21 junio

Volar

 


  El viejo sueño de volar...

  Tal vez esté en los genes, en la memoria de la especie, que alimentó los miles de intentos suicidas de los pioneros desconocidos de la aviación, intentos rudimentarios que terminaban invariablemente estrellándose contra el suelo.  

  Tal vez esos pioneros desaparecieron antes de tiempo, muertos, o con sus huesos quebrados, agonizantes en una cama, irreversibles. Aunque el sueño colectivo, común, siguiera evolucionando, ya no lo verían, no lo sentirían más en el aire, ni experimentarían en su alocada grandeza.

  En estas cosas pensaba a veces Pedro, asombrado de la capacidad del ser humano, mientras iba o venía de su trabajo en el hormiguero humano, rodeado de automóviles y máquinas, tecnologías inteligentes, cámaras de vigilancia, asombro y sueños abandonados.  

  Tal vez volvía a su casa.  Tal vez no volvería jamás... Tal vez atravesaba el centro de la ciudad por última vez solo para dejarlo todo, seguir caminando y despojarse de todo, dejar atrás las rutinas y las relaciones, los horarios y las obligaciones, las doctrinas, las humillaciones... 

  Su cotidiano sueño era un día solo seguir: caminar hasta perderse de todo y de  todos, reiniciar la vida, la conciencia de ser, oxidada y ahumada, intoxicada por la oficina y los relojes, la obediencia, la autoridad.  Atrás quedaría un misterio más, un desaparecido más en la ciudad, y sus cosas cubriéndose de polvo lentamente en la mesa de luz y la cama tendida.

  A veces se sentía así, agobiado por el sistema, inútil, destinado a mover un engranaje oscuro del que formaba parte, anónimo y cruel adiestrador de si mismo, domesticador de la especie.  En esos momentos de soledad intensa, en que veía a los demás tan conformes, felices con sus maletines,  disfrutando del trabajo, ni siquiera se sentía humano, no podía compartir esa alegría resignada de zoológico, de animal manso y gordo, esa risueña y triunfal sofisticación de la derrota.

  Se aliviaba un poco mirando los pájaros, atronando el silencio, bulliciosos e invisibles de rama en rama o estallando hacia todos lados, livianos y libres, o los perros callejeros, borrachos de tiempo y despreocupados, pachorrientos, intensos, incisivos y lentos a la vez.  Todos los días atravesaba la plaza, por lo menos a la vuelta, para darse una pincelada de verde y libertad, de aire puro, de seres humanos reales tirados por aquí y por allá...

  Era sábado, eran casi las dos de la tarde de un sábado soleado y no había comido: a alguien se le habia ocurrido hacer un inventario.  Había que establecer firmemente y con total certeza los stocks y los excedentes, las estibas muertas en los galpones y las completas existencias del capital de la empresa, incluyendo materiales entrando a puerto o mercancías alejándose en aviones.  Una de las cosas en que periódicamente alguien aburrido en un sillón los embarcaba a  todos para verlos correr como hormigas atareadas por una vez.

  Traducir todo a números, transmitir al papel y a la pantalla ese universo en constante movimiento era infinitamente tedioso, además de inútil, porque los datos de las siete de la mañana no tenían sentido a las doce, no existían más. 

  Más allá de ciertas tendencias, estadísticas y proyecciones, era imposible sacar nada en claro que fuera real y demostrable, actualizado, útil.  Los gerentes terminaban, de cualquier manera, tomando decisiones instintivas, al bulto, acertando o errando, mientras ponían en juego millones que cambiarían de manos nuevamente, y otra vez, a través de otras decisiones.

  Respiró el aire de la plaza, sus pasos se desaceleraron al compás de las risas y los pelotazos de los niños, de las charlas a los gritos de los feriantes armando sus puestos, de los adolescentes transcurriendo el tiempo sin más necesidad que estar vivos.  Una fila de niños capturó su atención.

  Un extraño y desgarbado personaje, que desplegaba sus cachivaches alrededor de un carromato lo suficientemente moderno para no necesitar caballos vestía a los niños con una especie de mochila de papel o tela, y tirando de una  piola que salía del centro del arnés, los hacía carretear por la plaza hasta que se elevaban un segundo, absorbidos por el viento en el artefacto que parecía una mezcla confusa de barrilete, ala delta, paracaídas y estantería de almacén. Pero ellos, volaban, realmente planeaban por un instante que representaba un par de metros. 

  El niño o niña que se elevaba rozando sus pies sobre el césped, extendiendo los brazos como alas a las indicaciones del... (inventor? Era la única palabra que vino a su mente para describir al sujeto) transformaba su expresión en un asombro cósmico, en una alegría desmesurada y antigua, perdida...en un emocionado temblor que sobrepasaba su imaginación y su sed de aventuras al punto de dejarlos conformes y distintos, livianos como pájaros, a pesar de los chatos itinerarios impuestos por los adultos y de la escuela. 

  Se quedó mirando como se consumía la fila, acompañando la intensidad de las emociones, sonriendo con ellos, sintiendo la ansiedad y la adrenalina de llegar al frente y calzarse el aparato volador.  En un momento se vio acompañando instintivamente con los brazos el planeo de los pequeños.  

  Su mirada se cruzó con la del hombre, y una oleada de profunda vergüenza lo invadió al sentirse descubierto,sin embargo, no se sintió humillado o  juzgado  por él, sino que una sonrisa franca y sincera lo tranquilizó inmediatamente, incluso, creyó ver un gesto secreto en el rincón de sus ojos, en un rasgo furtivo de su mirada de un octavo de segundo.  

  Una paloma llego batiendo las alas ruidosamente hasta aterrizar a su lado,  observándolo misteriosamente antes de encarar un pedazo de pan que se habría desprendido de algún sanguche, luego se puso a picotear sin prisa, desplegando su cuello erizado de azules y verdes, sus plumas tan suaves, tan tersas cómo la seda, teñidas en grises y marrones y blancos...

  Nunca había visto un ave tan de cerca, no un ave libre, claro,  que no se espante, y nunca hubiera  pensado  que un  bicho tan pequeño estuviera tan vivo, demostrándolo en su fuerte pico, en sus rojas brillantes  y rugosas patas aceradas, en su ritual de desgajar la comida, como si fuera un puma destrozando una liebre, con todo su cuerpo coordinado con exactitud para enlazar la vida desde sus ojos magníficos.  

  Por un segundo, tomo conciencia de que la paloma no era distinta a  él, ni él al puma o a la liebre, todos estaban absolutamente vivos, aunque ellos no tuvieran la desventaja de ir a la oficina... se dio cuenta, creyó entender, que la libertad era una opción que -a su alcance- estaba desechando cada día.  Una oleada de emoción lo atravesó, hasta que un reprimido temblor en su pecho, pudo al fin expresarse en una lagrima  que cayo al lado de la afanosa ave.  La paloma,  respiraba, mirándolo.  luego alzó majestuosamente el vuelo.

   Arrasado por la emoción,  embargado  por la vergüenza de llorar en publico, aunque hubiera sido una sola lagrima y nadie lo hubiera visto, levanto la mirada nuevamente hacia la fila de niños, donde solo uno más esperaba su  turno.  Su mirada esta vez  fue de reencarnación y súplica, de infinita tristeza de ser  un hombre y no una paloma voladora.  Creyó ver esta vez en los ojos del inventor, en  su rapidísima mirada secreta, un signo de comprensión y complicidad, un símbolo de espera.  Esperó

  Se sorprendió a si mismo en su capacidad de entablar una relación humana sin condicionamientos ni formalismos, sin tener que decir ni  escuchar "Buenos días, como esta usted? Cómo anda joven? Cómo le va, que se le ofrece?" Simplemente miraba al viejo guardar  su artefacto, mientras  abría la tapa de otro  baúl, estaban  conectados, sobraban las palabras, la comunicación se había dado por  canales desconocidos e irreversiblemente mágicos.  No sabía qué esperaba, no sabía el  nombre ni qué buscaba entre sus cosas ese extraño, no sabía que hacer con su maletín, y lo dejo en el suelo... 

_No se preocupe, yo se lo cuido! -respondió a una informulada petición- Acá está!  Prototipo! Nunca lo probé: creo que me dediqué a la buena vida antes de estrenarlo y ahora estoy demasiado pesado, pero a usted le va a andar bien...

_Yo no... -Iba a decir, yo no buscaba nada... y terminó diciendo: - Yo...yo no se como se usa...

 _Es muy fácil, amigo mío, como lo estuvo viendo!! Apenas  un poco mas complejo.  Se  coloca así, se ata por acá... Con estos  piolines frena, un poco de viento, una  carrerita y... A volaaar!!

  El gesto con que acompañó la última palabra le dio un poco de ternura a la declaración, que, por otra parte, parecía completamente seria. Y él, un ejecutivo, un técnico de primera linea, se dejaba probar un  envoltorio de papel como si un sastre le estuviera midiendo un traje de corte italiano.  Una racha de viento arrastró  un montón de hojas.  Un escalofrió de miedo lo recorrió al sentir el tirón en las cintas sobre sus hombros.  Ya no había marcha atrás.  

_El secreto es ser liviano cómo una pluma! Se agarra de acá...Listo!!

  Pedro sentía  en su cuerpo una adrenalina, un calor, un cosquilleo tan grande que apenas  le soltaron  los brazos, aferrados a los vientos laterales, se echó a correr sin pensar en nada más, a toda velocidad, como un pájaro que despega del puño de un niño, que lo ha liberado, desobedeciendo, de su encierro en una jaula.  Hacia él, venía trotando una brisa que rápidamente se hacia viento, encabritando las hojas de los diarios que los jubilados leían  lentamente, volteando los vasos plásticos y las bandejas de cartón de las mesas y levantando remolinos  de  polvo  y hojas secas.  

  Su confianza era tan fresca y nueva, tan  grande, tan intensa, que cuando chocó con la ráfaga de viento lanzó un  grito y saltó.  La atmosfera lo recibió,  absorbiéndolo cómo si  fuera una burbuja de jabón.  No alcanzó a ver que ahora, el que lagrimeaba, tal vez perdido en antiguos recuerdos, era el viejo inventor, al costado de su anticuado carromato. 

...

  El  viento...

  El  viento estaba vivo, se lo había tragado  como una ballena, y lo llevaba en su estomago etéreo. Podía sentir los coletazos que daba para remontarse en las corrientes de  aire cálido que el sol de otoño rasguñaba de la tierra fría, como jugaba elevándose y arremolinando el  pelo de su frente, para que sus  ojos maravillados admiraran la  ciudad allá abajo, cada vez mas cuadriculada y pequeña.  

  Se sentía  liviano como una pluma, ascendiendo o lanzándose en  picada, a cientos o quizá  miles de metros de altura, lo ultimo que podría sentir es miedo, parecía descansar, acunado en la palma de una mano abierta, que le iba demostrando todas las formas de volar y entregarse al vértigo de la velocidad, a los sensuales planeos, o a las aletargadas y lentas ascensiones circulares.

  Otra  vez estaba experimentando formas de comunicación desconocidas,  no  necesitaba mas  que pensarlo  para que la masa  de aire que lo había  adoptado lo dirigiera hacia  el  punto de su interés, mientras bajaba  ondulando, en giros y curvas  sobre la urbe, que  le permitían observar todo  con un gran  detalle a pesar de la distancia, a  través  del  límpido aire que le había dado la bienvenida. Se  sintió agradecido y feliz, se supo amigo  y hermano del viento y de  los pájaros, pensó: "podría estar haciendo esto toda la vida"

  Pero  seguía siendo un invitado, un invitado de lujo, mimado, apreciado, cuidado al punto de  serle revelado el secreto  de volar... incluso así, el viento, tenia muchas  otras cosas  que  hacer.   Una tibia ráfaga lo fue envolviendo,  sintió cómo lo acariciaba, cómo su cara era cariñosamente recorrida por un amoroso y  dulcísimo gesto, y luego, la mano que  lo llevaba invisiblemente, se deslizo bajo el,  y  quedó solo, en el aire,  a 5000 metros de altura  sobre la ciudad. 

  Se dio cuenta, claro, no lo  vivió como un abandono sino como un gesto de total  y profunda confianza: ahora si, lo habían  echado a volar de verdad.  Respiró hondo mientras sentía, la fuerza  y la  velocidad  del aire deslizarse sobre su cuerpo, el vacío de la inercia con que la gravedad lo atraía  sin cesar  hacia abajo, el quemante oxigeno  que  ingresaba a raudales a  sus pulmones, entibiado por su sistema respiratorio, funcionando al cien por ciento de su capacidad. 

  También su cuerpo, estirado y forzado al  máximo, le  recordaba una vida anterior a la que había sido absorbida  por la  empresa.  Podía contar y describir cada uno de los músculos de su anatomía, la forma de los huesos, el largo de sus tendones, hasta podía sentir el recorrido de los fluidos dentro de su cuerpo,lubricando sus articulaciones y  haciendo funcionar sus órganos, alimentando sus músculos, entibiando su piel...

Caía lentamente acunado por la masa ascendente, el olor a hojas secas ya tenia el germen de la  primavera, planeaba y disfrutaba, soltaba los vientos para realizar una leve picada, los  volvía a tensar para remontar de un pequeño salto, en que aprovechaba para cambiar de dirección, se lanzaba  a largos planeos bordeando los suburbios pintorescos, llenos de verde y colores  a comparación  de la alta mole gris del centro.   

  Subía...bajaba...no necesitaba aterrizar, no necesitaba la ciudad.  Embelesado, no sintió el cambio  en la temperatura,  el  frio que destilaba la mole  de cemento trepada constantemente por el viento del sur...

  Pudo sentirlo, cómo atravesar  una pared, las capas de  aire se superponían cómo ingredientes y aderezos en un gran sanguche de miga, pasando  de la horizontalidad a una  desordenada  y revoltosa  oblicuidad, o verticalidad, que lo hacia atravesarlas rápidamente, dando tumbos  y saltos en el  aire  turbulento  y  mezclado, forzando las maniobras y agotando sus energías.

  En uno  de esos charcos  de aire frio, escuchó un ¡Pluc! y pudo ver aterrado  cómo una  sección de  su aparato volador se alejaba por el cielo, elevándose  en busca de la altura (o era él, el que caía?)  

  Con una desconocida frialdad, un  desapego total, ya que estaba en juego, sin mas ni mas su vida, empezó a  rebajar el vuelo, a medida que perdía altura, lentificando el  descenso en un lento planeo, sin dar lugar a la desesperación, cambiando de frente en semicírculos para aprovechar el poco aire ascendente que  aun lograba  capturar mientras entraba de lleno a la marea de cristalizados rascacielos, que parecían engullirlo con su garganta de gris hormigón moldeado. 

  Había perdido maniobrabilidad al cortarse el viento izquierdo, así que forzaba el que permanecía operativo del otro lado. Empezaba a pensar que podría lograrlo, cuando el derecho se cortó también, y con el cordón de lana en su mano, colgando inútil, vio cómo el resto de la frágil estructura que lo  sustentaba  se desintegraba en el aire...

  Choco a toda  velocidad unas banderolas tendidas entre dos altísimos pararrayos, dándose cuenta de lo  inmensas que eran, para verse desde abajo, pero no  pudo  aferrarse a  ellas ni aminorar  la velocidad del descenso, otras, parecidas ya las vio pasar sobre su cabeza, estaba cayendo con  rapidez, pero no hacia abajo, sino  en  una acelerada  pendiente.  

  En un acceso  de derrotismo y miedo, cruzo las piernas  y los brazos, cómo anticipándose al cajón que lo alojaría cuando muriera estrellado contra el  suelo, o tal  vez cómo un intento de meditación  y recapitulación de su vida, pero esa postura lo hizo barrenar como un sacacorchos, y tuvo que abandonarla al  empezar a marearse y sentir nauseas próximas al  vomito. su única opción era  sobrevivir, y la única manera era volando...

  Extendió sus brazos con decisión, e increíblemente, su cuerpo se estabilizo, adoptando  una posición casi horizontal, ralentizando  la caída libre en un escorado descenso diagonal que  incluso podía  controlar  un poco, embocando entre las moles de edificios para evitar el choque frontal,  mientras milagrosamente daba en el centro de una calle. 

  Levanto la barbilla estirando su cuerpo al máximo, intentando tomar  tierra, mientras se acercaba a toda velocidad a la mancha verde de la plaza, pasando por sobre las copas de los arboles de la avenida, para darse cuenta que su cuerpo, al  igual que su vuelo, también ejercía  una diagonal sobre el  ras de  la superficie, atinando a envolver un  poco los codos, plegándolos apenas para no perder estabilidad o arrancarse una mano contra el suelo, mientras veía a unos concentradísimos chicos y chicas fabricando títeres, una cámara enfocando una entrevista a quien sabe que personaje, niños gateando peligrosamente sobre su zona de aterrizaje. 

  Toco tierra inclinadísimo, apenas en el primer metro de césped después de las baldosas, tal vez entrando en la esquina del cuadro del reportaje, con dos pasos veloces que lo elevaron nuevamente en un pequeño salto, volviendo a caer ya casi verticalmente para terminar de frenar en una carrerita corta con que sus pies iban reconociendo el suelo, y que en  unos  metros  mas ya convirtió en acelerada y  luego disimulada  y  lenta caminata de  sábado a la tarde, doblando en la primera calle que cortaba la plaza, instintivamente, hacia la dirección acostumbrada.   

  El humo le  empezó a molestar, pero  no era un día para  retroceder...un poco más y se dio cuenta que era un  incendio, que había tomado el alto piso donde se  abrían ventanas aparaguadas por lonetas coloradas, amenazando con  avanzar completamente hacia una de las  antiguas  casas señoriales de la ciudad, lo cual no parecía importarle o incomodar a nadie, ya que ni siquiera los curiosos se detenían  a ver, y mucho menos se escuchaba una sirena de los bomberos.  

  Pedro  siguió caminando, con la certeza absoluta de que no iba a detenerse en su casa, ni cometer  el error de retomar su antigua vida... mañana sonaría una alarma en una habitación vacía. Mañana...era impredecible saber lo que seria de sus días a partir de ahora, mientras caminaba, caminaba, caminaba...

 
















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  La narrativa se impone   Bah... que simplificación absurda...    La narrativa se esparce con dulzura, amablemente, como pequeñas semillas ...