a su favor, pero como decía una vieja vecina, de unas cuantas cuadras mas allá, con esa tristeza de saber y haber visto las manos que mueven los hilos, de haber visto crecer a los niños, de haber visto empoderarse a los peores y ver como los que deberían resolver los problemas terminan dando las peores soluciones “ahora los dejan caminar porque trabajan para ellos, pero cuando los quieran parar no los van a poder parar, y los van a parar igual” o sea… de a ratos todo esto no da más que tristeza...
Pero mientras, gobernadores
e intendentes, diputados concejales y senadores, fiscales, jueces, jefes,
directores, gerentes, comisarios y abogados viven en sus casas de lujo,
custodiadas y enrejadas, mientras las distintas herramientas políticas que
monopolizan el uso de la fuerza obedecen a quien manda y el negocio, como
sirve, no deja de aumentar, el ciudadano, la persona común y corriente, inerte,
indefensa, no deja de pagar las consecuencias.
Y así pasa que un día el vecino que veíamos pasar todos los días, volviendo de su trabajo honrado, sin previo aviso muere violentamente, o vuelve a su casa para encontrarla desvalijada, o para ver llorando a su hija, golpeada y arrastrada para sustraerle un celular que todavía está pagando, o a su hijo tirado en un rincón agonizante con la nariz llena de vidrio molido.
Puede volver a su casa para ver a sus mascotas envenenadas o sus puertas
y ventanas o su auto destrozados, o vive la simple tortura de no poder pegar un
ojo hasta que se hacen las cinco o las seis y tiene que levantarse para ir a la
factoría a dejar doce horas seguidas de su vida por un sueldo de miseria. Y así hace su aporte estoico al país sin
saber a ciencia cierta si en el mismo momento en que se pone los guantes para
comenzar su día no abusan de sus hijos pequeños o su mujer con el despiadado
salvajismo que provocan hacia los demás los cocteles nocturnos de anfetaminas y
alcohol…
Es que nadie quiere el problema, pero menos aún, nadie quiere ser parte de la solución, porque claro, viene de arriba la cosa y no es bueno enfrentarse al poder, porque el poder puede y si se puede proteger lo propio de manera que el desastre le caiga encima a un vulnerable indefenso, más tarde vendrán a ofrecernos los restos…
Y así parece elevarse nuestro techo cuando el de al lado
cae… aunque el golpe que nos prepare la verdadera realidad es solo cuestión de
tiempo… Claro que todo esfuerzo
destructivo será premiado y entonces se multiplica, claro que hundir al
vecindario en un mar de oscuridad y barro, de enfermedad y miedo será
reconocido, y algunos logran trabajar oficialmente de eso: es el costo de que
barran las veredas en la tranquilidad del centro de la ciudad, hasta que…
Claro, nadie, nadie esta exento…
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