Tristeza...
No la siento por los perros sarnosos, por los caballos apaleados, por los tigres cancerosos enjaulados, ni por los halcones con las alas cortadas.
No la siento por los niños descalzos con frio, con hambre y sed, con sueño y miedo en la calle. No la siento por los policías y delincuentes mutuamente acribillados por la necesidad de un sistema de delegar las culpas a los microbios.
No la siento por los adolescentes que van a la escuela obligados o los niños que no conocerán la selva virgen y los árboles que son más gruesos que un abrazo.
No la siento por los extranjeros y las
prostitutas, expuestas en la noche, por los negros en un mundo de blancos, por
los enfermos terminales que esperan su muerte y cada día tarda más en llegar,
en realidad podría seguir enumerando hasta el infinito situaciones que no me
causan ninguna compasión, pues todos ellos tienen aún una oportunidad de ser
libres...
Lo que
realmente me da lástima por la especie humana son todas esas personas que para
asumir el mundo no cuentan más que con un fajo de dinero y el horario de
comercio, esos sí que están prácticamente condenados sin remedio...
¿Tristeza?
Lo que no quiero es pagar impuestos para que llenen las cárceles, para que custodien los restoranes y las casas más lujosas de los suburbios, para que siembren miles de cámaras en mi intimidad.
No quiero trabajar para que viajen seguros los camiones de caudales, para que le regalen todo a las mafias financieras, para que los comerciantes deshonestos cierren las cortinas sin sobresaltos.
¿Qué locura es esta sociedad que nos cobra por la cura mientras vive sembrando enfermedad? Quiero pagar por meter las patas al mar, y caminar bajo mi propio riesgo en un mundo sin vigilar, por andar desnudo y no tener que pensar.
Solo quiero pagar con mi tiempo por trepar a un árbol en su época de fruto, por correr atrás de un animal que pueda comer y delante de otro que no me tenga piedad.
Sin embargo solo veo supermercados y casas de cambio, bancos y tiendas de moda inútil. La tecnología fabrica topadoras, cosechadoras, aviones y bombas, vacunas y sistemas de alarma temprana y a cambio solo nos pide exterminar la vida, allí donde la veamos, sin amagues ni perdón,
Solo luchamos por convertir a cada ser humano en menos que un objeto, mas descartable que una
máquina, más prescindible que la etiqueta del presentador de noticias.
Y sin embargo solos nos entregamos,
solos, sin ayuda de nadie, es más seguro poner el pie donde va la marca, y
seguir el camino ancho de la esclavitud voluntaria, autocontrolada,
momificada.
¡Tristeza!
Aburridos los verdugos juegan a las cartas a un costado, ni siquiera ya trabajan, todo marcha tan bien, tan aceitado, cada cual como un burro sigue la piola donde hace rato cayo la zanahoria podrida, y ya ni siquiera se hace preguntas… acelerando para esquivar al inconforme, leproso, apestado, antes que lo aplasten y salpique.
Apartados
espantados, dejan lugar, dejan pasar, dejan hacer, solo para que se vaya lejos,
solo para que no rompa su línea ¡¡su indefensa mecánica de la satisfacción!!
¿Y por qué hay que escapar hacia el otro lado, por qué no ser felices cayendo a la monstruosa picadora?
Tal vez solo porque existe la oportunidad de escaparnos, y el engranaje perfecto diente a diente, predecible, estúpido, lento como la multitud de carceleros que lo formula, permite cruzar volando, como si fuera el cielo rodeando una estrella fugaz.
Ellos….prefieren pensar que desapareciste, que tu vuelo se consumió a sí mismo.
Porque están acostumbrados a conocer solo esos combustibles, consumir y expoliar, agotar sin remordimientos. Pero decidir lo contrario es llegar al primer punto fijo de un nuevo mundo, ya estas libre, puedes caminar, sonreír sin pedir disculpas, y vivir un segundo más para hacer valer la vida,
Ya podemos luchar para que la propia semilla caiga en terreno
fértil, y hoja por hoja, raíz por raíz, sembrar un ser humano dentro nuestro.
Y por ahí volver a simular,
eventualmente, el camino de los demás.
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