Estaba el capitán del portaaviones mirando los gráficos, el nuevo caza de combate había prometido superar las limitaciones de sus predecesores, y estos pilotos lo estaban demostrando.
Maniobrabilidad y rapidez, capacidad de respuesta, autonomía, poder de fuego, todo perfectamente balanceado para la lucha en el aire y la caza de los grandes bombarderos y aviones de transporte o la destrucción invisible y rápida de los cruceros y tanques enemigos…
Sintió un cosquilleo de orgullo en el pecho y se imaginó volando uno, encendiendo buques enemigos como candelabros.
Por el silencio de los hombres a su alrededor, fijos todos los ojos en la
pantalla que mostraba el desarrollo de las pruebas, la repetición implacable de
los blancos explotando en el mar, supo que compartían la misma emoción, y casi
tuvo ganas de llorar y tomarlos de las manos y felicitarlos a todos con un
abrazo y preguntarles por su vida lejana en las costas, por sus familias
olvidadas, por sus mascotas y balcones con macetas…
Pero se cuadró en un solo golpe de talones, giro intempestivamente y ladro una orden imperiosa: “al puente”.
Las ultimas
llamas se extinguían sobre las balsas-maquetas, como demostración del poderío
recién demostrado, ahora solo quedaba ir a buscar los sensores para terminar de
recopilar los últimos datos y saber con certeza con que poder exacto de
destrucción y muerte se iban a encontrar los que osaran enfrentar las afiladas
narices de las aeronaves.
Bajaban en fila por la angosta escalera, cuando creyó oír un graznido, un pitido un… algo así como hacen los pájaros (completamente prohibidos por cierto, por correr el riesgo de sensibilizar a sus bravos marinos). Se detuvo en seco, inmediatamente interrogado por su segundo…
_“¡Señor!” -Esperando una orden inesperada y exacta, como todos los demás-.
La reacción inmediata lo desconcertó y olvido instantáneamente lo escuchado, pero como un eco en sus oídos que intentaba capturar, se llevó la mano a la oreja, formando una pantalla, escuchando atentamente, los ojos perdidos en una nebulosa de vigilia total.
Sus hombres respetuosamente hicieron lo mismo, en la escalera, pareciendo a cualquiera que mirara desde lejos una caricatura o un video musical en pausa, pasaron cinco segundos, en que el resto de los marineros, mecánicos, ingenieros, oficiales, y ordenanzas que miraban las pantallas gigantes en la cubierta, atentos a la comitiva que bajaba, no demoraron en hacer lo mismo, como hipnotizados por el extraño carisma del capitán…
Hasta que un tenue y apagado rugido empezó a escucharse hacia el
oeste, inesperadamente, agrandándose, hasta tomar volumen y terminar dibujando
en el cielo las estelas de un racimo de flechas voladoras que hubiera lanzado un tremendo arquero.
La admiración del personal no podía
crecer más, ciertamente no era el lado por el que tenían que llegar… habían
pretendido burlar la confianza de todos, sorprenderlos jugando una última broma
que demostrara su poder, invisibles hasta para los propios radares, llegando
lentamente desde el lado contrario, pero el Capitán, Padre y Dios de todos
ellos, los había presentido y advertido antes que nadie…
Se formaron en el puente, haciendo un saludo, y miraron pasar los fugaces destellos blancos por encima del navío.
En el resto del mismo, los demás, mas expansivos y menos sujetos por el protocolo, saltaban gritaban y se abrazaban sin dejar de hablar y reír, emocionados por el caudal de muerte que prometían los nuevos prototipos…
El Capitán dio una serie de órdenes precisas, por lo demás sabidas
de antemano, estrecho efusivamente la mano de sus subordinados y se retiró a su
camarote, después de tan largo y extenuante día… arriba, daban una última
pirueta antes de descender triunfalmente sobre la corta pista. Ya todos corrían
a sus puestos…
El Capitán caminaba majestuosamente por el inmaculado corredor, sintiendo el eco de sus zapatos resonar sobre las metálicas paredes pintadas de gris, atravesando el barco por la panza hasta su camarote personal, saludo a un marinero que se quedó firme con el escurridor en la mano, como su fuera un fusil, y siguió su camino, cuando creyó escuchar un zumbido. Miró para atrás pero no había nadie…
Se quedó quieto escuchando, un raspado como de
guitarra sorda que se iba definiendo en el canto de un grillo que luego avanzo
desde atrás de unas cañerías a los saltitos despreocupados…
Iba a pisarlo cuando su vista acostumbrada a enfocar e interpretar pequeñísimos detalles en el cielo y el mar, percibió que por abajo, del refilón de su puntera que bajaba, el animalito lo miraba.
Sintió un escalofrió, el velo de la muerte y su poder, sintió que esa muerte era injusta y estúpida, y todo eso mientras detenía su pie en el aire y el grillo se acicalaba las antenas con sus mandíbulas especializadas… De repente, lo vio como un artefacto inconcebible de percepción, perfecto, y se agacho a admirarlo.
Sus articuladas antenas, sus ojos, su tranquilidad frente al peligro que lo desarmaba, sus patas ganchudas, todo su ser ensamblado milagrosamente para ser perfecto, un ser perfecto que merecía vivir…
Un ruido a sus espaldas lo despertó de su mutismo, se sacudió las rodillas, que no se habían ensuciado, y siguió a su camino, mientras se sacaba la gorra y miraba su elaborada trama, incomparablemente pobre frente a la hiperdetallada majestad de la vida. El barco, prodigio de la técnica: una vil imitación sin valor frente a la más humilde de las criaturas…
Se encerró en su camarote intentando dormir un par de horas, solo para soñar con niños de todas las razas del mundo jugando a ser grillos que lo miraban con su cara… En sueños una lagrima escapó de su ojo derecho y bajó por su cara afiebrada hasta desaparecer, absorbida por las sabanas.
Despertó obsesionado y de mal humor, lo primero que llamo su atención al salir afuera no fueron las esplendidas naves expuestas sobre la cubierta sino una bandada de lejanas gaviotas que ondulaban y giraban en una danza eterna y distraída.
Miró el prodigio de diseño perfeccionado para suprimir la vida en cualquier parte del mundo, tosco, plano y aguzado, sin sentimientos, y le dijo a un mecánico que lustraba pacientemente una turbina “es lo más hermoso que vi en mi vida” y se sintió un idiota.
El mecánico
sonrío afirmativamente y siguió acariciando el frio metal mientras el capitán
volvía la vista distraídamente hacia el mar…
Pasó una semana sin novedad, cumpliendo la ruta y la misión con total eficacia y tranquilidad, conocía a casi toda la tripulación por su nombre, y le gustaba interrogar a alguno de vez en cuando o tratar de vislumbrar los motivos que llevaban a algún bajo rendimiento: habiendo estado en el real teatro de la guerra, sabía que un ser humano es tan frágil como fuerte, dependiendo a veces el cambio de condición de una sola palabra de respaldo.
De pronto se vio analizando el estado de animo de sus
hombres por el ritmo oculto al caminar, por el brillo de sus ojos, y se dio
cuenta de que a muchos de ellos no le interesaba pelear, ni esperaban formar parte
nunca de ningún combate…
Su mente se extrapoló a los cruceros enemigos, a los acorazados que deberían hundir, imaginando la misma situación. De repente se encontró pensando si la guerra no era en realidad una estupidez. Por un segundo tuvo conciencia de que tarde o temprano tendría que mandar a morir a personas que amaban la vida, y que en realidad no tenían ningún problema con ninguno de los que iban -en el mejor de los casos- a asesinar limpiamente.
Recordó la última reunión con el Estado Mayor,
esos viejos Generales secos recostándose en sillones con un uniforme bien
planchado, que no dudarían en sacrificarlo a él y a todos sus hombres en una fallida jugada de ajedrez.
Un día, bajando por la costa de África, apenas habían terminado de bombardear un poblado costero, rasantes las aeronaves (una misión de última hora)... No era su intención saber los motivos -los reales por supuesto- cuando cambio el viento y a través de millas de mar creyó sentir el olor a fuego y carne quemada, otra vez…
Y entre el festejo de la tripulación creyó también distinguir algunas caras apenadas, sólo simulando idolatrar la muerte, y se preguntó si realmente era necesario, si el mundo entero no podría llegar a la paz de otra manera que no sea a través de las bombas…
Un
insignificante mosquito lo saco de sus peligrosas reflexiones, sintió en su
mano el picotazo y levanto la otra para aplastarlo cuando lo vio, fijo en su
objetivo hundiendo el pico en un poro, hasta la empuñadura de su nariz de
mosquito. Ser, materia viva no quemada por el fuego. Y así quedó mirando cómo
se redondeaba la panza y se volvía roja de su sangre y dudó hasta cuando el
mosquito extrajo su jeringa y se agazapó para despegar… (Que tecnología! Que
delicadeza de movimientos! -pensó el Capitán)
Increíble, pero el bicho, pesado, apenas terminó de levantar vuelo contra la brisa, que fue arrastrado con el viento hasta caer en el mar.
Rascándose apenas la mano volvió a la sala de mando, donde la rutina de la muerte se hacía más desagradable, al escuchar las risas de los pilotos que ametrallaban a los sobrevivientes. En ese momento se dio cuenta que la vida de sus hombres, el mosquito, él mismo y los aldeanos que estaban exterminando en nombre del progreso, valían tan o tan poco unos como otros…
Se sentó pesadamente mientras salían ya dos lanchas rápidas a recolectar pruebas y fotografías.
En el momento adecuado, estos pescadores serian convertidos en piratas, su indefensión en peligro inminente y todo esto no había aún sucedido.
Pero si, él lo había ordenado, pudo parar la mano,
pero los aplastó, como a un mosquito. Transmitió las novedades por radio
personalmente, y se encerró en su camarote.
Pasaron dos días sin que nadie lo viera salir de su habitáculo. Pudo simular que estaba enfermo, pasó una semana y ya no abrió la puerta. Pasaron diez días y le comunicaron que estaba bajo arresto, lo que le produjo un gran alivio, dos hombres hacían guardia sin armas, respetuosamente y lo seguían sin atreverse a mirarlo, nadie alcanzaba a entender.
El médico quiso darle un
coctel de fármacos pero no se lo permitió, seguía siendo El Capitán aunque
estuviera preso, y sabía que iban hacia un puerto amigo, a entregarlo a un
consejo de guerra y a un juicio militar, sabía que iban lentamente aplazando el
día, pero un día iban a llegar…
Podía sentir la tristeza de sus subordinados, tristeza que no habían sentido al matar y mutilar y eso no lo hizo sentirse mejor… hace dos días que dormía sin sacarse ni los zapatos….
Cuando una nube de mosquitos le indico que estaban pasando frente a la misma costa, otra vez…
¿Podía ser? Miró a los marineros avergonzados, que bajaban la vista para no hacerle sentir su tristeza, destruidos moralmente por el derrumbe de su ejemplo, de su padre, de su implacable motivador durante los últimos cuatro años…
Con una sola seña, que tal vez todos estaban esperando, freno el barco. Se quitó lentamente el uniforme mirando la costa, hasta quedar completamente desnudo, y bajó lanzándose hacia el mar en un salto limpio y directo.
Cuatro mil doscientos pares de ojos lo vieron emerger, milagrosamente intacto: su rostro barbudo asomaba de las aguas calmas y cálidas. Algunos lloraban desconsolada y marcialmente firmes en su lugar, otros lo saludaban militarmente, otros se abrazaban como hermanos pequeños que hubieran quedado solos.
Cada uno sintió que estaban haciendo lo correcto, como si el poder de la última mirada del capitán, desafiante, les hubiera comunicado a todos las razones de su voluntad…
Su braceo sobre el mar que empezaba a picarse apenas,
lo alejaba lentamente de la ciudad flotante.
El segundo al mando saco su libreta y
empezó a borronear un informe: “…hoy ha huido el Capitán…”
Inmediatamente pusieron las maquinas al tope y cortaron el mar en dos mitades, nadie quería comprobar en realidad si el capitán llegaba a tocar tierra en ese mar plagado de tiburones…era su guerra.
Un mecánico, mecánicamente, se puso a doblar
el uniforme lleno de estrellas que había quedado desordenado sobre la cubierta…
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