Micaela, que lindo nombre, seguramente fue cambiando y adaptándose a la persona, hasta amoldarse, hasta ser parte de ella, hasta que el nombre y la persona fueron indivisibles, y con ese nombre murió asesinada para terminar junto a un camino de tierra rural, siendo rápidamente cobijada por la exuberante vegetación de Entre Ríos.
Seguramente hay un torrente de dolor genuino y lacerante en sus más cercanas relaciones, sus humanos acompañantes de la cotidianidad, que como siempre, pueden dar fe de un mundo completo y en marcha, de un bagaje de sueños, compromisos, actitudes, de una visión del mundo que no imaginaban ver finalizar así.
Seguramente hay un montón
de indignados de ocasión, de sangrientas justicieras, que sin más información
que el reflejo ampliado del horror que se esparce por las redes aprovechan para
destilar su odio y su necesidad de venganza, de escarmiento social, de
crucifixión y hoguera eterna para el asesino, y para cuantos más puedan agregar
a su rosario de ajenos causantes de la maldad, del caos, de la degradación del
mundo en la que buscan su infame redención…
Tal
vez, una semana antes, estaban pidiendo el mismo escarmiento para la víctima fatal
de ese proceso, para Micaela.
Porque como siempre, la utilidad de los chivos expiatorios es llenar de inocencia a los demás, es olvidar nuestro innoble papel en este plan macabro, de espectadores inertes frente a la cotidiana destrucción, de justificadores del asesinato diario, de facilitadores ideológicos de la cacería, de cómodos cómplices de la muerte ajena.
Porque en cuantas cabezas al día de hoy, que llenas de horror se rasgan las vestiduras pidiendo justicia, una semana antes la hubieran tildado de puta, solo por ser mujer, por desplegar su independencia, por aspirar a la libertad de conciencia…
Cuantos de
los que hoy se esmeran en repetir el horror pidieron abiertamente ese final
para ella por zurda, por negra, por perder el tiempo predicando una igualdad y
una esperanza para todos que hoy se diluye entre la tierra mojada a través del
rastro de los gusanos en el pasto podrido.
Hay un dolor punzante y legítimo que ahora mismo está comiendo el pecho de algunas personas…tal vez de a ratos se abrazan y siguen, tal vez están llorando solos y en silencio, tal vez están desoladas frente a una pared en blanco intentando proteger la intimidad de su dolor frente al show de la manipulación, del aprovechamiento de la muerte y la perversión con obscenos fines políticos…
Tal
vez intentan concentrar años, décadas de recuerdos en una sola lagrima para
alzar la cabeza y seguir adelante, y protegerse a tiempo del show, para
convertir su impotencia y su bronca en una herramienta de reconstrucción social
y no al revés: en un arma de destrucción mutua que se sume a la irracionalidad
cotidiana que nos lleva a todos a ser testigos cotidianos de esto, de estas
tragedias y tantas otras cada día.
Tal vez habría que fijarse en la enfermedad que sufrimos como sociedad, en vez de apuntar a los síntomas como causas y justificaciones para amputar de raíz toda humanidad, toda empatía, toda justicia y lógica, toda racionalidad y paz, de la poca que queda.
Porque la hipocresía
total, la santurronería desvergonzada, la venganza social absurda que pretende
linchar a un asesino mientras crea miles a cambio, y miles de víctimas por
igual cada día, que pretende llorar por una injusticia y un crimen mientras
tolera cientos cada semana que pasa, que exige “todo el peso de la ley” para un
desequilibrado perverso pero pobre, mientras mira a otro lado frente a los
crímenes de los perversos poderosos, de los sádicos millonarios, de los
sangrientos y enfermizos dueños de su entorno…no va a solucionar ni cambiar
nada. Absolutamente: nada.
Si vamos a pedir justicia que no sea venganza, si vamos a pedir seguridad que no sean balas, si vamos a exigir tranquilidad que no sea a través del exterminio y la sangre derramada, porque eso es tan viejo y tan actual que muchos lo viven cada día, que muchas Micaelas caen bajo el peso de esa maquinaria sangrienta pero legal, horriblemente oficial, incontrastablemente rutinaria, aun a veces, muriendo en plena infancia o antes de nacer a pesar de todas las esperanzas.
Porque miles de niños y
niñas hambrientas son el costo de la sonrisa oculta de los indignados de
ocasión, porque miles y miles de adolescentes enfermos son el costo de la
riqueza inconfesable de los entristecidos funcionarios, de los serios y adustos
ejecutores de la indignación capitalizada.
Si vamos a hablar de Micaela, hablemos de ella, de su forma de soñar y bailar como algo legítimo, humano, de su mirada única y particular como un derecho absoluto, de sus decisiones como un ejercicio de soberanía incontrastable, indiscutible.
Si vamos a hablar de justicia hablemos de nosotros y nuestro permanente doble discurso, nuestra doble vara para medir las culpabilidades y los castigos. Si vamos a hablar de sociedad hablemos de nuestra enfermedad social, de nuestra decadencia, de nuestra irredimible complicidad con cada una de las causas de destrucción y muerte cotidiana, de nuestra indiferencia monolítica frente a cualquier injusticia, de nuestra doble moral, de nuestra falta de ética, de la ambición inmensa con que construimos y justificamos los crímenes que no vamos a señalar.
Si hablamos de asesinos, hablemos de nosotros mismos, de nuestro estilo de vida, de nuestro ambiguo discurso y de la educación enlatada y virtual que damos indiferentes a nuestros niños, de nuestro consumo cotidiano de violencia recreativa y explicita frente a la televisión, de las realidades espantosas pero normalizadas a las que exponemos sin filtro ni explicaciones a nuestros hijos.
Si hablamos de justicia, hablemos de igualdad frente a la ley, hablemos
de una justicia que alcance a ser justa para los ricos y poderosos tanto como
menos injusta para los invisibles y agonizantes.
Hablemos de una justicia, de una policía y un sistema penal que no sea un negocio que lucre a través del delito la extorsión y la muerte, de la prostitución y el narcotráfico, de la miseria y la desesperación.
Si hablamos de sociedad reconozcamos que la
política no puede seguir siendo el crisol donde se forja el beneficio a través
de las peores y más macabras mecánicas de muerte institucionalizada,
legalizada, de la entronización ideológica del poder como un fin en sí mismo
que justifica cualquier medio, cualquier herramienta o instrumento al margen de
la lógica, el bienestar social y la necesidad vital de un futuro común
compartido…
Si hablamos
de sangre, pidamos por la que corre, aun, en nuestras venas aguadas y cómplices
de todo esto, antes de que se siga haciendo cada vez más tarde…
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