30 diciembre

Diversidad

  

  Si, si: diversidad, no biodiversidad, que es un término un poco más técnico y acotado.  Aunque logren salvarse las 300 especies que se extinguen cada día, no lograremos salir de nuestra cárcel de cemento y colores neutros, de nuestra uniformidad, de nuestro automatismo conceptual.

  Más allá de la apropiación o uso del término para referirse al derecho a la diversidad sexual, permanente bandera de algunos colectivos que ejercen su lucha desigual contra los prejuicios y los condicionamientos culturales.   Indudablemente en pos de un derecho universal y humano que, en fin, nos abarca a todos sin distinciones: el derecho a elegir, a ejercer sin restricciones nuestra soberanía corporal, cínicamente cuestionada de mil maneras.

  Porque no es que estén luchando solamente porque dos hombres puedan caminar de la mano por la peatonal sin recibir agresiones y repulsa social, o dos mujeres puedan besarse frente al rio y a la vez  mantener su categoría de personas, en la práctica, la lucha es por un derecho universal a ser, a existir, y por lo tanto nos beneficia a todos en nuestras particularidades, en nuestros matices, en nuestras diferencias, en nuestra forma de estar vivos. 

Entonces hace falta diversidad en la población, en la humanidad, aunque la verdad es que mirando alrededor parecieran todos salidos de alguna máquina de fabricar monitos de feria, felices cuando ganan, violentos cuando pierden, endeudándose para poder apostar más alto en una ruleta arreglada.

  La uniformidad se disimula en un abanico de opciones ajenas y caras, diseñadas para encajar en el molde que hemos elegido para nuestra cabeza, podemos ser rebeldes estandarizados desde la ropa hasta el lugar donde vacacionamos después de aguantar nuestro trabajo de esclavos todo el año, podemos teñirnos el pelo de colores en una variada gama.

  Podemos llenar las redes sociales de llamados a la libertad, la igualdad y la fraternidad, la justicia y el amor, pero en la práctica, cuando nos levantamos de la silla, dándole un respiro a nuestros riñones, lo hacemos temerosos de no encontrar las señales que nos revelen como existir, que pensar, comer, hacer, decir, sentir.   

  Atravesamos y despertamos cada nuevo día temiendo el momento que no nos digan como tenemos que vivir, nos aterra ese vacío, aunque mientras sigamos sin buscarlas pensando que no hay opciones, seguiremos encontrando excusas para sentarnos a mirar televisión, mientras todo se derrumba sobre nuestras cadenas...

¿Pero que hubiéramos de esperar después de entregar históricamente el control de nuestro propio cuerpo y nuestros instintos más básicos, nuestro tiempo, nuestro pensamiento a una larga y nefasta serie de instituciones antihumanas? 

  ¿Qué nos pertenece? ¿Que nos queda después de eso?  Nada, o casi nada: nos queda nuestro poder de compra, nuestra validez estadística, nuestra renovada capacidad de sumisión…  

  Y con eso nos alcanza, pues es todo lo que necesitamos para sobrevivir, para sentirnos parte, para sumarnos a un camino en el que solo tenemos que dejarnos llevar.

  Por eso es tan cómodo a pesar de los vaivenes, a pesar de obligarnos a descartar nuestra personalidad cada temporada para volver a ser otra cosa distinta pero igual a algo que ya vimos, ya vivimos, ya fuimos y dejamos de ser.  

  Lo esencial es la comodidad, la felicidad autista de ser completamente dirigidos, sin tener que asumir el costo de tomar nuestras propias decisiones, el riesgo de equivocarnos, la aventura de ser nosotros mismos…

    ¿Qué nos sentimos falsificados? ¿Incompletos?  No, para nada, es una permanente alegría ver a nuestro alrededor gente exactamente igual a nosotros mismos, los mismos gestos, la misma moda, los mismos pensamientos, la misma diversión.  

  Es esencial estigmatizar y aislar lo diferente, no sea cosa que se mezcle, que nos toque, que nos contagie con su mundo…

  Mejor organicémonos en grupos, en tribus urbanas, eufemismo para disimular el hecho de que nuestra reunión termina caminando en fila india al centro del corral… “rebaños urbanos” estaría mejor dicho, y seguramente le encontraríamos la gracia, porque no hay intenciones de cuestionar nada, de hacerse preguntas, de buscar los fundamentos de nuestras actitudes.  

  Mientras, sigamos consumiendo los diarios digitales, donde nos venden a precio de costo lo que debemos ser y esperar del mundo.  Mientras, ahorremos, que un día nuestro dinero nos alcanzará para comprar exactamente la felicidad.

 

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