¿Porque plantar? En un mundo tan perfeccionado que nos ofrece todo empaquetado y asépticamente al alcance de la mano, es la primera pregunta que se opone a la soberanía alimentaria y económica, casi como una queja anticipada.
Aunque
las cíclicas crisis nos dejen haciendo cuentas para cumplir con los
compromisos, o acumulando estrés y horas de trabajo, o revolviendo tachos de
basura, mendigando, o cambiando nuestra dignidad por migajas políticas, o
recurriendo a la violencia y el delito como caminos expeditivos de resolución
del conflicto urgente y cotidiano del hambre, de la desesperanza, la exclusión…
Pero en cuanto un poco de luz se adivina al fondo del túnel ya estamos otra vez embarcados en la misma carrera de siempre, buscando una forma más fácil de consumir, mas “barata” más reelaborada, rápida, insípidamente vistosa.
Pareciera que el arte de cocinar está quedando reservado a los grandes chefs para disfrute de los poderosos que pueden pagarlo, el resto, pierde noción del sabor, del aroma, del poder nutricional que de todas maneras no sobrevive bajo el gusto fuerte del alcohol, tabaco, café, así como bajo el diente afilado del tiempo que nos falta para ser más eficientes, mas útiles, mas prácticos para la acelerada sociedad de consumo, a riesgo de ser descartados sin previo aviso, a la menor falla.
Y así también hemos dejado que se transforme el mercado de los alimentos,
acribillados por las publicidades engañosas que dicen que todo lo fresco y
casero es veneno, que todo lo artesanal y orgánico está contaminado y es
peligroso, que solo el engranaje genera vida, solo la cinta transportadora es
salud para nuestro cuerpo desorientado, solo los grandes empresarios son
capaces de decidir bien por nosotros.
Mientras el campesino resiste con su propia piel los embates de la modernidad, cuidando su parcela en medio de un mar de destrucción sistematizada, mientras los que buscan un producto sano son engañados mil veces con sustitutos.
Y así, desconectados unos de otros,
aun así, algunos cada tanto asumen su responsabilidad con el planeta haciendo
lo que está a su alcance en vez de llorar por catástrofes cinematográficas que
solo buscan inclinar la opinión publica hacia la privatización de las
soluciones a favor de los mismos que lucraron hasta el fin produciendo el
problema.
Entonces ¿qué es lo que tenemos al alcance de la mano? No mucho, principalmente: nuestro cuerpo ¡y eso no es poco! Infinito y misterioso encadenamiento de procesos, sistemas, emociones, conocimientos…
Una no-maquina perfecta y sin fisuras, con una autonomía asombrosa, capaz de percibir absolutamente todo a su alrededor y modificarlo con un gasto energético insignificante. Entonces empecemos por reconocernos, tocarnos, asumirnos…
No somos un producto de la televisión, ni el
final anticipado de un chiste de entreactos, somos personas, perfectas en su
esencia, envueltos innecesariamente en diez mil capas de superficialidad y
falsas promesas de bienestar moderno esclavizante.
Podríamos darnos cuenta por nosotros mismos de donde vienen los calambres y las enfermedades, esa gripe recurrente, el cáncer que asusta como un fantasma que acecha desde la oscuridad.
Pero no, seguimos intentando una rutina absorbente para descansar después tirándonos a mirar una pantalla donde podemos ver a los grandes deportistas explicarnos sus rutinas artificiales de entrenamiento.
Y mientras tanto, célula a
célula, vena a vena, en cada musculo, hueso o tendón, en cada órgano interno esforzado
por asumir un bombardeo constante de venenos, el compás se atrasa cada día mas
hasta que un día no nos podemos levantar de la cama ni con el abanico de
antibióticos, antidepresivos, antivirales, antitodoensutotalidad que finalmente
esperamos inventen un día para vivir técnicamente sanos…
Pero claro, la salud no pasa por una definición simple, mucho menos puede decirse que sea un proceso automático, en realidad es un tema tan complejo como librado al azar, aunque cada uno podría reconocer instintivamente, la mejor elección, el camino hacia una vida sana.
Definitivamente eso no sería lucrativo, lo que hace falta es que nos enfermemos y después curemos farmacológicamente, y en esa triste realidad impuesta a la fuerza a la mayoría de la población de los países llamados “desarrollados” lo que comemos tiene un valor absoluto como generador y detonante de la inmensa mayoría de las dolencias agudas y crónicas.
Por
supuesto que la medicina nos engaña, nos mecaniza, nos automatiza y nos
transcribe institucionalmente como objetos inertes atados a definiciones, pero
eso no tiene que ver con nuestro potencial.
Entonces… entonces volvamos al punto:
¿Por qué plantar?
Porque necesitamos urgentemente un respiro, una tregua, porque no tenemos acceso a alimentos sanos, nutritivos, porque hemos perdido la capacidad de apreciar el verdadero sabor, el olor, la textura de lo que comemos.
Porque hemos perdido la relación entre la vida y nuestra vida, y ya nos olvidamos que para alimentarnos basta cortar una hoja de una planta viva, que absorbe de la tierra fértil y el sol, del agua de lluvia todo lo que al rato seremos nosotros mismos, perfectos sistemas de trasformación.
Sería tan fácil volver a reconocernos como soberanos de nuestro tiempo y nuestra tierra, y decidir en consecuencia para nuestro propio beneficio, y no de empresas mundializadoras del perjuicio y el saqueo, fabricantes de corrupción y violencia, que no dudan un segundo en destruir un país cualquiera hasta sus cimientos solo para abrir un nuevo mercado o acceder a una materia prima.
Somos la materia prima del universo, nosotros, como personas, a la
par de cualquier otro ser vivo, solo que no podemos elegir sin equivocarnos, al
haber nacido en cautiverio, y el camino para deseducarnos, para demoler piedra
a piedra las murallas interminables de dogmas y prejuicios, preconceptos,
verdades inalterablemente dirigidas y parciales, se demuestra difícil y oscuro…
No hay sin embargo nada más oscuro que la tierra negra, y solo ahí podremos aprender lo suficiente para encarar los difíciles años de lucha que se avecinan, metiendo las manos en el planeta vivo como una fuente inagotable de recursos libres y gratuitos, y todo empieza por un tomate, una lechuga, una ramita de perejil…
Dejemos de admirar el tosco portaaviones cuadrado y lento, solo capaz de sembrar la muerte, y empecemos a poner la vista en el suelo, aunque tengamos que inventarlo, colgando macetas de las rejas que protegen nuestro departamento del vandalismo latente de la vecindad.
Es un reto, un desafío: puede ser un hecho, cambiar el enfoque nuevamente, desde un sistema que nos interpreta como engranajes descartables para su despiadado funcionamiento, hacia seres humanos que interpretan el mundo para su felicidad y bienestar...
Estamos a tiempo, muy a tiempo…
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