¿Por qué no me callo? Porque siempre me gusto viajar. Entonces me mantuve en movimiento, a través de los años, recorriendo países y ciudades, ríos y mares, selvas y desiertos…y cuando llegué al fin de los caminos seguí viajando en las emociones y sentimientos, proyectos y esperanzas en marcha.
Porque viajar -alguien lo dijo en una canción- no está en el viaje, pero
si todo lo demás, la auto conquista y el crecimiento, la desilusión y la
sorpresa, la madurez y la experiencia, la fortaleza, la derrota, el desafío y
una luz nueva al final del camino.
Y fue a través de tantos caminos y tantos
caminantes que me fui haciendo periodista, al ver que siempre va a sobrar un
costado del mundo, un lado amplio y real pero “inexistente”, que no tiene valor
para las estadísticas, los gráficos y las expectativas humanas, por hallarse más
allá de las fronteras de lo necesario, de lo lucrativo, de lo mostrable (y por
lo tanto demostrable).
Porque el trabajo de periodista se ha vuelto un trabajo, como cualquiera, donde cualquiera puede cumplir una función mecánica para lograr un sueldo, y a través de las voces e historias de los demás, de lo establecido como tema de conversación y debate, acomodarse a las expectativas prefijadas que el estereotipo de realidad actualmente autorizado como espejo y expectativa social.
A través de
estas omisiones diarias, de estas defecciones a las que se ve obligado para
mantener su trabajo, accede, en cambio, a todas las ventajas y
premios(necesidades superfluas, productos descartables, consumo automático y permanente de veneno) que el sistema genera
y reserva para los que ganan una retribución fija…
Pero claro, el periodista no debe traspirar, ni arriesgarse, no como un obrero de la construcción revocando una moldura a 40 metros de altura, no como un cosechador moviendo sus manos en el campo bajo el sol, o un operario al lado de una sierra sin fin cortando madera ocho interminables horas.
El periodismo hoy en día es una construcción dialéctica que lo hace asemejarse pretendidamente a los oficios liberales, aunque sin gozar por eso de su libertad, o más bien, perdiéndola en aras de una retribución económica que será proporcional al nivel de desamparo de la verdad, a la manera en que se apilen las convicciones a un lado antes de tratar cualquier novedad, noticia o información…
Porque un médico evalúa,
mide, juzga, dictamina según su criterio, y después actúa bajo su
responsabilidad, pero un periodista, hoy en día, casi siempre, no.
Y sigo hablando del periodismo rentado, del periodismo mercenario que ocupa casi el cien por ciento del espacio en los medios, del periodismo que copia y pega, repite, fabrica, lo que no quiere decir que no haya de todo, como hay industriales que fabrican un serrucho, comerciantes que lo venden y carpinteros, que ponen su arte y su esfuerzo en la creación a través de ese instrumento.
Y así tenemos los grandes medios concentrados y las agencias fabricando noticias frescas cada día, los comerciantes, lectores impasibles de las mismas, comunicados oficiales y efemérides, y los aventureros que en la calle y atravesando los recovecos de la sociedad, buscan una realidad oculta y olvidada, un hilo suelto que lleve a desenredar el ovillo del poder, una historia que se convierta en un acto de justicia, un beneficio social, o una memoria oculta que explique los hechos que hasta ese momento se ignoraban.
Me gusta
ese periodismo que no necesita fechas porque no apunta a lo inmediato, a lo
efímero de la compra-venta de la verdad, a lo lucrativo de acomodarse y dejar
de pensar, y como puedo elegir, prefiero estar del lado de este último sector.
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