Que pasa cuando el entorno es complicado, conflictivo, cuando todas las callejuelas son oscuras, cuando en nadie se puede confiar, que pasa cuando el ritmo natural de los acontecimientos desnuda capa a capa las apariencias de las cosas hasta que no queda nada más que la realidad, que puede ser oscura, tenebrosa ,macabra, pero es al fin, real.
“Te voy a explicar una cosa mija, la plata se
puede pedir prestada, la dignidad no.”
Esa es la diferencia entre aparentar y ser,
entre pretender y demostrar, entre tener y permanecer, porque aunque parezca
fácil avanzar en algunos caminos a través de atajos y trampas, no hay una forma
de generar confianza sin persistir en un mismo sendero, por angosto y escarpado
que parezca, porque la confianza que generemos depende de nosotros mismos y
nuestra manera de responder a los desafíos, no a los fugaces y pequeños logros
que podamos presentar como propios basados en nuestras incomprensibles
actividades humanas.
Las chicharras cantan en verano, pero en invierno se entierran, aunque parezca que la primavera fuera a ser eterna, las hojas secas caen en otoño, para que la savia buena no se envenene, y así vuelve a ser siempre.
El ritmo natural de las cosas no puede ser alterado porque es anterior a sus propias alteraciones, que nosotros, pequeños insectos galácticos, vemos como tragedias y masacres, porque nuestros pequeños pies no nos permiten tomar la menor perspectiva.
En nuestro veloz y acotado mundo, las
más ínfimas correcciones de la naturaleza parecen grandiosas, los más breves y acelerados desfasajes
se viven como catástrofes eternas porque no estamos dispuestos a aceptar que
nuestro tiempo es corto, y solo vemos lo que se nos muestra, a caballo de un
diminuto fotograma en una secuencia infinita.
Entonces ¿qué significa la vida que estamos viviendo?
Que todo es un proceso, que no hay causas sin consecuencias que no hay hoja ni brote que no venga de una rama y esta de un tronco, y este de la tierra que lo alimenta.
Si hablamos de personas y ya no de árboles, la analogía también nos sirve, porque no hay niños que no vengan de sus madres, de sus familias y clanes y estos de sus barrios, ciudades tribus y naciones y, en definitiva del mismo planeta, que a través del sol hace nacer travestis, rinocerontes y sauces, chinos, comisarios, malvones, negras y alemanes, secretarias, herreros, palmeras y ministros, sin que ninguno pueda escapar a la ley inmutable, a la regla general que los convoca a agachar la cabeza frente a un poder superior.
Claro que la naturaleza obedece ciegamente mientras las personas ignoramos toda
lógica, atando las relaciones y reacciones humanas a un esquema de poder, de
relaciones económicas ficticias y temporales como hojas de otoño, mientras que
el tronco común del que emanan todas las directivas, no llega a inquietarse
siquiera cuando las rutinarias tormentas producto de las luchas de poder y
reacomodamientos territoriales desgajan ramas enteras…
Porque claro, a veces hay que rectificar y podar, a veces hay que dar forma para mantener el equilibrio, y reformular completamente algunos parámetros para que el árbol de la sociedad no se pudra completamente por dentro, a veces hay que pasar a serrucho ramas enteras porque dejaron tomar sus hojas y hasta sus nacientes brotes nuevos con infecciosas bacterias y virus.
Dado esto, no hay posibilidad lógica ni racional de dejar un mal que debería extirparse, sin que avance hoja a hoja y rama a rama debilitando y envenenando el corazón de un entramado de relaciones que no van a volver a producir vida, colores y alegría antes de volver a estar sanas.
En ese proceso
de saneamiento y control, por supuesto, terminan en la basura las más gráciles
y orgullosas flores, frágiles, bellas y efímeras muestras del precio de la
decadencia.
Por lo tanto, no hay un jardinero que le
tiemble la tijera en la mano, ni que se detenga antes de darle a su trabajo un
final, no hay una forma de que eso no suceda cuando el árbol ya está enfermo,
salvo que nos atengamos a la posibilidad de disfrutar viéndolo secarse y morir,
como si pudiéramos ser testigos externos de nuestra propia vida perdiendo el
sentido, como si nos fuera a quedar tiempo para tomar nota de nuestra propia y
desordenada debacle...
Aténgase, en consecuencia, cada cual a mejorar
su tierra mientras este a tiempo, a regar y cuidar algo más que las flores que
muestran a los demás, a ser fuerte, a estar sano antes que venga el vendaval,
despojándose de ramas secas o enfermas, porque las nubes negras ya están a la
vista con una turbulencia que inquieta, de una manera que algunos ya se quejan
de los destrozos de la tormenta, pero el viento, en realidad, todavía, ni
siquiera empieza.
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