La muerte es una casualidad, es más, ni siquiera se busca, en esta neo guerra -permanentemente siniestra- no se pretende asesinarnos sino hacernos durar como marionetas, supuestamente felices como peces de acuario, obedientes, sumisos e inútiles, como apáticas mascotas rellenas de alimento balanceado.
Es este, tal vez el último siglo que verá al ciudadano y la financiera-comercial humanidad como pretendidos dominadores y amos del planeta: hasta la estupidez colectiva tiene un límite.
Mientras tanto, los nuevos Príncipes ni siquiera necesitan a Maquiavelo, con generaciones enteras que pasan de jugar en la tablet a asesinar personas manejando un dron, o de la discoteca al campo de concentración sin ni siquiera darse cuenta.
Hoy, la derrota no tiene épica ni honor, la muerte heroica ha pasado de moda como los ideales que la provocaban, en lucha por un nebuloso y tal vez posible mundo mejor. Pero no, no mata la estupidez, la ansiedad ni el conformismo.
Como palomas, bandadas de bien amaestrados chupa pijas giran en círculos sobre las carretas que transportan el botín del poder, que sin embargo no dejan caer ni una sola miga, mucho menos alguna soñada pepita de oro.
Intendentes, gobernadores y concejales, diputados y senadores, periodistas, generales, ministros y jueces se divertirán lanzando algún puñado de favores de vez en cuando mientras siguen pagando por sus cargos: ellos también son esclavos. Pero entre la polvareda y el revuelo de plumas de todos los colores, entre los picos ensangrentados y las falsas rengueras de los cobardes por un segundo se sienten, si no libres, felices y poderosos, como si su fiesta no tuviera ya dictada la hora final.
Simultáneamente, más allá, entre los indiferentes y los cínicos, los necios fanáticos y partidistas, los ingenuos engañados por la carestía de recursos selectiva y clásicamente brutal, hace estragos la desesperación y las adicciones, el colesterol, el estrés y la violencia familiar que los asesina convirtiéndolos en cáscaras vacías sin dejar de usufructuarlos.
La derrota actual está signada por una caída sin fin en la depresión inducida, la mediocridad y la auto represión, por un chapalear en el barro de la esclavitud de una economía que nunca alcanza para cumplir con los deseos que genera, por la oscuridad de un mundo que ofrece sueños de plástico y pornografía como permanente y gratuito legado.
Claro que, como en toda guerra, el arte de disimular las derrotas o presentarlas como grandes éxitos llega a perfeccionamientos cada vez más tenebrosos, saturando las pantallas de sonrisas y futuras metas, de ideales genéricos, logros ficticios y amores de papel.
Que tremenda pavada! Nadie consume esa felicidad acartonado y obsoleta...lo que pega son las imágenes de fallos, caídas y desilusiones lastimeras, porque no somos nosotros, porque es la otra, el otro quien sangra y llora, ridiculizado, abusado y humillado al igual que todos, pasajeros de un viaje social en círculos eternos que terminará cuando nos lancen por la ventana sin llegar a ningún lado.
Es que tiene algo de esto un mínimo sentido?
Por supuesto! Pero no para nosotros que aplaudimos o lanzamos huevos al escenario alternativa y sistemáticamente, sino para los que se intercambian los recursos del planeta como figuritas: nuestra inclaudicable sumisión garantiza su tranquilidad obscena.
Tenemos que tomar conciencia hoy, estamos en guerra, total, despiadada, y no solo hemos perdido sino que somos prisioneros, torturados por doctrinas, mandatos y conceptos, o somos náufragos tiritando, aferrados a las tablas de un bote que se estaba hundiendo antes de que nos subiéramos abordo.
Sin embargo cada persona es una isla, y su sola existencia tiene un sentido total, aunque carezca de propósito. Un día dejaremos de escribir mensajes en la arena intentando ser rescatados por imaginarias avionetas y trasatlánticos para investigar el sentido de nuestra soledad.
Tal vez, un día tomemos conciencia que "libertad" es mucho más que una palabra escrita en un anuncio. Tal vez, un día nuestra muerte nos encuentre completamente listos, profundamente vivos, sin el disfraz obsoleto que usamos para parecernos a nosotros mismos.
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