¡Ya no es posible vivir en un frasco! Aunque volvamos a intentarlo cotidianamente, hoy también, encerrando nuestro razonamiento y capacidad de percepción en el despliegue oficial de realidad precocinada que tan cómodamente se nos ofrece: segmentada, focalizada de acuerdo a nuestra ideología, a nuestros intereses, para que podamos verificarnos, entonces como seres humanos.
Aunque a veces no nos llegue a parecer que el
mundo que viene al encuentro de nuestra incapacidad de discernir -desde la
pantalla- funcione como una pegajosa e
hipnótica trampa cazabobos donde vegetamos para ser absorbidos de nuestro
fluido vital, por regla general, claro, nos creemos la araña que atrapa las moscas…
Y
relajadamente nos disponemos a ser guiados diseñados y encausados, cotizados y refacturados,
consumidos, captados, etiquetados, desintegrados a través de miles de mecanismos
de desinterpretación para mantenernos esclavos en la búsqueda incesante de la
imposible independencia económica, de la felicidad feliz que no nos deje en la
boca este sabor amargo…de la amplia libertad de elecciones con que cuenta un
animal enjaulado que puede quedarse mirando la lata llena de alimento podrido y
comerla ahora, o dentro de un rato…
¡No!
¡No, no, pará, pará, pará! ¡Estas exagerando! grita nuestra dignidad de mascota
adormecida, en un intento tardío de demostrar que existe, pero su débil queja
choca contra nuestra expectante docilidad, que se tranquiliza porque la lata
sigue ahí, la estamos viendo, somos libres, nadie nos obliga a nada…
Pero todo este avasallante mecanismo que nos atenaza en un entramado perfecto de conductas prefijadas, no nació del mismo sol que nos alumbra, sino de una dinámica del poder de la que hemos perdido todo control a través de la distorsión absoluta de sus necesidades y legitimidades…
Y lo que es aún peor, inadmisible,
desesperanzador, es que hemos perdido completamente el interés en su
funcionamiento, en sus consecuencias, en la manera cotidiana en que distribuye etiquetas
sobre los conceptos a través de los cuales se erigirá el tiempo de nuestra vida
y la naturaleza de nuestra sociedad…
Porque el poder esta, ahí, siempre, no hay forma de escapar al determinismo de la organización y la jerarquía necesaria para poder comer y sobrevivir individual y colectivamente en un mundo siempre ajeno, impredecible, predador y en constante agitación y cambio.
Pero lejos del instinto con que cualquier manada persigue su alimento mientras protege a sus crías, nuestro tiempo se dedica exclusivamente a perseguir premios suicidas, alegrías enfermizas, rutinas criminales que nos alejan sin frenos de nuestra propia libertad.
¿Y nuestros hijos? Ahh… ¡Ay! Para ellos solo
hemos guardado la obediencia ciega, la estupidez como destino, el terror a ser
libres, a decidir, a ser, fijándoles metas completamente oscuras y alienantes, que
no interfieran con la manera en que pretendemos usufructuar su entrega
obediente al altar de la dominación absoluta…
Tal vez por eso, y sin dejar de atravesar sus propias contradicciones como sociedades e individuos, cada día, una nueva hueste de desilusionados apaga la tv y camina hacia la ventana, para redescubrir la realidad por sus propios ojos, pero la realidad es un campo minado donde no queremos posar los pies…
Y nuestros ojos…
Nuestros ojos ya son espejos que reflejan la pantalla donde
admiramos nuestra propia autodestrucción, por lo que, lejos de ser herramientas
para percibir el mundo, se han convertido en cadenas efectivas, implacables,
desde las cuales nos colgamos sonriendo del gancho que corre en el riel del
techo del frigorífico…
Es por eso que nos terminamos aferrando desesperadamente a subsistemas de estupidización teóricamente novedosos y nuevos, donde podríamos explayarnos y desenvolvernos según nuestro criterio, realizar una búsqueda individual de nuestra espiritualidad, explorar nuestras posibilidades de ser libres, adquirir técnicas y tecnologías que nos rescaten a tiempo de la esclavitud, pero…
En la
práctica, solo caemos en las garras de astutos y mesiánicos líderes -hombres de
negocios- que nos atan a su pequeño rebaño, para manipularnos y consumirnos más
perfectamente, más aceleradamente, más completamente.
Claro
que eso al sistema le conviene, por lo que no les retacea prensa, espacio ni
financiamiento, para que las más engañosas corporaciones a través de los más
descarados y sonrientes charlatanes de la nueva era puedan funcionar y crecer
con rapidez y comodidad, haciendo de la espiritualidad un negocio, de las
nuevas tecnologías un juego para que apuesten los escépticos, de la libertad un
nuevo fraude.
Asimismo, hemos hecho de las redes sociales un caldero donde nos
hervimos en nuestra propia salsa, ya que todo puede ser dicho y afirmado
rotundamente, en la era de la no-verificación, donde creemos comunicarnos solo
porque hemos reducido nuestra comunicación a afirmaciones que son convalidadas
por quienes piensan exactamente igual que nosotros, que creemos independientes
de sentido porque como ellos, amamos pisar la arena conocida y cómoda de
nuestra isla conceptual.
Además
de eso, por supuesto, podemos contar con que la ironía, el sarcasmo, la
estupidez de los videos “de risa”la humillación revanchista, la sensiblería sin
consecuencia, son lo realmente importante, por lo que la veracidad, las
segundas intenciones con que nos enlazan, la manipulación absurda y grosera,
tienen una importancia tan pequeña que no vale la pena gastar el tiempo en lo
que se llama libertad de pensamiento, independencia de criterio, análisis del
texto, o cualquier otro resistente virus pre moderno que amenace a la
preeminencia absoluta de la vacuidad del discurso.
¡Estoy enojado, si! ¡Harto! De caminar esquivando zombis, de cerrar bajo llave mis sentidos a la construcción permanente de la pérdida de tiempo tecnológica-mediática, que solo beneficia a los tiburones que abren la boca para que les lustremos los dientes, no hay otra salida que recuperar la libertad, nuestra libertad individual, de elección y pensamiento, de acción coherente, pero seguimos comprando alcohol y drogas, confort e historias de amor endulzadas con sangre y veneno, y promesas de éxito que ya tienen otro dueño aunque las paguemos entre todos…
Es hora de despertar
antes que el suelo choque contra nuestro cuerpo, ahí ya será demasiado tarde,
los vampiros del poder hegemonizante se multiplican a dentelladas limpias con
total facilidad mientras seguimos buscando, cambiando de canal, de moda, de
versión, de sexo y de amor, de país y de tiempo sin darnos cuenta que lo único
que nos cambiaría y al mundo entero en un segundo sería gritar “yo soy”.
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