15 septiembre

Guerra sin fin

  


  Ha llegado la hora del apocalipsis, pero el apocalipsis no.  

  Todo sigue igual…

  Avanza y se gasta un nuevo siglo, un nuevo milenio, y nada parece haber cambiado, los mismos brabucones de siempre buscando pelea, el mismo poder inquebrantable resistiendo impune ante las pruebas de su saqueo y desolación programada, las mismas viejas elites del comienzo de las cosas, escribiendo nuevos capítulos cada día según su gusto siniestro…  

  Y todo entre grandes efectos especiales, abanicos de soluciones mágicas a problemas que antes no existían, usinas innumerables de espiritualidad mística embotellada y ejércitos mutantes que fabrican enemigos a medida que necesitan guerra…

Cuando el mundo era pequeño, como una aldea, todavía era útil la teoría del exterminio masivo.  O selectivo, o aleatorio, en realidad nunca importó tanto a quien matar sino la perfección macabra del mensaje, poder transmitir el terror persona a persona como herramienta de consenso asistido…  

  Pero con el avance del capitalismo, país por país, hasta tomar bajo su órbita del “Despojo para unos-Desperdicio para otros” la casi totalidad del planeta, se volvió impensable la guerra a la antigua usanza, donde podrían morir consumidores o trabajadores esclavos, dejando un lucro cesante que no haría aumentar la producción de las fábricas, ni sus cotizaciones en las grandes bolsas mundiales.  

  Las nuevas, viejas elites, creyeron más conveniente generar esa guerra híbrida del día de hoy, que no se sabe cuándo comienza y cuando termina, contra quién se está peleando, ni cuál es el territorio a defender 

  …Contra la pesadilla de la bomba de neutrones que mataba a todo ser vivo sin deteriorar las instalaciones, se impuso mediante golpes de efecto y campañas infatigables en los medios, nuevamente, la santa y vieja pólvora, las bombas a precio de costo (para los amigos) 

  La política de un millón de balas por soldado.  

  Esto se aúna a la estrategia de destrucción total de infraestructuras civiles a largas distancias como forma de proteger a la población mundial de sus propios excesos democráticos.

  No importa si se expresan en delirios autogestivos, pretensiones de independencia, soberanía, sustentabilidad o lo que fuera.  Cualquier cosa puede ser peligrosa si no se elige desde afuera. 

 Para las personas se crearon otros supervisores, que desalienten cualquier pretendida individualidad, que desmantelen los últimos esbozos de capacidad crítica participativa, que desmerezcan 24 horas al día cualquier visión propia, interna, de la cuestión social.

  Y no iba a ser de otra manera.  No hay más caminos autorizados que la guerra, para poder mantener todas las industrias en marcha, o lo que es igual, para mantener en marcha una guerra que no tenga fin, como industria mundial sin fronteras, como matriz del desarrollo humano. 

 Pero los señores de la guerra necesitan vender bien a sus enemigos, y luego derrotarlos una y otra vez para seguir pintando territorios de su color, y luego cambiar de color para poder volver a hacer la guerra… 

  Claro, en un tiempo de avances tecnológicos sumamente veloces, esta ecuación cerraba con un… ¡Muy bien diez! ¡Y los amados generales se retiraban a sus castillos de campo a contar doncellas ajenas y caballos robados!  Pero si miramos bien...

  No hay un arma moderna que no sea una tenue modificación de la espingarda, no hay un proyectil de obús que haya escapado a su graciosa forma de pepino: la innovación se terminó por completo después del año cincuenta.

  Se terminó la superioridad técnica y con ella la posibilidad de declarar una guerra que pudiera ganarse en el corto plazo con el solo argumento de la fuerza… 

  Con los límites infranqueables que se presentaron ante las fronteras de la Física, con la previsibilidad de la Matemática y la indiferente neutralidad de la naturaleza llegaron los Vietnam y las Coreas: cualquiera puede conseguir o fabricar armamento tan letal como el de sus poderosos enemigos, en cantidades industriales.

  Las potencias se encontraron con adversarios dispuestos a oponerse a una invasión o aventura bélica con solo un poco de astucia militar, con el conocimiento del terreno, con nada más que la firme intención de no ceder la victoria.

  Y es ahí cuando el sistema empieza a mostrar sus fisuras, cuando ya no puede exhibir su invulnerabilidad  como un método de anticipada rendición en cadena, cuando a lo largo del mundo, los malos ejemplos se multiplican.

  En cada frente no faltan quienes resistan hasta el último aliento manteniendo la brecha abierta…  

  Igualmente, todo entra en los mismos cálculos estratégicos, y si no se puede vencer, si se puede, en cambio, vender armas y más armas, y fabricar facciones que sean financiadas por el romanticismo de la sangrienta y carnavalesca injerencia mundial, para seguir controlando el flujo de papeles pintados al que hemos dado en llamar “Dinero”.

  De ahí a fijar un costo para cada objeto, cada ser vivo y cada conciencia no hay más que un paso obligado para legitimar al poder en la teoría, cuando en la práctica no  lo necesitan  Pero, es mejor cuando todo funciona suavemente, y los reyes del tablero pueden ir juntos a jugar su partida de golf, mientras los peones se masacran defendiendo torres gastadas…

  Como residuo de estos juegos globales tenemos una batalla frontal en cada cabeza, y el territorio que se pierde se llama dignidad, conciencia de ser, coherencia, paz mental, libertad, auto respeto, capacidad de dar y sentir amor, solidaridad, empatía… 

  Perdemos las únicas herramientas con las que contamos para enfrentar una guerra invisible.  Porque no queremos verla. 

 Al día de hoy, estamos perdiendo.



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