Primero, la narrativa es un camino. Luego, se convierte rápidamente en un túnel. Finalmente, en un ataúd.
Primero nos agarramos a tientas de las obviedades que nos permiten transitar por lo esperable: las definiciones, los dogmas. Lo previsible nos regala tiempo. Lo establecido nos da la oportunidad invaluable de dejar de pensar, de tomar decisiones.
Después, deja de existir el resto, ya no accedemos a alternativas.
Hemos encallado en una burbuja de percepción sincrónica, perfectamente diseñada para dirigir en una dirección cualquiera, nuestros mas pequeños pensamientos, y a través de ellos, nuestras conductas...y: nuestra impagable validación, justificación, legitimación total del Poder.
Por lo tanto, la información no relevante a nuestras tareas asignadas deja de llegar a nuestros canales de comunicación, a nuestra pantalla, a nuestro vecindario. Antes de darnos cuenta, ya ni siquiera tenemos derecho a opinar sobre nuestro día a día si no encaja en el esquema habitual.
Y si!! Que iba a pasar!!
Si nos acostumbramos a escuchar una historia que habla de nosotros, a creer, a ser parte, a ser un hilo de la trama que repite cada día exactamente lo mismo.
Y lo mismo es: nuestra historia prefijada relatándose en cada detalle, como si ya hubiéramos muerto. Consolándonos con las supuestas posibilidades de elección que tuvimos, tendremos, o tuviéramos si seguimos vivos el minuto que sigue a este.
En realidad, nuestra historia es una sola, vivida por millones cada día, por nueve mil millones de autómatas fugaces llamados seres humanos. Nuestra historia es igual a otra, y a otra. Y no nos dejaron lugar para otra cosa que no sea el sinsentido.
Agotamos nuestro tiempo en el sometimiento sin descanso a lo superficial, a lo intrascendente, y en la voluntaria entrega a una fabula cualquiera (religión, televisión, inflación, autosatisfacción) que nos permita explicar el mundo que percibimos.
Así, podemos entregar nuestra voz, nuestro tiempo, nuestra vida a la decisión aleatoria del poder establecido y representar nuestro papel sin asumir responsabilidad ninguna. Solo somos instrumentos de una guerra ajena y molesta.
Podemos desligarnos de nuestra participación y los efectos de la masacre, y sentirnos conformes solo con seguir vivos hasta mañana. Gratuitamente, el sistema produce una infinita gama de excusas y justificaciones. Necesitamos compasión.
Nos acostumbraron a ser humanos, género, especie, tribu, raza, nación.
Corporación.
Pero es mentira, no somos parte de la raza humana. Somos -cada uno- una persona. La especie no varía por el pequeño desfasaje accidental de nuestra desaparición. La cultura no nos necesita. No se detendrá el tiempo.
Esa es la verdadera narrativa. Aunque no lo asimilemos, no tenemos forma de crecer aportando hacia afuera. Como seres individuos, no hay forma de acoplar nuestra fuerza vital a una estructura destinada a producir objetos, mitos o profetas, sin perder en el camino nuestra fuerza vital, nuestro auténtico propósito.
Sin poner en riesgo nuestra instintiva determinación a ser libres.
Cómo puede ser que nuestra total atención esté orientada hacia otras personas, haciendo depender cada minuto vivido de lo que digan, piensan o sientan? Cómo puede ser que nuestra energía se enfoque en instituciones o fábricas? En religiones? Ideología? Marcas de ropa?
El único camino que nos llevará a algún lado es hacia adentro, volver a nosotros mismos. Es darle un sentido total al segundo que transcurre a través de nuestro entorno (como hacen el resto de los seres vivos del planeta).
Podríamos vivir o morir mañana sin arrepentirnos? Sin reclamos que hacer? Podríamos despertar mañana sin decisiones prefijadas? Sin arroparnos en el comportamiento previsto? Sin cuotas financieras o espirituales que pagar?
No. Mañana tampoco. Mirémonos al espejo cada día, para declarar: "El sistema soy yo".
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