17 enero

Final

 

 

  En la Unidad Penal sospechaban, algo grande estaba creciendo entre las sombras… No era algo que se pudiera comprobar, porque tras dos meses de requisas semanales, no habían encontrado nada fuera de lo normal, y eso, era una comprobación en sí misma.  
  Porque en la mesa llena de facas y teléfonos, barajas y botellas de alcohol, cocaína, marihuana, pastillas, lanzas, cigarrillos, espejos, aerosoles tarjetas y billetes, no había nada que pudiera decirse nuevo, es más, faltaban algunos ítems importantes, que serían buscados en 48 horas más, las suficientes como para dar tiempo al tiempo y que las palomas volaran a través de los muros del patio, que las manos descascaradas aferraran las encomiendas de pabellón a pabellón a través de los barrotes reforzados de las pequeñas ventanas.




  Los punzantes ojos del Director iban de la mesa al tablero en la pared, donde colgaban innumerables llaves, cada cual con un número o una inscripción desprolija que identificaba su correspondiente puerta.  

  Algunas estaban tachadas, porque había pabellones inmanejables, y los internos habían logrado adueñarse de su propia seguridad, arrebatando las llaves, pero como todo, rápidamente se convirtió en un factor de negociación que en realidad facilitaba en algún modo las cosas, mientras no hubiera muertes que forzaran una entrada a sangre y fuego…

  Esos no eran el problema ¿Pero cómo no había saltado nada en el 12, donde setenta internos, ocupaban el lugar destinado para 25? ¿De dónde salía esa tranquilidad irreal que no era cierta? ¿Por qué su espía había sido pinchado en el patio, con un pedazo de vidrio, por los del séptimo, y ahora estaba en el hospital, sin haber podido averiguar nada?

  Fernández, que no veía las horas de comenzar las vacaciones, esperaba nervioso las palabras del Director: sabía que todo iba a empezar de nuevo, lo veía en los ojos afiebrados de su superior, ya habían reducido la vida de esa gente a la prehistoria.

  Apenas si tenían un balde para cagar, la comida era revisada, desintegrada antes de ingresar al pabellón,  todos los ingresos eran radiografiados por si venían con una lima empetada, las visitas, estoicamente soportaban todo tipo de humillaciones sin largar una palabra, y lo que es peor y ya empezaba a causar miedo, aprehensión, pavor: con una especie de sonrisa macabra que confirmaba cualquier teoría, aun antes de ser imaginada…

  Claro, el Director no se jugaba el cuero en los pasillos ni entrando a las superpobladas jaulas, donde podían manotear a cualquiera en un descuido y hace un par de semanas habían rescatado a un Empleado, al manteca, del noveno después de quince segundos mortales que alcanzaron para que casi le arranquen la lengua, y ahora en los pabellones cantaban, al escuchar sus pasos, sarcásticamente, como para dejar claro que en esta guerra no había forma de que alguien gane… pero el doce… 

¿Que estaba pasando que antes de pasar por la cancel se escuchaba el rugir de ese silencio incómodo y demencial que llevaba la adrenalina al tope? Previniendo el futuro motín, practicaban tiro dos veces por semana sin cobrar horas extras, y eso ya estaba empezando a afectar hasta a los empleados del servicio, la situación se tensaba hasta el infinito…  El único pensamiento constante era divagar sobre cuál sería la chispa que desencadenaría todo…

  El Director agarro la mitad de la plata y dijo:

  _Llévate esa mierda…

_ ¿Qué hacemos?

_ No sé, no me interesa, prendela fuego…

  ¡Bueno! ¡Por fin una para los muchachos! Pensó mientras recolectaba en dos bolsas el botín… las facas y el dinero no volverían, pero si todo lo demás, ahí estaban las horas extras que el Servicio no se dignaba a pagar, el Director era un hombre justo, esto aliviaría las tensiones internas… taconeo con sus botas en un saludo reglamentario como si fuera su primer día, pero el director ni siquiera lo estaba mirando, sino analizando cada metro que alcanzaba su vista a través del enrejado ventanal…

 

  En el noveno, en el séptimo, en el catorce, en los números dos y cuatro, ya habían decidido, se iban a unir, les había llevado un tiempo practicar, entender los códigos de golpes, organizarse y tener listo todo pero estaban decididos a jugar, las requisas no habían cambiado nada, los papeles con las piezas dibujadas y el tablero disimulado en el piso con un dibujo de la ultima cena(en el catorce), en el nueve, con una vista del puerto de mar del plata, en el séptimo con una bandada de palomas enjauladas, y en el doce, donde había empezado todo, con un mural de…¿Copacabana? …Donde pinchaban los papelitos con fósforos usados, y eso había sido hace más de dos meses, ahora, ya estaba casi terminando todo.

  Dada la falta de espacio y camas, que hacían que más de la mitad durmiera en el suelo, y las permanentes represalias que aumentaban cada mes, los elaborados dibujos eran borrados y vueltos a rehacer, y el trabajo de artista era de los más cotizados adentro del penal, pero valía muy bien su paga, fuera cual fuera, porque ningún verdugo podría adivinar las líneas y las casillas del tablero sin estarlas buscando de antemano, y el campeonato avanzaba, avanzaba…  y la última vez, el Pachón, del séptimo había hecho tablas con el Picado, del doce, algo impensado cuatro meses antes…

  ¿Quién había traído el ajedrez, fue el Chivi? No, había sido Ramiro, que a fuerza de insistir logro enseñarlo a todos los del doce, y cuando los demás se dieron cuenta de que un partido podía durar horas, y hasta días, el juego se extendió como pólvora encendida, los que miraban también aprendían y pasaban el tiempo, tiempo, tiempo muerto de la prisión, donde no hay nada para hacer más que jugar y ponerse arriba con pastillas y esperar que fermente el pajarito, levantar pesas o apuñalarse mutuamente por un metro cuadrado donde acomodar el mono… 

  Pero en el doce estaba el histórico del campeonato, el fixture, y después de cuatro meses intensos, donde habían aprendido hasta a jugar de memoria en el patio, cantándose los movimientos de las piezas en el tablero, se aproximaba la gran final. 

  Y si, a nadie le asombraba que la final fuera entre el Chivi y Ramiro, tan inteligentes como astutos, tan fríos como implacables, tan salvajes y crueles como amables, capaces de cortarle los tendones a un cachivache sin dejar de sonreír ni largar el cigarrillo humeante de los labios… pero…

  Ramiro ya estaba casi afuera, había pagado su condena en forma ejemplar y se iba el lunes, y el Chivi, que era más perro que los perros, estaba en el buzón, seguro hasta el miércoles, o tal vez más, si su constante rebeldía fruto de la frustración seguía empujándolo a atacar a los guardias…

  El penal entero esperaba el gran juego, planificando fugas en masa y motines que posibilitaran el encuentro pero no estaba el horno para bollos diría El Viejo, y nadie quería forzar más la situación, no tanto…

  El Chivi analizaba en la oscuridad del pequeño calabozo cada jugada que había visto, cada partida de Ramiro que había escuchado a través de la puerta o en código morse a través de los muros, porque el campeonato era seguido en cada celda, retransmitido y festejado, generaba apuestas y parcialidades, promesas y hasta algunas represalias, como el guacho del dos que entrego el partido y termino sin orejas… 

  Pero Ramiro…era impredecible, inconfiable, capaz de entregar la reina por un peón, para luego caer con un jaque mate imposible de atajar, fabricado con un caballo y dos alfiles… por suerte todos habían sabido manejarse bien, los pabellones habían sido limpiados y no quedo nadie que pudiera arruinar el campeonato solo por quedar bien con el Director…

 

  Sesenta y nueve ojos miraron el cuerpo de Ramiro atravesar la puerta rumbo a la oficina, y de ahí al hall de entrada… la desilusión era tan intensa que hasta Patricio, endurecido por los años de haber visto todo, de haber hecho todo, había dejado caer un lagrimón, que se convirtió en un sollozo al abrazarlo antes de salir…

  ¡Que te valla bien hermanito, no se dio, que va ser, la calle es buena, vas a estar bien!  Estas palabras incomprensibles quedarían rebotando en la cabeza del empleado, mientras lo aseguraba firmemente del brazo, sintiendo como nunca en su vida, en el interno, una ansiedad que no era por salir sino por quedarse…

  Estoy imaginando cosas, se dijo, ya me quedan dos días y salgo de vacaciones, estoy volviéndome loco como todos los demás… Pero la tristeza y las expresiones que veía a través de las puertas de cada pabellón, la indiferencia y la seriedad de Martínez, que parecía no darse cuenta que en media hora más volvería a la vida, a la libertad, eran de otro mundo, parecía una película, todo estaba funcionando exactamente al revés…

Ingresaron mansamente a la oficina del Director, y, aunque estaba prácticamente libre, no le quito las esposas, hace días que toda seguridad había sido extremada hasta lo irracional…

  Martínez… Debo decirle que… la verdad, fue el mejor preso que tuve, cumplió su condena sin el menor incidente, pago sus culpas, tiene una nueva oportunidad de reencausar su vida… y bla bla bla, pensaba Fernández, sin soltarlo del brazo, sin dejar de estar atento, un preso es un preso, no se puede facilitar…pero sabía que el director iba a aprovechar para preguntarle qué es lo que estaba pasando, a ofrecer trabajo afuera por el dato, a hacer el intento de conocer la verdad de lo que no habían podido saber en medio año…

  Ramiro Martínez se quedó estático unos segundos, luego sonrió imperceptiblemente y sin mover la cabeza señaló con sus ojos al guardia que tenía al lado… nadie más podría escuchar lo que iba a decir… El director vio una luz al fondo del túnel, emitió un suspiro de alivio que nacía desde el rincón más tenso de su alma de represor imperturbable, y le dijo a Fernández:

_¡Esto no sale de acá!  Pero ramiro no cedió:

_Solo al oído, nadie más puede escuchar… Está bien, mientras arrimaba su oreja a la boca del casi liberado preso, mientras el empleado sentía como un hilo de sudor frio descendía desde su nuca hasta chorrear por su espalda…

  En un susurro tan leve como una mariposa, Ramiro empezó a hablar, mientras los ojos del director miraban fijo hacia la nada, abiertos como platos, en un gesto de completa atención, semi agachado para que el preso pudiera hablarle al oído:

_Lo que está pasando es que… y sus dientes se prendieron furiosamente de la oreja, cerrándose como tenazas de acero, apretando y apretando sin soltar a pesar de los palazos, de las ocho manos que golpeaban o tiraban de su cuerpo, de los dedos clavándose en sus ojos, de los gritos y el escritorio volcado en el entrevero, del alarido del Director…


  Esa noche no paro ningún muro de emitir señales, de transmitir noticias, de ventana a ventana se esparcía la noticia, en los pasillos los espejitos reflejaban nuevamente las sonrisas, Ramiro, el Gran Ramiro del doce había logrado quedarse, y no solo eso, sino que se había tragado la oreja del Director, sino que se había ganado un mes entero en el buzón, al lado del Chivi.   

  Ahora sí, de calabozo a calabozo, se iba a jugar la final, lo que evitó por minutos el motín generalizado que la desilusión y la impotencia estaban incubando celda por celda…

  Y empezó.  Todos los oídos estaban atentos a cada jugada, que era reproducida en los tableros de los pabellones como en una pantalla gigante, prometía ser una partida larga y encarnizada, y a nadie le importaba si duraba una semana entera.  

  De un día para otro al penal había vuelto la tranquilidad, la tensión había desaparecido como la niebla bajo el sol del mediodía.  Fernández fue sumariado y expulsado del Sistema Penitenciario Federal, por supuesto, el hilo siempre se corta por lo más delgado… el director no volvió a hacerse cargo del penal, en la cúpula analizaban si aceptar o no su renuncia anticipada…

  Después de catorce días el partido termino en tablas, un mes después, a fin de año, el peor y más violento motín que se recuerde arrasó completamente con el penal: 32 muertos.  La revancha se jugó moviendo cabezas de empleados y presos en el patio, con las fichas talladas a faca, en la frente… En apenas nueve horas, el Chivi logro ser el ganador.


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