El viejo sueño de volar...
Tal vez esté en los genes, en la memoria de la especie, que alimentó los miles de intentos suicidas de los pioneros desconocidos de la aviación, intentos rudimentarios que terminaban invariablemente estrellándose contra el suelo.
Tal vez esos pioneros desaparecieron antes de tiempo, muertos, o con sus huesos quebrados, agonizantes en una cama, irreversibles. Aunque el sueño colectivo, común, siguiera evolucionando, ya no lo verían, no lo sentirían más en el aire, ni experimentarían en su alocada grandeza.
En estas cosas pensaba a veces Pedro, asombrado de la capacidad del ser humano, mientras iba o venía de su trabajo en el hormiguero humano, rodeado de automóviles y máquinas, tecnologías inteligentes, cámaras de vigilancia, asombro y sueños abandonados.
Tal vez volvía a su casa. Tal vez no volvería jamás... Tal vez atravesaba el centro de la ciudad por última vez solo para dejarlo todo, seguir caminando y despojarse de todo, dejar atrás las rutinas y las relaciones, los horarios y las obligaciones, las doctrinas, las humillaciones...
Su cotidiano sueño era un día solo seguir: caminar hasta perderse de todo y de todos, reiniciar la vida, la conciencia de ser, oxidada y ahumada, intoxicada por la oficina y los relojes, la obediencia, la autoridad. Atrás quedaría un misterio más, un desaparecido más en la ciudad, y sus cosas cubriéndose de polvo lentamente en la mesa de luz y la cama tendida.
A veces se sentía así, agobiado por el sistema, inútil, destinado a mover un engranaje oscuro del que formaba parte, anónimo y cruel adiestrador de si mismo, domesticador de la especie. En esos momentos de soledad intensa, en que veía a los demás tan conformes, felices con sus maletines, disfrutando del trabajo, ni siquiera se sentía humano, no podía compartir esa alegría resignada de zoológico, de animal manso y gordo, esa risueña y triunfal sofisticación de la derrota.
Se aliviaba un poco mirando los pájaros, atronando el silencio, bulliciosos e invisibles de rama en rama o estallando hacia todos lados, livianos y libres, o los perros callejeros, borrachos de tiempo y despreocupados, pachorrientos, intensos, incisivos y lentos a la vez. Todos los días atravesaba la plaza, por lo menos a la vuelta, para darse una pincelada de verde y libertad, de aire puro, de seres humanos reales tirados por aquí y por allá...
Era sábado, eran casi las dos de la tarde de un sábado soleado y no había comido: a alguien se le habia ocurrido hacer un inventario. Había que establecer firmemente y con total certeza los stocks y los excedentes, las estibas muertas en los galpones y las completas existencias del capital de la empresa, incluyendo materiales entrando a puerto o mercancías alejándose en aviones. Una de las cosas en que periódicamente alguien aburrido en un sillón los embarcaba a todos para verlos correr como hormigas atareadas por una vez.
Traducir todo a números, transmitir al papel y a la pantalla ese universo en constante movimiento era infinitamente tedioso, además de inútil, porque los datos de las siete de la mañana no tenían sentido a las doce, no existían más.
Más allá de ciertas tendencias, estadísticas y proyecciones, era imposible sacar nada en claro que fuera real y demostrable, actualizado, útil. Los gerentes terminaban, de cualquier manera, tomando decisiones instintivas, al bulto, acertando o errando, mientras ponían en juego millones que cambiarían de manos nuevamente, y otra vez, a través de otras decisiones.
Respiró el aire de la plaza, sus pasos se desaceleraron al compás de las risas y los pelotazos de los niños, de las charlas a los gritos de los feriantes armando sus puestos, de los adolescentes transcurriendo el tiempo sin más necesidad que estar vivos. Una fila de niños capturó su atención.
Un extraño y desgarbado personaje, que desplegaba sus cachivaches alrededor de un carromato lo suficientemente moderno para no necesitar caballos vestía a los niños con una especie de mochila de papel o tela, y tirando de una piola que salía del centro del arnés, los hacía carretear por la plaza hasta que se elevaban un segundo, absorbidos por el viento en el artefacto que parecía una mezcla confusa de barrilete, ala delta, paracaídas y estantería de almacén. Pero ellos, volaban, realmente planeaban por un instante que representaba un par de metros.
El niño o niña que se elevaba rozando sus pies sobre el césped, extendiendo los brazos como alas a las indicaciones del... (inventor? Era la única palabra que vino a su mente para describir al sujeto) transformaba su expresión en un asombro cósmico, en una alegría desmesurada y antigua, perdida...en un emocionado temblor que sobrepasaba su imaginación y su sed de aventuras al punto de dejarlos conformes y distintos, livianos como pájaros, a pesar de los chatos itinerarios impuestos por los adultos y de la escuela.
Se quedó mirando como se consumía la fila, acompañando la intensidad de las emociones, sonriendo con ellos, sintiendo la ansiedad y la adrenalina de llegar al frente y calzarse el aparato volador. En un momento se vio acompañando instintivamente con los brazos el planeo de los pequeños.
Su mirada se cruzó con la del hombre, y una oleada de profunda vergüenza lo invadió al sentirse descubierto,sin embargo, no se sintió humillado o juzgado por él, sino que una sonrisa franca y sincera lo tranquilizó inmediatamente, incluso, creyó ver un gesto secreto en el rincón de sus ojos, en un rasgo furtivo de su mirada de un octavo de segundo.
Una paloma llego batiendo las alas ruidosamente hasta aterrizar a su lado, observándolo misteriosamente antes de encarar un pedazo de pan que se habría desprendido de algún sanguche, luego se puso a picotear sin prisa, desplegando su cuello erizado de azules y verdes, sus plumas tan suaves, tan tersas cómo la seda, teñidas en grises y marrones y blancos...
Nunca había visto un ave tan de cerca, no un ave libre, claro, que no se espante, y nunca hubiera pensado que un bicho tan pequeño estuviera tan vivo, demostrándolo en su fuerte pico, en sus rojas brillantes y rugosas patas aceradas, en su ritual de desgajar la comida, como si fuera un puma destrozando una liebre, con todo su cuerpo coordinado con exactitud para enlazar la vida desde sus ojos magníficos.
Por un segundo, tomo conciencia de que la paloma no era distinta a él, ni él al puma o a la liebre, todos estaban absolutamente vivos, aunque ellos no tuvieran la desventaja de ir a la oficina... se dio cuenta, creyó entender, que la libertad era una opción que -a su alcance- estaba desechando cada día. Una oleada de emoción lo atravesó, hasta que un reprimido temblor en su pecho, pudo al fin expresarse en una lagrima que cayo al lado de la afanosa ave. La paloma, respiraba, mirándolo. luego alzó majestuosamente el vuelo.
Arrasado por la emoción, embargado por la vergüenza de llorar en publico, aunque hubiera sido una sola lagrima y nadie lo hubiera visto, levanto la mirada nuevamente hacia la fila de niños, donde solo uno más esperaba su turno. Su mirada esta vez fue de reencarnación y súplica, de infinita tristeza de ser un hombre y no una paloma voladora. Creyó ver esta vez en los ojos del inventor, en su rapidísima mirada secreta, un signo de comprensión y complicidad, un símbolo de espera. Esperó
Se sorprendió a si mismo en su capacidad de entablar una relación humana sin condicionamientos ni formalismos, sin tener que decir ni escuchar "Buenos días, como esta usted? Cómo anda joven? Cómo le va, que se le ofrece?" Simplemente miraba al viejo guardar su artefacto, mientras abría la tapa de otro baúl, estaban conectados, sobraban las palabras, la comunicación se había dado por canales desconocidos e irreversiblemente mágicos. No sabía qué esperaba, no sabía el nombre ni qué buscaba entre sus cosas ese extraño, no sabía que hacer con su maletín, y lo dejo en el suelo...
_No se preocupe, yo se lo cuido! -respondió a una informulada petición- Acá está! Prototipo! Nunca lo probé: creo que me dediqué a la buena vida antes de estrenarlo y ahora estoy demasiado pesado, pero a usted le va a andar bien...
_Yo no... -Iba a decir, yo no buscaba nada... y terminó diciendo: - Yo...yo no se como se usa...
_Es muy fácil, amigo mío, como lo estuvo viendo!! Apenas un poco mas complejo. Se coloca así, se ata por acá... Con estos piolines frena, un poco de viento, una carrerita y... A volaaar!!
El gesto con que acompañó la última palabra le dio un poco de ternura a la declaración, que, por otra parte, parecía completamente seria. Y él, un ejecutivo, un técnico de primera linea, se dejaba probar un envoltorio de papel como si un sastre le estuviera midiendo un traje de corte italiano. Una racha de viento arrastró un montón de hojas. Un escalofrió de miedo lo recorrió al sentir el tirón en las cintas sobre sus hombros. Ya no había marcha atrás.
_El secreto es ser liviano cómo una pluma! Se agarra de acá...Listo!!
Pedro sentía en su cuerpo una adrenalina, un calor, un cosquilleo tan grande que apenas le soltaron los brazos, aferrados a los vientos laterales, se echó a correr sin pensar en nada más, a toda velocidad, como un pájaro que despega del puño de un niño, que lo ha liberado, desobedeciendo, de su encierro en una jaula. Hacia él, venía trotando una brisa que rápidamente se hacia viento, encabritando las hojas de los diarios que los jubilados leían lentamente, volteando los vasos plásticos y las bandejas de cartón de las mesas y levantando remolinos de polvo y hojas secas.
Su confianza era tan fresca y nueva, tan grande, tan intensa, que cuando chocó con la ráfaga de viento lanzó un grito y saltó. La atmosfera lo recibió, absorbiéndolo cómo si fuera una burbuja de jabón. No alcanzó a ver que ahora, el que lagrimeaba, tal vez perdido en antiguos recuerdos, era el viejo inventor, al costado de su anticuado carromato.
...
El viento...
El viento estaba vivo, se lo había tragado como una ballena, y lo llevaba en su estomago etéreo. Podía sentir los coletazos que daba para remontarse en las corrientes de aire cálido que el sol de otoño rasguñaba de la tierra fría, como jugaba elevándose y arremolinando el pelo de su frente, para que sus ojos maravillados admiraran la ciudad allá abajo, cada vez mas cuadriculada y pequeña.
Se sentía liviano como una pluma, ascendiendo o lanzándose en picada, a cientos o quizá miles de metros de altura, lo ultimo que podría sentir es miedo, parecía descansar, acunado en la palma de una mano abierta, que le iba demostrando todas las formas de volar y entregarse al vértigo de la velocidad, a los sensuales planeos, o a las aletargadas y lentas ascensiones circulares.
Otra vez estaba experimentando formas de comunicación desconocidas, no necesitaba mas que pensarlo para que la masa de aire que lo había adoptado lo dirigiera hacia el punto de su interés, mientras bajaba ondulando, en giros y curvas sobre la urbe, que le permitían observar todo con un gran detalle a pesar de la distancia, a través del límpido aire que le había dado la bienvenida. Se sintió agradecido y feliz, se supo amigo y hermano del viento y de los pájaros, pensó: "podría estar haciendo esto toda la vida"
Pero seguía siendo un invitado, un invitado de lujo, mimado, apreciado, cuidado al punto de serle revelado el secreto de volar... incluso así, el viento, tenia muchas otras cosas que hacer. Una tibia ráfaga lo fue envolviendo, sintió cómo lo acariciaba, cómo su cara era cariñosamente recorrida por un amoroso y dulcísimo gesto, y luego, la mano que lo llevaba invisiblemente, se deslizo bajo el, y quedó solo, en el aire, a 5000 metros de altura sobre la ciudad.
Se dio cuenta, claro, no lo vivió como un abandono sino como un gesto de total y profunda confianza: ahora si, lo habían echado a volar de verdad. Respiró hondo mientras sentía, la fuerza y la velocidad del aire deslizarse sobre su cuerpo, el vacío de la inercia con que la gravedad lo atraía sin cesar hacia abajo, el quemante oxigeno que ingresaba a raudales a sus pulmones, entibiado por su sistema respiratorio, funcionando al cien por ciento de su capacidad.
También su cuerpo, estirado y forzado al máximo, le recordaba una vida anterior a la que había sido absorbida por la empresa. Podía contar y describir cada uno de los músculos de su anatomía, la forma de los huesos, el largo de sus tendones, hasta podía sentir el recorrido de los fluidos dentro de su cuerpo,lubricando sus articulaciones y haciendo funcionar sus órganos, alimentando sus músculos, entibiando su piel...
Caía lentamente acunado por la masa ascendente, el olor a hojas secas ya tenia el germen de la primavera, planeaba y disfrutaba, soltaba los vientos para realizar una leve picada, los volvía a tensar para remontar de un pequeño salto, en que aprovechaba para cambiar de dirección, se lanzaba a largos planeos bordeando los suburbios pintorescos, llenos de verde y colores a comparación de la alta mole gris del centro.
Subía...bajaba...no necesitaba aterrizar, no necesitaba la ciudad. Embelesado, no sintió el cambio en la temperatura, el frio que destilaba la mole de cemento trepada constantemente por el viento del sur...
Pudo sentirlo, cómo atravesar una pared, las capas de aire se superponían cómo ingredientes y aderezos en un gran sanguche de miga, pasando de la horizontalidad a una desordenada y revoltosa oblicuidad, o verticalidad, que lo hacia atravesarlas rápidamente, dando tumbos y saltos en el aire turbulento y mezclado, forzando las maniobras y agotando sus energías.
En uno de esos charcos de aire frio, escuchó un ¡Pluc! y pudo ver aterrado cómo una sección de su aparato volador se alejaba por el cielo, elevándose en busca de la altura (o era él, el que caía?)
Con una desconocida frialdad, un desapego total, ya que estaba en juego, sin mas ni mas su vida, empezó a rebajar el vuelo, a medida que perdía altura, lentificando el descenso en un lento planeo, sin dar lugar a la desesperación, cambiando de frente en semicírculos para aprovechar el poco aire ascendente que aun lograba capturar mientras entraba de lleno a la marea de cristalizados rascacielos, que parecían engullirlo con su garganta de gris hormigón moldeado.
Había perdido maniobrabilidad al cortarse el viento izquierdo, así que forzaba el que permanecía operativo del otro lado. Empezaba a pensar que podría lograrlo, cuando el derecho se cortó también, y con el cordón de lana en su mano, colgando inútil, vio cómo el resto de la frágil estructura que lo sustentaba se desintegraba en el aire...
Choco a toda velocidad unas banderolas tendidas entre dos altísimos pararrayos, dándose cuenta de lo inmensas que eran, para verse desde abajo, pero no pudo aferrarse a ellas ni aminorar la velocidad del descenso, otras, parecidas ya las vio pasar sobre su cabeza, estaba cayendo con rapidez, pero no hacia abajo, sino en una acelerada pendiente.
En un acceso de derrotismo y miedo, cruzo las piernas y los brazos, cómo anticipándose al cajón que lo alojaría cuando muriera estrellado contra el suelo, o tal vez cómo un intento de meditación y recapitulación de su vida, pero esa postura lo hizo barrenar como un sacacorchos, y tuvo que abandonarla al empezar a marearse y sentir nauseas próximas al vomito. su única opción era sobrevivir, y la única manera era volando...
Extendió sus brazos con decisión, e increíblemente, su cuerpo se estabilizo, adoptando una posición casi horizontal, ralentizando la caída libre en un escorado descenso diagonal que incluso podía controlar un poco, embocando entre las moles de edificios para evitar el choque frontal, mientras milagrosamente daba en el centro de una calle.
Levanto la barbilla estirando su cuerpo al máximo, intentando tomar tierra, mientras se acercaba a toda velocidad a la mancha verde de la plaza, pasando por sobre las copas de los arboles de la avenida, para darse cuenta que su cuerpo, al igual que su vuelo, también ejercía una diagonal sobre el ras de la superficie, atinando a envolver un poco los codos, plegándolos apenas para no perder estabilidad o arrancarse una mano contra el suelo, mientras veía a unos concentradísimos chicos y chicas fabricando títeres, una cámara enfocando una entrevista a quien sabe que personaje, niños gateando peligrosamente sobre su zona de aterrizaje.
Toco tierra inclinadísimo, apenas en el primer metro de césped después de las baldosas, tal vez entrando en la esquina del cuadro del reportaje, con dos pasos veloces que lo elevaron nuevamente en un pequeño salto, volviendo a caer ya casi verticalmente para terminar de frenar en una carrerita corta con que sus pies iban reconociendo el suelo, y que en unos metros mas ya convirtió en acelerada y luego disimulada y lenta caminata de sábado a la tarde, doblando en la primera calle que cortaba la plaza, instintivamente, hacia la dirección acostumbrada.
El humo le empezó a molestar, pero no era un día para retroceder...un poco más y se dio cuenta que era un incendio, que había tomado el alto piso donde se abrían ventanas aparaguadas por lonetas coloradas, amenazando con avanzar completamente hacia una de las antiguas casas señoriales de la ciudad, lo cual no parecía importarle o incomodar a nadie, ya que ni siquiera los curiosos se detenían a ver, y mucho menos se escuchaba una sirena de los bomberos.
Pedro siguió caminando, con la certeza absoluta de que no iba a detenerse en su casa, ni cometer el error de retomar su antigua vida... mañana sonaría una alarma en una habitación vacía. Mañana...era impredecible saber lo que seria de sus días a partir de ahora, mientras caminaba, caminaba, caminaba...
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