Camino por el centro, una fresca mañana lenta de otoño, veo negocios abriendo sus puertas a pesar del feriado, hermosas mujeres lavan los vidrios o barren las veredas, antes que empiece el movimiento, ajustan su sonrisa, fijan sus metas de venta.
Toda la avenida se despierta. En otros negocios, hombres jóvenes sacan
maniquíes o estantes a la vereda, que por cierto no van a barrer, no lo
necesitan para construir su estereotipo.
Miro los maniquíes y no los veo muy distintos a las chicas que atienden los negocios: artificialmente plastificadas, para demostrar que la belleza es dinero, que el dinero es belleza, tal vez algunas tengan sentimientos propios, pensamientos independientes, sonrisas que no duraran más allá del horario de comercio, pero no lo demuestran jamás, porque eso no vende, y estamos en la calle comercial…
Encasquetadas en la moda efímera y tosca, sus “uniformes” no les dejarían hacer mucho, calculo, si tuvieran otra función que caminar y mostrarse, que hablar y repetir, que escuchar y obedecer, ondular y gustar.
Porque vende más el cuerpo de la mujer, no importa si son biquinis, hachas o rulemanes, lavandina concentrada, corpiños o calefones, tampones o gorros de lana.
Para llamar la atención del
aspirante a macho alfa dominante, dueño monopólico de la decisión, el dinero y
toda razón que merezca ser escuchada, todo debe ser envuelto en cuerpos tersos
femeninos, en lampiñas, aduraznadas curvas insinuantes, en miradas de niñas
obedientes que destilen la ansiedad femenina por convertir el dinero en
sumisión, el poder en goce, la autoridad en obediencia.
Claro,
que esto lo consumimos y lo construimos diariamente entre todos, a través de
cada día que ese mensaje penetra y se fortalece en nuestra conciencia,
cosificando a la mujer a un nivel no mucho más real que su cuerpo, y a ese
cuerpo en una mercancía, y a esa mercancía en un derecho, un juguete o un
privilegio, o tal vez un premio, llamado a adornar los espacios del poder hegemonizado,
allí donde se exprese de alguna manera.
Porque
fuimos educados en la mirada, a través de esa publicidad, en la doctrina, en la
estética posmoderna del desamor, porque es tan insinuante un cuerpo perfecto
aprisionado entre ligeras telas, o apretado como una fruta a punto de estallar,
empaquetado, etiquetado, completamente sexualizado. Un cuerpo que fluctúa entre la perversión y
la pureza, prostituible siempre, aunque parezca el de una niña de quince años
que escandalizados tras su muerte violenta condenaremos al violador de turno.
Antes de ese día, aprobamos todo por unanimidad, desde pequeños, aprendemos a convalidar eso, desde cada programa de radio o televisión, donde se usa el cuerpo de la mujer como adorno, como relleno, como gancho, como simple reafirmación categórica, a través de su papel y su discurso, de su representación social y corporal, de que el poder y la verdad emanan del hombre.
Desde cada
canción y cada juguete, y cada enseñanza transmitida por la tradición, que para
eso se ritualizan, las enfermedades sociales, para poder perpetuarse para siempre
a través de la cotidianidad hasta que dejemos de preguntarnos por su absurdo
sentido, su tiránico desprecio por el ser humano.
Claro que el cuerpo desnudo, sin más que su propio concepto, libre y puro, que en vez de ofrecerse a la venta nos hace una pregunta (¿Acaso no somos todos iguales?) no representa el mismo negocio, porque no vende ni compra nada, no se somete al imperio de la decisión económica del efectivo y la tarjeta, no se entrega más que a través de su propia decisión.
Escapando de la genitalidad, se esparce por su propia superficie
revalidando el resto de sí mismo, hasta hacer de la piel nuevamente una
frontera propia, orgullosa e inclaudicable, hasta volver un cuerpo una persona,
otra vez, y eso es peligroso, porque sienta un precedente.
Veamos: ¿Cómo podríamos sujetar a un cuerpo completo, que se escapa de la pulposa isla vagina-nalgas-tetas, que puede mirar y decidir por sí mismo, sentir a su criterio, caminar y elegir, avanzar o retroceder, hablar, callar, construir y crear, y elegir sus propias reglas?
De
ser así no podríamos mantener en pie siquiera el concepto de dios, ese dios
omnipotente y hombre, caprichoso y hombre, indiscutible y hombre, que necesitó
inseminar a una virgen en un lugar olvidado y remoto para brindar su legado ya
que por regla general son todas putas, desde siempre, desde el inicio del
concepto de homo sapiens moderno, que dio a luz a la idea de dios como contrafuerte
eterno que sostiene el sistema de valoración y organización social.
Sin embargo no he recorrido más que unos centenares de metros para confirmar la historia de la humanidad moderna, y nada ha cambiado a través de mis pensamientos: en la plaza central, una mujer elegante pasa de la mano de su marido, evitando bajar la mirada hacia los indigentes que fuman y descansan en el pasto sucio de la plaza.
Tras su sonrisa autosuficiente no se podría adivinar que este buen partido de hoy pago el precio de su amor y su corazón, cuando su padre apago el cigarrillo en la mesa de luz luego de reflexionar, decidiendo su futuro, de forma inflexible, tras lo cual durmió tranquilamente al fin, toda la noche, pero ella no dormiría más que llorando incluso después de casarse por conveniencia…
Años más
tarde terminaría por aceptarlo, convirtiendo el amor enfermizo en la egoísta
posesión de sus hijos, a los que impondría el mismo destino si los tiempos no
cambiaran tan rápidamente…
Mientras tanto, en la plaza que acaba de abandonar, otra chica, tal vez de la edad de su hija, pero sin las posibilidades de ser rebelde universitaria y soltera en contra de todo mandato familiar, descansa abrazada a su mochila rotosa, sin saber cómo va a hacer para salir de ahí ni hacia donde, sin más estrategia que entregarse a uno para no ser de todos, y olvidar la dignidad para no salir golpeada, herida, violada, muerta…
En su bolsillo guarda una
navaja, aunque podría defenderse con un vidrio roto y su furia ciega, dispuesta
a morir por nada, pero lastimando, sin más ganancia que ponerle un último
precio a su vida que sea más alto que la misma nada.
Y puedo ver esto sin terminar de cruzar el centro, pero todo cae por la crisis de capital que hace llorar de alegría a los banqueros, brindar a los gobernadores e intendentes, desvela a los presidentes de cada institución y pone a redefinir las estrategias a todos los comisarios y jefes de calle, empresarios, mandamases y jerarcas del establishment, preguntándose
¿Hasta cuándo se puede
tensar la cuerda sin dejar de aumentar las ganancias? Todos honran a la virgen en sus estampas, a
sus madres en sus plegarias, a sus esposas en las cenas de gala, a sus hijas
mientras no escapen del honor y el esquema social… Pero a ninguno se le ocurriría meter a una
mujer en un mundo de hombres, de decisiones, de acción directa sobre el
futuro. Tal vez es el único tema en que
podrían estar todos de acuerdo.
No necesito escucharlo, lo veo escrito en sus caras al bajar de sus autos nuevos en la calle del Banco, con sus maletines, hacia la cima de su mundo perfectamente configurado… pero… ¿Acaso conozco a ese tipo? ¿De dónde me suena? ¡Ah ya se! Reconozco el auto… es el mismo que cada fin de semana deja en el barrio bajo a una nueva niña caminando descaderada…
¿Qué tipo de perversiones le permitirá la
pobreza suburbana, la marginalidad? ¿Cuantas opciones tiene una mujer joven y
pobre sin recursos ni escolaridad, o serán solo buscar el mejor precio al que
puede llegar antes de marchitarse y comenzar a decaer sin elegancia ni piedad? Me
encojo de hombros, que mundo cruel este… y sigo, no miro, no quiero pensar más.
Por suerte podre olvidar todo pronto, me digo mientras miro las mangas de la camisa mal planchadas por la muchacha(es que a veces no la dejo trabajar tranquila) y sonriendo ingreso en un mundo a mi medida igual a mí, donde toda verdad y opinión está a mi favor, olvidare todo para volver a representar, en este escenario arreglado, antes que bajen el telón…
No quiero pensamientos negativos el día de hoy, tengo fiesta en la
oficina ¡Seré el nuevo jefe de sección! ¡Espero que mis viejas compañeras me hayan
hecho una torta y me empiecen a tratar mejor si quieren premios! ¡Al fin da sus frutos el esfuerzo de estos
años en el Ministerio de la Igualdad!
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