Matías
apenas terminaba de hacer su show de como armar a la “perfection”, un
“cigarrillito” (como decía la Luli), después
de hacerlo girar adentro de su boca, sellándolo para que tire parejo y
despacito, evaluándolo ahora a trasluz, como si fuera transparente. Después se lo paso bajo la nariz, oliéndolo, y
le dijo…
_ ¿Querés?
…Pero Marito no alcanzó a contestar nada, la mirada fija desde dos ojos como platos, el cuerpo como una flecha, tenso, esperando el desenlace de ese extraño ritual, negó con la cabeza con absoluta convicción, sin dejar de mirarlo fijamente.
Entonces Matías prendió el encendedor, y arrimo el fuego hacia la punta, haciéndolo girar cuidadosamente… ahora sólo prestaba atención a su negocio…
Se lo puso en la boca y fumo, mientras le daba fuego, otra vez, y pego una aspirada larga, y como si hubiera empezado a sonar música en algún lado, se puso cadenciosa y lentamente a bailar… hasta que desde sus pies hacia arriba, el movimiento se concentró en el centro de sus labios y soltó el cigarrillo, exhalando en el siguiente segundo, mientras sus ojos cerrados expresaban esa paz que no se conocía en los monoblocks, nunca.
Marito lo miraba y se acomodaba el gorro, hundía los talones en el montón de escombros en el que estaba sentado, miraba las paredes pintadas, donde cada mancha y cada marca en los ladrillos desnudos era parte de una historia que no paraba nunca, de hermandad y sangre, de violencia y fiesta, de soledad y amor y muerte.
Nunca estaba lejos, la muerte, más
que nada, y Marito había visto varias a sus doce años, incluidas las de su
hermano y su primo, que habían caído un par de piezas destruidas, un par de
montañas de escombros más allá…
Pero ahora no se sentía parte de nada, mirando, disfrutando de la felicidad de Mati-pan por delegación, pero sin poderla agarrar, sin música, sin dejar estas paredes roñosas llenas de pintura y sangre, hasta hacerlo sentir excluido y solo, en un montón de escombros, basura y ruinas que sólo él veía.
Cuando levanto la vista desde las hilachas de la punta de sus zapatillas rotas, Matías lo miraba desde otro planeta, recortándose contra el cuadrado hueco en la pared que recibía el último sol de la tarde como una bala rasante…
Matías gesticulaba y se movía, disfrutaba,
volaba, y sin dejar de mirarlo, sus ojos llenos de paz chisporroteante
cambiaban como una noche de tormenta donde no paran de caer relámpagos, y cada
segundo nos deja una imagen distinta del caos.
Y desde el caos de su cara carcomida por la
vida, que también los había hecho hermanos, le pregunto:
_ ¿Qué te pasa guachin? ¿Querés probar?
Y la
mano extendida se extendió como un puente…dentro de todo era un alivio dejar de
pensar y decidir…
_ Dejá. Quédate sentado nomas… jajaajajajaa
no, no, naaaa, no te va a pasar nada, fíjate, es para que estés mas cómodo, vos
que nunca fumaste esto…
La luz del día se iba como su confianza, retirando sus últimos rayos del espacio de lo que alguna vez podría haber sido una ventana… ahora no, ahora era una puerta eternamente abierta hacia la zona de nadie… y se sintió temblar en algún lado, mientras sus manos favorecían el contacto entre su sistema respiratorio y el cigarrillo.
Aspiró a conciencia mirando la cara sonriente que tenía enfrente… y después de eso, todo desapareció bajo un tren de luz que venia del infinito para pegar de lleno en algún lugar dentro de su cabeza, como un corchazo, llenando todo de un estallido de amor inexplicable, desconocido, hermoso… retomando su conciencia de ser humano, un segundo más tarde, al identificar las marcas del techo bajo de cemento crudo, increíblemente detalladas, que ya no eran marcas sino un torrente de sentidos exactos y evidentes que cada milímetro del planeta descubría de un velo para que el pudiera entenderlo…
El silencio era lo más extraño y casi, también, un poco abrumador, porque no era un silencio de ruidos -solamente- era un silencio del tiempo y el espacio, podía asegurar que solo existía en un pensamiento que sobrevolaba su propia existencia, mirándose a través de los ojos del Matías que le gritaba, o por lo menos eso indicaba su cara…
¿Por qué gritaba? ¿Por qué estaba tan apurado, alterado al punto de salir corriendo?
¿Acaso no estaba todo
bien? ¿Se supone que morir o vivir hace alguna diferencia en todo esto? Ah… ya
se ¿Cómo lo sé? Va a buscar un balde de agua… lo sé porque sus pasos se pierden
en un mundo que ya está predeterminado, sobre el que podemos ir y venir a pesar
del mundo mismo… corrían… ahora venía Surinam con una bolsa llena de barro y
mierda de la cámara séptica que rebalsaba en el pasillo del quiosco del Negro
Pancho. Claro, de donde iban a sacar agua.
… Pero
no… en el aire cada gota que volaba entre las caras desencajadas y Mati que lo
estaba pateando… (lo sabía por su expresión salvaje tan conocida y familiar…
¿Por qué lo estaba pateando?) Cada gota de agua sucia era tan importante como
el planeta mismo, y de alguna manera estaba viva, y sabía que venía a
estrellarse contra su cara, y ese fue el último pensamiento que pudo hilvanar
su…¿Cerebro? Antes de salir huyendo ante este salvaje ataque…
_ ¡Ey ey ey ey ey
eeeeeeeeeyyyyyyyyyyyy!!!!!...
_ ¡Habla guacho, habla, decí algo! ¿Estas
vivo?...
_Dale Marito la concha de tu hermana puta y la
concha de tu madre, rescatate puto, rescatate…rescátate. … Y cada vez que volaba un sopapo del Suri,
se veían las cachas del revolver abajo de la camisa que iba y venia…
…
_... ¿Para qué me mojaron?...
Pero su pregunta se perdió entre los gritos
del Chonga, Mameluco, y el Ceba, que entraban corriendo y la Miriam que repartía
cachetadas para todos lados…
_ Pendejo del orto, que mierda vienen a hacer acá,
que hacen acá a esta hora pelotuditos, Matías que pajero que sos, que pajero, quieren
que los cocinen a todos la puta que los pario… está vivo este pendejo de
mierda, quien te pensás que sos, caca de perro, sáquenlo y tírenlos afuera, a
los dos, que los rescate la lluvia…
¡Entonces era cierto que llovía! ¿Hace cuánto?
Entre los cuatro brazos que lo llevaban parecía una montaña rusa, y entre la
lluvia y la lluvia se iba filtrando un mundo infame y real, donde el agua era
solo agua y el hambre solo hambre, y la soledad un mar de caras de pocos amigos
que apuntaban con el dedo antes de irse… pero el agua quemaba en su piel, y en
la de Mati, que finalmente se arrastro hasta recostarse al lado y después de un
par de horas, o minutos, o quien sabe, le pregunto:
_ ¿Y guacho, pegó? ¡Alto viaje te comiste! ¡Pensamos
que te habías ido! Tuvimos como dos horas tratando de despertarte hasta que
llego la Miriam, justito, mira si te veía con esa baba blanca, medio muerto…
_ Si… no se… Flashié.
_ La próxima te mato yoooooo pendejooo
jajajajajajajaaaa, vamos, vamos, que ya me está dando frio…
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