Vivimos
en la sociedad del control, en la era del control, disfrazados de nosotros
mismos pero en realidad, todo lo que sabemos, lo que hacemos, es un reflejo
sobre el oleaje de la posmodernidad que arrasó todo con su ultra abundancia de
lo parecido. Completamente cuadrados, acomodados como cajas en el
almacén, lo único que importa es que podamos ser monitoreados, un poco
dirigidos, bastante anestesiados, y sobre todo educados diariamente en la
compulsiva adicción al consumo.
Somos un stock de marionetas corriendo de un lado para el otro generando la espuma que chorrea del vaso donde se acumula el capital mundial buscando sus límites impredecibles. O sea, impredecibles para algunos, unos cuantos: la gran, inmensa mayoría no tenemos ni la más pálida idea de cómo se genera el dinero, el valor de las cosas, los bienes, ni tenemos control ninguno sobre su calidad y distribución, creación y destrucción.
Somos simples receptáculos de diseño, somos la boca abierta atrás de la cinta de producción, donde apenas se mezclan chicles y misiles, muebles y diversión suicida, chismes y noticias, animales de granja y mascotas en extinción… ¡A nadie le importa! ¿Querés ser terrorista o presidente? Diariamente se rifan los lugares, para cualquiera con un poco de ambición y nada de escrúpulos. Hay mil puertas abiertas para lucrar y abanicarse con el poder.
Claro que el poder es esclavizante, claro que el poder es
inesquivable como una bala rasante, y después de la función, vienen a por el
actor, o la actriz principal, a fabricar un chivo expiatorio que sacrificar
sobre las rotativas de los medios corporativos, que simulan fabricar noticias
día a día, cuando las programan para un año entero.
Atrás de cada líder se mascan los
tiburones para ver quien pasa al frente, ilusos, pretender ser más cuidadosos,
más honestos, más creativos, más inescrupulosos. Al igual que los
periodistas “objetivos” que nos rodean, ignoran que son solo un pequeño engranaje
más del misterioso club de los súper ricos, que atiende a puertas cerradas a
los linyeras de gobierno para ver de permitirles una nueva aventura militar…
Seguimos sacando conclusiones de
premisas falsas porque así nos acostumbraron a pensar, masificando las respuestas
y las preguntas, vaciando de contenido a la misma vida hasta que nuestro propio
cuerpo es un producto que tenemos que homologar… tostar, adelgazar, fortificar,
vitaminizar, entrenar y cuanto más. Y ya crecemos atentos al formato
unificado, temiendo a cada rato desviar el paso.
La lista de la normalidad no
permite deslices, pagá tus impuestos a tiempo, joven dispuesto a todo,
delgado, elástico trabajador, casado, heterosexual, dominante, cristiano,
monocultural, listo para seguir al Macho Alfa, para atacar donde sea que haya
que abrir un nicho nuevo de consumo desenfrenado. Y así caen los
baluartes del librepensamiento arrasados por la mediocridad, hasta desaparecer
como las cañas, que siguen fundando raíces y caminos bajo tierra.
Porque contra este mundo mecanicista y
automatizado solo puede oponerse la acción, pero no la acción rutinaria,
impersonal, sino la acción transformadora, comprometida con su resultado y
fruto de su propia historia, la acción que genere nuevos caminos, o, mínimamente,
nuevas formas de transitar por los viejos caminos, para desalienarnos, para
salir de la asfixia del estrés inquebrantable, del día tras día, de esa
sensación de malestar que persiste después de haber cumplimentado nuestras
metas de ratones de feria.
Ah, parece un sombrío panorama pero no,
todavía podemos pedir un crédito, fabricar una estafa, invertir en un negocio
de temporada o cuantas cosas más. Es la magia del sistema capitalista, la
ética es una niña que a veces se saca a pasear por el bosque, de moral solo
hablan los humoristas, ni siquiera importa si pagas o no tus deudas, tu función
es mantener el tambaleante dinosaurio caminando, aunque nadie pueda decir hacia
dónde.
Entonces, ¿Te sentís más feliz
ahora con tu televisor de 96 pulgadas? ¿Ah no? Solo podés ver basura en alta
definición y un sonido envolvente que te permite escapar de la realidad, hasta
que observas aterrado la ceniza de un cigarro a punto de caer sobre la
alfombra…
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