Un niño vive con frio todo el invierno, con hambre todo el año, jamás se le ocurrió ir a la escuela, jamás podría, huele como un animal enjaulado, y con sus ocho años se defiende como un hombre, de los hombres y su malicia, su sed de poder…
Un día muere en el basural que le daba de comer cada día, y la gente se entera que existía. Muchos se alegran, uno menos, piensan, otros siguen indiferentes, y algunos se entristecen, pero unos cuantos hipócritas se rasgan las vestiduras usando su memoria como un arma política, para repartir culpas y elevarse sobre los restos mortales, sin siquiera pisar el mundo degradado que lo cobijaba y que no compartirían ni un segundo.
Sin entender nada ni pretenderlo siquiera, esparcen su oportunismo de manera que nada que realmente importe pueda ser dilucidado.
Y siguen, por supuesto, sin hacer nada de nada.
Un bebe vive en la calle, al lado de sus padres, tomando vino de la teta, y respirando el humo de los autos del aire, cuantos pretendieron ayudar a tiempo fueron engañados, en viles trueques sin sensibilidad, extrayendo de sus vidas el sinsentido de las otras, el bebe llora en la vereda día tras día sin que a otros les importe ni lo escuchen, cerrando las ventanillas de sus autos al pasar, como cierran las puertas de acero y los muros en sus casas.
Pero un día muere la criatura y esos mismos
indiferentes se rasgan las vestiduras, buscando un culpable que por oposición
los eleve políticamente, sin por eso dejar de no hacer nada, absolutamente nada,
ni pensar en ensuciar su tiempo con el olor agrio de la pobreza, de la
decadencia desorganizada, del vicio abundante y barato.
Un rio corre todo el año, sus aguas alimentan pescadores artesanales, tradicionales. Sus barrancas se queman en hornos de ladrillos para que los indiferentes puedan subir sus muros, la selva da leña para cocinar y no morir de frio a muchos, demasiados tal vez.
Hambrientos y desocupados arriban desde los mil barrios de la ciudad para poder freír un bagre en su casa, para poder hacer empanadas con su familia, sus hijos.
Contrabandistas y ladrones cruzan de un lado al otro permanentemente perfeccionando su oficio, y cuando los espineles empiezan a cargarse, no es raro que una sudestada hunda la mitad de los botes, vuele los techos costeros, reviente los arroyos contra las casillas de madera…
Pero solo causa indiferencia todo esto, además de los gendarmes evadiendo impuestos y leyes día tras día, en millonarias estafas y sobornos, jugando en el puente con camiones a su antojo, mientras secuestran las provisiones de una familia hermana que había cruzado el rio para comprar más barato, sobrevivir, permanecer.
Además de los prefectos que no dudan en secuestrar un surubí
cachorro o un dorado que iba directo a la mesa familiar, hipócritamente, mientras
capturan toneladas sin control (¡ellos son el control!) Con la mejor
tecnología, para sacar camión tras camión refrigerado de pescados, exportando
directo a los restoranes santafesinos, usando nuestros impuestos para su
beneficio, para nuestro perjuicio, secuestran un metro de red y dejan poner
cuatro a sus amigos, recibiendo regalos para no ver lo que todos saben…
Y un día sube el rio, y de prepo y sin
aviso inunda la costanera donde iban a pasear los indiferentes. Y se rasgan las
vestiduras hipócritamente, porque el resto del año solo se dedicaron a tirar
basura en la costa porque les quedaba más cerca, y buscan culpables,
inoperantes, y malicia, solo porque en el año tienen cuatro días para eso, y el
resto del tiempo se la pasaron mendigando posiciones, favores políticos,
dadivas incomprobables, y la realidad de belleza libertad y lucha no paso
frente a sus ojos, sino para destruirla o despreciarla.
Cuatro niños viven la aventura de salir en el carro día tras día, descalzos en invierno, descalzos en verano, libres juegan y ríen, lloran y sufren, atosigan al caballo con su necesidad de recorrer más calle, más rápido, con más botín… hasta que alguien tremendamente sensible ve el latigazo sobre el caballo mal herrado y le duele como si fuera su propia piel…
En cuanto puede manda un patrullero a secuestrarlo, a salvarlo, y junta
firmas para erradicar hasta el último carro, pero si lo invitan, jamás ni por
error se codeara con ese contexto un segundo. Podría correr el riesgo de
no comprobarse, de influir sus parámetros estrictos con una realidad que se
explica a sí misma, que es mil veces más amplia y coherente de lo que quisieran
pensar…
¿Cuándo vamos a aprender lo realmente distorsionada que esta la democracia, lo estúpido que es dejarse llevar por las campañas?
Como si votando de vez en cuando fuéramos a cambiar, como si las carreras de caballos se fueran a acabar por largar de nuevo, mientras miramos desde la tribuna pensando como pudimos equivocarnos otra vez… ¿Cuándo pasaremos a la práctica en vez de la charla de bar, de la distorsión humorística de una realidad insoportable por su mecanicidad, su inexorabilidad?
¿Cuándo vamos a entender que el año tiene más de trescientos días, y que cada día podríamos ser dueños de nuestras decisiones, de nuestros impuestos, de cada espacio público, de cada institución?
¿O será que la sociedad ya es más pobre que rica y la polarización nos lleva a refugiarnos tras de un muro, por las dudas quieran empujarnos al caldero donde hierven a los invisibles, los sin derechos, los sin recursos?
Tal vez por eso se prefiere la entrega y el saqueo antes que el libre acceso, donde pudiéramos cruzarnos con lo que no queremos ver, tal vez por eso los derechos humanos solo se respetan en retrospectiva, y nunca en tiempo real, porque eso sería favorecer la multiplicación de intenciones vitales despreciables a las pequeñas seudoelites que pretenden tener acceso a algún tipo de decisión política.
Sigamos poniendo carteles en Facebook mientras hacemos todo lo contrario en cada minuto de la vida real, sigamos vendiendo libertad como un producto de moda, mientras esclavizamos nuestras propias intenciones al vil consenso ajeno.
Ecología, indigenismo, socialismo, solidaridad, ciudadanía, antiimperialismo… como en una gran tienda, sigamos eligiendo las máscaras que nos permitan elevarnos simbólicamente sobre la masa acrítica.
Tal vez solo provoquemos
indiferencia, hasta el día en que sea nuestra vida, nuestro cuerpo, lo que
caiga en las irreversibles redes de la estafa, la destrucción y la muerte.
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