Siempre fue así, siempre igual, no acaba de comenzar un incendio que ya están soplándolo los exaltados y fanáticos, los revolucionarios de pacotilla, exaltados de salón, rebeldes de tiempo completo amantes del marketing de la libertad afiebrada y romántica, donde todas las muertes son heroicas y sobre todo ajenas…
Espectros que corren agitando las aguas revueltas de la injusticia vieja y el dolor rutinario, con sus loas eternas a la pobreza y el sacrificio personal que emularan algún día -no hoy pero algún día será el tiempo- .
Se arrebatan y
claman, se exasperan, irritan, indignan, pero no quedará ni el nombre ni el
susurro del viento entre sus ropas mucho antes de que la primera gota de sangre
llegue a tocar el suelo.
Llaman a la rebelión y la violencia como intima meta, como finalidad social mágica a través de discursos enrevesados, que pretenden libertad en la destrucción, y la maldita coherencia cínica y perversa de combatir el odio con sus propias armas.
Empujan a los insensatos a inmolarse por ideales
y utopías que ellos mismos no siguen, cuando a través de esa misma destrucción
ingenua, insignificante, que desnuda la indefensión de los ilusos que marchan
al frente, fundaron una y otra vez cada año las huestes de asesinos despiadados
que responden hoy y mañana al llamado de la sangre.
Como patriarcas del apocalipsis corren sobre los sembrados con su antorcha incendiándolo todo, cuando seria tanto más real y constructivo remojar una semilla, compartir, dejar ser bajo el sol cada brote nuevo de lo que sueñan en secreto con acaparar y segar, y guardar en sus oscuros graneros, impúdicos, macabros cínicos contramaestres del poder omnímodo…
No son capaces de darse cuenta que el juego terminara por
quedarse sin fichas, a través de tantas trampas y traiciones, tantos
escarmientos anticipados, y su imperio de tumbas y cenizas ajenas no se
sostiene sobre la sangre inocente de los que si caerán en la batalla, otra vez,
otra vez ellos y no ustedes, mirando conformes como todo lentamente se vuelve
brasas y cenizas.
Seguirán emulando tal vez al dios en que tampoco creen, en su intento vano y pequeño de parecer grandiosos a través del ostentoso, elegante sobrevuelo de rugientes tempestades fabricadas, de señalar enajenados una ola sobre la que venían surfeando.
Pero los que se desangran en el llano ven como de repente se sueltan antes que caiga sobre el resto, sobre el común de la población, los indefensos, desprevenidos, los condenados sin motivos y sin pan, y la juventud en flor.
Tal vez gocen con los llantos desconsolados de los que caen soñando paz antes que guerra, buscando amor en una piel erizada, en una mirada desnuda que no esconde nada, antes que verdades huecas que sostengan el mundo que se refleja a sí mismo en tanta mentira.
Pero ellos siguen avanzando, fingiéndose
aterrorizados, sembrando una destrucción que camina atada a sus palabras, como
adiestrada y mansa, siempre un par de pasos más atrás de los que la pregonan…
No morirán los tibios, como siempre, ni los cínicos, ni los hipócritas, ni los falsos profetas del amor y el odio, no morirán los cómodos cómplices ni los conformes sino el resto.
Aun estamos a tiempo, de despertar y sacudir el yugo de la infernal estupidez absoluta con que en cada acto y cada transacción cotidiana apuntan y ajustan el tiro de gracia, la sonrisa final de los ejecutores de todas las desgracias del mundo.
Porque brote a brote y grano a grano la inmensa majestad de la vida amenaza con cuajar en otra cosa que no sea un humano zoológico sin sentido, en una manera nueva que no adquiera cadenas, en una libertad que no sea de masas “libres” siguiendo a sus líderes hacia el precipicio.
Balamos a coro camino al ultimo y final acantilado, como ovejas, admirando a los buitres que desde la última cornisa extenderán sus alas sin remedio, sin mirar atrás, si no es para azuzar a los que aun caminen lento.
No hay espacio para estar dudando, como si los que marchan adelante no merecieran caer
primeros para saciar su hambre de violencia, su sed inconfundible de muerte.
Pero claro, como se mantendrían en pie las instituciones si la historia no se repitiera una y otra vez en su macabro guion, si los poderosos no retomaran abúlicos la partida, aunque no les importe el color de sus fichas.
Como dormirían tranquilos si no pudieran exterminar la sencilla expresión llamada vida a cambio de su sofisticada multiplicación de instrumentos y doctrinas, de maquinarias y jerarquías…
Pero claro, nos gusta ser engañados y llegar nuevamente a las puertas de otra trampa mundial donde ser exterminados sin piedad para dejar de morir lentamente de aburrimiento y ausencia de sentido.
Vivimos cada día para alinearnos y afirmar -junto con las elites que desprecian al
resto- que su guerra eterna es una necesidad absoluta. Para que ellos cenen juntos en
una mesa llena de cadáveres.
Podríamos tenerlas a la vista, pero no: la paz y la dignidad humanas, el amor y la igualdad, la fraternidad y la libertad tan proclamadas, solo llegaran cuando nos hagamos cargo de que son nuestra propia responsabilidad y no ajena.
Dejaremos de condenar sin causa a nuestros propios hijos cuando
decidamos convivir para ser desde la conciencia y completamente humanos, el fin
que justifica todos los medios, y no solamente la tinta que decora el tablero
de un juego donde eternamente miramos, sin apostar nada…
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