01 junio

Saltando el laberinto

 

 


Vivimos de un formato social, estamos completamente asociados a él para desarrollarnos y lograr nuestros objetivos, no es de otra manera como nos llegan las noticias sino por su intermedio.

  Nacimos atados a la noticia de nuestro nacimiento, que decía que todo había marchado bien y que no podía ser sino así, que habíamos nacido para apuntalar la sociedad en todos sus parámetros, y cada día nos forja y nos fortalece en el estatus quo más implacable y avasallante.  

Somos parte, somos parte, un engranaje, una pieza, el combustible surge de nuestras venas, para poner en marcha la maquina predecible e implacable del sistema.  

  Nos compramos remeras de uno u otro color, solo por el vicio ajeno de confrontar, hasta que lo hacemos costumbre, y nos desangramos matándonos unos a otros en pos de ideales, proyectos, países, imperios, negocios… ¡Cómo nos convencemos de ser parte! 

  Cada día: ¡como logramos destruir la esencia universal de nuestro ser, para acotarnos y acorralarnos, para clavarnos en una idea ajena, como un afiche de estación que pronto se ensucia y se rompe con la lluvia y el sol!

 Pero amo la libertad y no me dejo convencer nunca, jamás, ni un solo día, de que mi vida tenga que tener un sentido ajeno, que haya nacido para establecer un dios, un idioma, un país, una familia, una raza, una moral, una ideología…  mucho menos para sembrar fábricas y armas nucleares, torres de petróleo, asesinos uniformados, masacres mediáticas y líderes cínicos, soberbios y desalmados.  

  He decidido mi propia muerte, he decidido caminar con mi muerte en el bolsillo… no voy a responder, no pienso ser parte de los asesinos, de los destructores auto justificados del mundo.

  No, no voy a devolver golpe por golpe hasta que las calles se llenen de sangre, y pretender que al ejercito de locos que masacra los ideales de cada ser vivo, se le puede responder formando parte del ejercito de locos que responde a la agresión...

  No voy a dejar de respirar y atrapar el sol en los ojos antes que alimentar una maquinaria policial de represión y búsqueda de culpables sociales, de hipocresía y etiquetamiento compulsivo de seres humanos.  

  Pero como amamos las etiquetas… 

¡Amamos las etiquetas! Nos simplifican la vida en bueno-malo, lindo-feo, se puede-no se puede, inferior-superior, negro-blanco… etc. Etc. Etceeeeeeetera… 

Y así vamos escupiendo nuestra propia sangre de tanto mordernos la lengua para no hablar, mientras los billetes que nos faltan ganar nos comen los talones.

  No voy a llorar por los árboles talados, sin volver a plantar, no voy a pararme enfrente del tirano, sin que mi vida misma sea una molestia a su maquinaria de dominación.  

  No voy a dejar de vivir sin tirar semillas al viento, sin crear, sin admirarme ni sorprenderme de la vida, sin pensar en poner precio ni atar a nadie, sin contagiarme de la sonrisa de un niño, sin luchar desnudo pero a manos llenas, sin compartir un plato aunque este vacío… 

  Y así me desperté como siempre ayer con esta sensación de tener una granada estallando desde adentro de mi pecho, y, sin motivo, con una fe absoluta en el mundo, en la vida, en el destino, mirando lo picaflores revoloteando en los jardines de las comisarias ensangrentadas, los árboles talados tirando otra vez un nuevo brote rebelde entre el cemento sucio de la ciudad.

  Entretanto se puede ver en cada esquina a los adolescentes peleando sin pausa por sus sueños fabricados en masa, los niños jugando sin dinero, el sol asomando atrás de la llovizna entre las chapas agujereadas y la basura, como la alegría asoma entre el hambre, el dolor y el frio.

  Y entre la tierra húmeda, mil millones de brotes y formas de vida que no necesitan saber quien salió campeón de que, como el inicuo traiciono, ni cuándo van a arar, otra vez… 

  Y el agua corriendo siempre hacia abajo, siempre juntándose, siempre haciendo un cauce nuevo, incontenible, o escondiéndose en la hinchazón de las semillas, en la aserrada turgencia de las hojas nuevas, en un charco nocturno que espera la luz de la luna, en el ojo inquieto de un pájaro que se alisa las plumas antes de volar, o regalar su canto al viento.

  Y así apuntar hacia el mar, siempre, como el caballo inquieto que galopa dentro mío, que un día deje entrar para que me enseñe a compartir su camino hacia la libertad, aun cuando parezca saltar en pedazos, al conquistar del mundo un nuevo lugar.  

  Y volví justo a tiempo para admirar las flores pisoteadas, acomodándose aun así al sol, la puerta rota a patadas, la casa saqueada nuevamente por el miedo y la intolerancia, sembrada de vidrios rotos, y realmente no logro que de todo esto me importe nada… 

  Entre los escombros y el barro vuelven a brotar mis sueños…mientras desde allá, aun hoy, una voz envuelta en luz acaricia suavemente mi corazón. 



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