Como si fuera tan fácil, como si fuéramos tan justos, tan imparciales, juzgamos… y no nos conformamos con eso, prejuzgamos y tiramos a matar, por las dudas, que salte el bicho malo, cualquiera sea, de su cueva, de la vereda, del restaurante, de donde sea.
Como en las trincheras inmóviles de la primera guerra mundial, apostamos nuestra mira en un punto fijo y hacemos guardia por si aparece el enemigo (¡y dale, ni lo pienses…! ¡Pum!)
Uno menos, que alivio, pero seguro quedan más, muchos
más, nunca estaremos tranquilos, con esta trampa permanente de tener que
compartir el mundo con tanta gente equivocada que piensa que tiene razón…
¡igual que nosotros!
Que ilusos, si la razón está de un solo lado y es donde estamos parados, pero bueno, no hay porque ponerse triste, llegara el día en que el mundo sea perfecto cuando todos estén debidamente controlados, o sencillamente eliminados.
Si, si, no es tan descabellado, estamos hablando de la justa razón, no hay un motivo lógico que impida actuar radicalmente en estos casos, peor sería dejarlos crecer y que un día nos manchen, nos contaminen con su vieja peste… Por dios, que no lo permitiremos, verdad? ¿Verdad?
Ahí ese de ahí, si vos, ¿no estás muy convencido no? ¿No serás de los otros, no serás el enemigo? Y acá mismo, oh que horror, nunca pensé que tendría que ver su repulsiva cara frente a frente ¡pero que esperan mátenlo!
¡Mátenlo ahora antes
que llore y se justifique y contamine los oídos de nuestros niños con su
lloriqueo y se arrastre hasta agarrarse de nuestras rodillas! Eso! Eso es! Así
está mejor. Bueno… como les decía…
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