Vivimos en un mundo de acciones. Un mundo en acción, tremendo, implacable, devastador y milagroso.
Vivimos en un mundo
eterno e inalterable, y a la vez, modificable, escaso y predador pero a nuestro
alcance, perceptible y abundante, generoso…
No pareciera haber contradicciones reales entre cualquier pensamiento pensable, todo es posible, todo puede suceder, en cualquier momento, en cualquier lado, y todo al mismo tiempo… en un planeta inabarcable, inmenso y variado, nuestro pensamiento es hijo del mundo que nos acuna, del mundo que pisoteamos.
No podría ser de otra manera, como no
podría engordar un gusano fuera de su manzana… pero nos despertamos en este
laboratorio llamado sociedad de consumo y apenas abrimos los ojos nos convencen
que nuestros pensamientos son los amos del mundo de una manera tan clara que ya
han sido catalogados y perfeccionados para su mejor funcionamiento por los
medios de comunicación de masas y ya no necesitamos ni siquiera pensar…
¿Y qué es la acción sin pensamiento, en
que se transforma? Obviamente, en omisión ¿es el otro polo dialectico no?
Transformamos la acción de estar vivos en la omisión misma de la vida, en la
ausencia de reflexión y decisiones, en el paso adormecido del rumiante que se
olvida del matadero y convierte su camino en una nueva vida, su cautiverio en
un paisaje inerte.
¿Cuándo fue que dejamos de espantarnos de los alambrados, de los rebencazos? ¿Cuándo fue que decidimos obedecer para que le caigan al de al lado, al que vive sin entender los límites impuestos, al que no acepta entregar su poder de decisión?
En la raza humana, siglos de servidumbre ocultan las respuestas, toneladas de doctrinas, ramilletes de dioses… Vivimos en un mundo ajeno a nosotros mismos, resignados a ser fichas de un juego que no es nuestro juego, enganchados al carro de cada imperio que nos necesite, pendientes de cada novedad que nos sume insignias del lado de la normalidad, de lo establecido, de la hegemonía.
Queremos estar del lado de los ganadores aunque sea peleando quinientos contra uno.
¿Y después qué?. Por fuerza debe nacer otro enemigo, entonces… después hay que tratar de no ser resignificados, recategorizados como disidentes, al azar o no tanto.
Pero todo es
posible, somos el combustible de una máquina que no detiene su marcha, y
omitimos nuestra vida como precio para poder subir a evaporarnos…
Entonces les transmitimos el manual a nuestros niños sin pensar, nos enrolamos sin críticas en cualquier sistema de validación social, como un club o un trabajo, un sindicato, una empresa, un rol cualquiera en la sociedad.
Y desde ahí multiplicamos todo, exactamente
igual que antes, aun cuando nos demos cuenta que ya no alcanza para todos,
hemos perdido la capacidad de imaginar opciones, y solo podemos caminar hacia
el matadero.
Más allá de las metáforas, nuestro estilo de vida actual es un camino hacia la muerte, nos envuelven en estadísticas, en relaciones temporales, en historias de grandes imperios, en memoria adulterada del desastre.
Y cuando llegamos a un principio de conciencia
de nuestra situación, nos venden soluciones apócrifas, respuestas clasificadas,
actitudes autodestructivas… sin embargo estamos a tiempo de analizar nuestro
proceso de percepción y volverlo más personal, más propio de nosotros mismos,
más cercano a nuestros sentidos, para poder recordar soluciones a nuestros
problemas que no sean fabricadas por nuestros enjauladores.
Aun mas, vivimos pendientes de la mirada inquisitiva de los otros, encerrados en un estatus enfermizo y destructivo de “normalidad” aceptando como fatalidad de los tiempos cada aspecto destructivo de nuestra cotidianidad, cada nuevo espacio conquistado a nuestra libertad por el sistema absorbente y total que nos envasa en un rincón cada vez más reducido, predeterminado e inmodificable de nuestro ser total…
Y desde las posibilidades totales como seres humanos, nos deslizamos cómodamente
hacia la oscuridad de la descaracterizacion como seres vivos y la delegación de
nuestra responsabilidad individual y colectiva sobre el mundo que modificamos
con nuestros actos.
Entonces, podemos aun volver a convertirnos en sujetos más que objetos, sujetos de acción, activos, responsables… pero es incómodo, nos obligaría a replantearnos completamente…
Paguemos entonces el precio de nuestra comodidad y aceptemos vivir como fichas
de un tablero que jamás caminaremos, hasta que nos coman estratégicamente sin
dejar rastros, solo para que otras fichas ocupen temporalmente nuestro lugar
ante la atenta mirada de los amos del juego.
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