26 enero

Árboles de pie


En un mundo de multibillonarios, de algunos pocos cientos de multibillonarios que acaparan la casi totalidad de la "riqueza" del mundo con el sencillo expediente de imprimir dinero ficticio con el que adueñarse de los recursos naturales y humanos del planeta, el resto, somos nada más que el relleno.  Esclavos de relleno.  

  Claro, visto así, es una verdad un poco incómoda, difícil de digerir...un poco más incómoda que la representación teatral de aspirantes a multibillonarios que aprendemos día a día a dramatizar.  

  Porque cualquiera de nosotros podría, de repente, dar el batacazo con el gran invento del siglo, ser el nuevo Bill Gates, o volverse un mago de las finanzas mundiales con solo dejar la pereza de lado y aprovechar alguna de las infinitas oportunidades que el sistema nos ofrece.  

  En la práctica, sólo nos alcanza para masturbarnos mirando fotos de ricos y famosos, de ricas y famosas, para envidiar la inmensa suerte de haber nacido en la familia adecuada, para admirar idiotizados a los Número Uno, los más  y mejores que con su sola existencia impiden el desarrollo y bienestar del resto del planeta (humanos y/o naturaleza). 

  Pero nosotros, perros atados y apaleados cotidiana y constantemente, no dejamos de soñar, porque somos educados, adoctrinados y amaestrados en la espera, en la creencia ridícula y egoísta, grotesca, de que un gran líder llegue y multiplique los panes y los peces hasta saciarnos a todos. 



  Bueno...hoy, que a nadie le importa comer y beber veneno impuesto por la industria alimentaria, y legitimado por la inacción y complicidad de los gobiernos, estaríamos de acuerdo en multiplicar Smart TVs, Iphones y vehículos de alta gama: es el resultado de la propaganda, el desmantelamiento sicológico, la ambición-pereza, la irresponsabilidad social y el desprecio a sus semejantes del ciudadano medio en casi todo el planeta.



  Pero nos venden, nos venden como ratones y cobayas, y a la vez nos venden cualquier cosa que inventen, cualquier ideología, cualquier visión sobre la vida. Y así es como caemos en la necesidad conceptual de pensar que todo lo que superó un tamaño lógico y sustentable para la comunidad y la vida en el planeta debe ser mantenido aún incluso a costa del resto.  

  Claro, ahí está "Avatar", mostrándonos como un árbol gigante es la base de la vida en el planeta ideal: un solo líder, un solo imperio. Claro que no! Ni siquiera la naturaleza funciona así! Un árbol crece porque da vida, y porque posibilita que millones de semillas propias y de otras especies prosperen y también sean parte del entramado. 

  Un día cae y todo se renueva porque ya estaba ahí, latente, latiendo, generando la diversidad de la cual es parte.  El mismo resultado, la misma necesidad continua de evolución genera ciclos virtuosos que producen equilibrio antes que imperialismos, invasiones y hegemonía: todo es igual a todo y cada parte alimenta al resto.  

  Pero los liderazgos de hoy, tan profundamente personalistas y ególatras, diseñados en el Foro Económico Mundial de Davos, producen efectos alelopáticos, procustizantes, que no permiten ningún crecimiento bajo su sombra.  

  Cuando un gran árbol del bosque, en la vital y perfecta naturaleza, parece mantener sometidos en la espera a cientos de retoños a los cuales no deja llegar la luz, esto es en gran parte un proceso de crianza, donde no solo los protege del fuerte sol, sino que también los alimenta a través de sus raíces, regalando el excedente de su energía que los pequeños a su sombra necesitan para hacerse fuertes y estar listos para un potencial crecimiento.  

  Asimismo, mantiene la tierra fresca, húmeda, viva, donde estos y toda otra semilla tengan la posibilidad de prosperar. Un día pierde una rama, o cae, y el chorro de luz que ahora entra es inmediatamente aprovechado, poniendo en juego las reservas disponibles socializadas por la gran capacidad de producción del gigante que los cubría.  

  Incluso, cuando muere, aún de pie, millones de insectos y microorganismos, micelios y mamíferos, reciclan y transforman su cuerpo haciendo su energía lentamente disponible para acompañar el crecimiento del renovado estrato.  

  Nada se pierde, todo se transforma!  

  En la sociedad humana, que no deja de acelerarse en una carrera suicida contra la naturaleza, el ciclo se invierte, y los gigantes -sean personas, empresas o instituciones- sólo toleran a su sombra a quienes puedan explotar y someter, consumir y mantener en un estado de semiesclavitud perpetua, brindándose por entero como ofrendas al bienestar del liderazgo.  

  Cuando caen, solo socializan corrupción y enfermedades, contaminación y muerte, y todavía los raquíticos sobrevivientes que aparaguaba maquiavelicamente tienen que hacerse cargo de deudas y destrozos, de daños largamente elaborados antes siquiera de pensar en mirar hacia arriba por primera vez.  Esto es tradicional y rutinario en todos los ámbitos, culturales, sociales y políticos de la sociedad, más allá de colores, afinidades o banderías.

 Mesiánicos por definición, el progresismo y el fascismo, el socialismo o el ecologismo comparten la misma agenda e intereses, los mismos métodos, los mismos efectos por diferentes vías: la acumulación del poder total en una sola cabeza, la sumisión indisimulada a las corporaciones, la arbitrariedad inapelable sobre las decisiones, lo inaccesible del público a toda información real, el personalismo como institución, el aislamiento, la destrucción y el descrédito de todos aquellos que amenacen su hegemonía.  

  Entonces, por pura lógica del poder, para mantener esa cabeza en su sitio, ese liderazgo eterno, es necesario descartar, manipular, tergiversar y profanar cada palabra y cada fundamento propio y ajeno sí esto estira un poco más la gestión.  

  Esto implica que serán premiados por resistir a toda costa, hasta el momento de su reemplazo por otro absurdo y carismático aspirante sin poner en riesgo la continuidad del esquema de poderes dominantes, a los cuales poco les importa el color de sus padrillos y yeguas campeonas siempre que realicen la tarea asignada con el esmero y la discreción requeridos.  



  Si queremos permanecer en el mundo, como especie, deberíamos dejar de soñar con otros planetas habitables y reconquistar el nuestro.

  Deberíamos dejar de esforzarnos por tirar del pesado carro de salvadores, profetas y falsos representantes y dejar crecer la diversidad de soluciones y alternativas sustentables que aplasta la sombra nefasta del poder y la manipulación, y así no importará tanto qué árboles sagrados caigan de viejos y podridos, si a la vida alrededor  se le permite crecer y expresarse en su potencial de multiplicarse, de generar bienestar y amor, en ser parte de una trama que se hace más fuerte en vez del filo del cuchillo que la corta.  

 Deberíamos, sin duda, volver a los sentidos, confiar en nuestra sangre y nuestros músculos, nuestra piel, como antenas de la realidad mucho antes que en la repetición mediática de imágenes fabricadas.

  Deberíamos confiar más en nuestra intuición antes que en las voces de los "expertos", en los ampulosos gestos de los opinadores a sueldo o en los consejos de los fabricantes de novedades mágicas de la nueva era.  

  Es muy difícil, llevamos años siendo diseñados, toda la vida, y mañana mismo no dejará de ser igual...pero con bajar la vista, posar la mirada en el llano antes que en inaccesibles alturas, será un buen punto de partida para empezar a imaginar un mundo que sea para todos, para todas, y para todas las especies del planeta.  

  Un mundo donde las diferencias unan porque suman y complementan, en vez de generar exclusión y exterminio selectivo y sistemático, pero también aleatorio.  

  Los amos del mundo no se someten a ningún condicionamiento, sería bueno que nosotros tampoco.


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