¿Por qué estamos dibujando? Por qué para un niño, la única forma más fácil barata y espontanea de expresarse, la única posibilidad siempre a su alcance es la violencia?
Parece exagerado, claro, porque nos cuesta reconocer que ni siquiera les damos un par de lápices sin gritarles por las dudas que se les caigan al suelo y los rompan, porque esos diez o quince segundos que nos lleva sacarles punta los tenemos que robar de nuestro inapreciable tiempo de adultos.
Ese mismo tiempo que no dudamos en
malgastar frente al televisor, por nombrar solo una de las causas y formatos en
que validamos y construimos nuestra fatal y estática incoherencia antes de ser
avasallados por las consecuencias de nuestro abandono…
Porque
no reconocemos, no nos hacemos cargo del abandono absoluto en que dejamos a la
infancia día a día, en casi todos y cada uno de los hogares, más allá del nivel
cultural o económico, de la nacionalidad, el credo, el color la religión o la
raza, sin distinción de ninguna especie: casi la única forma en que ha
triunfado de alguna manera espuria y grotesca la tan afamada democracia…
Claro, podríamos decir que es más fácil cantar y hacer música, y en algo tendríamos razón, pero ya son construcciones sociales, comunitarias, que deben ser aprendidas, tal vez en el pequeño resquicio que las instituciones escolares dejan a la libertad, o por alguna valiosa y rara interacción con el mundo de los adultos, que nos dan (les dan, les damos) sin embargo, su mensaje de adultos, muy alejado del mundo de los niños, y que parte, casi siempre de un solo mensaje claro y permanente: la guerra.
Entonces, casi siempre estamos en lo mismo, en la cancha, en la calle,
en nuestro trabajo, en la escuela, en los eventos deportivos y culturales, en
casa, con ellos y el resto de nuestra familia, casi siempre dando el ejemplo de
la agresión y el argumento autoritario, de la autoridad que emana de la fuerza,
de la fuerza que se justifica a si misma cuando toda legitimidad cae.
Claro que ellos se expresan también a través del amor, de una caricia, un abrazo, una sonrisa, del desprendimiento con que ofrecen el fruto de su esfuerzo o la forma de dedicar su tiempo a los demás sin pedir nada a cambio, pero eso no es lo que les estamos enseñando, no es lo habitualmente tolerado.
Eso no es un ejemplo que pueda ser incorporado desde el
mundo de los adultos, casi siempre indiferentes, intolerantes, pendientes del
lucro y la satisfacción inmediata, de
imponer nuestra visión a través del sometimiento y la humillación, de la
esclavitud voluntaria o de la esclavitud obligada por la necesidad, de la
coerción y el sentido impuesto caprichosamente a las apariencias, más allá de
lo inaceptable de las realidades que esconden este tipo de actitudes.
Porque además, un lápiz es barato, porque cuesta diez veces menos que una caja de vino barato, del más barato de todos, y la mitad de lo que vale un cigarrillo suelto en un quiosco, por no hablar de una botella de un buen varietal añejado, de esa marca, esa botella que pagamos tan cara solo porque nos hace sentir que sabemos y podemos hablar de vinos…
Por no hablar de otros vicios más deprimentes y mucho más caros, mas artificiales y sintéticos, más tóxicos y autodestructivos. ¿Será por eso que los gobiernos invierten sin dudarlo un segundo en nuevas fábricas de armamento y nunca, jamás, en una sola fábrica de lápices?
¿Será
por eso que nos causa tanto escozor invertir cada año en los útiles escolares
de nuestros hijos, recalcando y cobrando de mil maneras en su vida y en sus
cabecitas el precio desmesurado que pagamos por una caja de lápices, una
tijera, una plasticola, una goma y un par de blocks de hojas? ¿Será por eso que
los retaceamos hasta el punto de alegrarnos si jamás los usan, y por lo tanto
desgastan, estropean o pierden, ocasionándonos un nuevo injustificado gasto?
Estamos construyendo el mundo a través de las futuras generaciones, y
sin embargo los sentamos frente a una pantalla que les enseña a desperdiciarse
sin sentido, que ejemplifica solo con violencia de mil maneras aberrantes que
sin embargo aprendimos a reconocer muchas veces como divertidas e inofensivas…
porque preferimos poder estar al margen para usar nuestro tiempo a favor
nuestro.
A
favor de quien, a favor de quienes va a estar el tiempo si seguimos creando y
recreando el mismo mundo que destruye nuestras relaciones, nuestra dignidad y
nuestro poder de decisión, que arrasa con nuestras posibilidades de parecer
siquiera seres individuales, que nos etiqueta como medios y material
descartable usado en un juego tenebroso, cotidiano y de conveniencias que
parecen propias mientras obedecemos reglas ajenas…
Es por
eso que comenzamos acá, en el ojo de la tormenta, en el ombligo energético del
mundo, en la Republica del Sur, formada por estos barrios que se escapan de
Concordia, como el María Goretti, el Almirante Brown, la Carretera la Cruz,
Almafuerte, Ex-Aeroclub, Gruta de Lourdes o el Tiro Federal… Y esperamos se
sumen cuadra a cuadra todos los demás barrios, y toda institución que quiera
aportar a una construcción y una esperanza que no cuesta nada, sin banderas más
que las de una devolución urgente al sentido de compartir y aprender, brindarse
y brindar posibilidades a quienes no las tienen…
Y si
me puse a escribir esto, en plena madrugada, mientras espero el sol que me
garantice un nuevo día de lucha, fue por la revelación vergonzosa de nuestro
propio cinismo que se evidencio en mis propias manos, al sacar punta a un lote
de lápices que los niños devuelven a su cartuchera día tras día, para poder
dibujar juntos, para poder fantasear y crear unos escasos minutos, antes de
volver nuevamente a sus casas, donde muchas veces o por regla general, no
poseen nada.
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