Julio Cesar camino lentamente, nadie lo esperaba.
Nadie lo había ido a buscar, ni tampoco había recibido ninguna visita en sus ocho años de reclusión, tampoco tenia amigos afuera. En la prisión, -donde fue a parar- acusado falsamente de un crimen espantoso que no había cometido, solo para justificar un dinero ausente en la fábrica donde trabajaba, aprendió muy rápidamente que ser inocente era lo peor.
Ahora caminaba junto a los altos muros de la prisión, como si temiera dejarlos demasiado pronto. Lentamente, tras los quinientos metros de alambrados, fue adentrándose en los suburbios olvidados de la ciudad.
Incomprensiblemente, la gente de afuera no dejaba de hacer un exagerado alarde de sus caras torvas, sus ceños fruncidos, su apuro y su malhumor gratuito y fosforescente: se podía ver a veinte metros de distancia la infelicidad, la profunda insatisfacción que encorvaba sus cuerpos y apagaba el brillo de sus miradas, aparentemente ciegas al milagro de la vida que se desplegaba a su alrededor...
Observaba personas, tratando de encontrar un sentido a la convivencia social, tantas veces anhelada, y que ahora, sin embargo, no le producía mas que nauseas y repulsión.
Llegando al centro, detenido en un semáforo, una brizna de pasto asomando tenazmente entre dos baldosas flojas, capturó su atención por completo.
Sin que nadie prestara una mirada a su inmovilidad -salvo las personas que lo rodeaban para esquivarlo, brindándole una mirada desaprobatoria por restar un segundo a sus atareadas vidas- se acuclilló en esa esquina admirando la intensa lucha que desplegaba esa pequeña lamina verde claro, en medio del acelerado caos del mediodía.
...De alguna manera podía sentir, no solamente que la pequeña planta estaba completamente viva -como él- sinó que también lo percibía, a pesar del increíble esfuerzo por crecer y elevarse, que parecía absorber por completo su energía...
Sin entender cómo, su atención se enfocó en el verde vivo, y luego en los poros por donde la hoja respiraba, y luego en la forma en que las células vegetales se multiplicaban, ebullescentes, ganando milímetro a milímetro un espacio hacia el cielo, hamacadas dulcemente por la brisa matutina.
Su alma se integró al alma de la brizna de pasto tierno, sintiendo en su sangre misma el esfuerzo y la felicidad intensa de crecer y estar vivo... luego, casi sin aviso, fue tomando conciencia de esa situación despersonalizante hasta sentir miedo, y un escalofrío repentino lo devolvió a la realidad, a través de la voz de una persona desconocida que le preguntaba preocupada:
_¿Señor, se siente bien?
Levantó sus rodillas del suelo hasta cruzar sus ojos con el asombro interrogante de la joven mujer que se había detenido a su lado. Su femenina belleza, extraña y olvidada, su piel, mas cercana a el que lo que cualquier mujer hubiera estado en los últimos años, el rítmico vaivén de sus costillas empujadas por la respiración, y sobre todo, esa fragancia a flores silvestres recién cortadas lo dejo completamente sin palabras...
_Venga, siéntese...
Y la joven mujer lo trasladó desde la punta de sus dedos que aferraban su muñeca, hacia el borde de una vidriera, donde lo ayudo a sentarse...nunca se había sentido tan indefenso y tan derrotado, falto de recursos, en toda su estadía en el sórdido Penal del que venía...
_Le bajó la presión, no se preocupe, ya va a sentirse mejor... tome esto -y le dio un par de pequeños caramelos Alka envueltos en papeles plateados y verdes...
Le hubiera gustado decir algo significativo, explicarle que todo estaba tremendamente vivo y el también, que la libertad era magnífica, y que recién se había dado cuenta de cuanto extrañó el viento en la cara...pero no. Solo pudo decir:
_Gracias... -y absorber el último segundo de esa sonrisa que se alejaba...
La vida afuera prometía ser impredecible. De repente, cada auto, cada baldosa, le parecieron absolutamente irreales. Enfrascados en su propio rumiante desencanto, cada persona se le antojó inmersa en una incoherencia y sinsentido absoluto,
Caminó sin rumbo sintiendo como sus planes y expectativas se dispersaban como hojas secas. Su absurda esperanza de un mundo coherente fuera de la prisión se reveló como lo que era: una fantasía impracticable, solo útil para transitar la oscuridad del camino.
Ahora, al final del túnel, la luz que había perseguido se develaba como una ilusión y una trampa, que lo conducía a un nuevo tipo de prisión, de esclavitud.
Se detuvo al borde del precipicio social.
Ningún aspecto de la libertad encajaba con la convivencia, con los valores humanos, con esa prisa insana por ganar y comprar, por aparentar y prevalecer, por someter y aventajar... de repente se dio cuenta que era la única persona libre en ese mundo de prisioneros de la estética y las apariencias (del que también había, alguna vez, formado parte), ese mundo de mandatos y promesas vanas de éxito.
Sus ojos se abrían espantados ante esa violencia que desterraba el ser y el hacer a cambio de tener, o simplemente desear sin poder alcanzar nada.
Se sintió afortunado de no tener lugar alguno adonde ir, ni cosa que hacer, ni posesiones que defender. era libre en un mundo de aterrados esclavos...
Tal vez, esa muchacha, también...
Una sonrisa de felicidad se fue abroquelando en su rostro ante la certeza de que era, al fin, dueño de su vida por primera vez. No alcanzó a compadecer a algunos de los transeúntes que lo miraban, casi con odio, por no compartir su malhumor y frustración.
Cada segundo era infinito...
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