08 mayo

¿Por qué periodismo en el barrio?

 

 


Hay días en que parece que todo se hunde en la oscuridad, que empezamos a ser invisibles hasta perder completamente las riendas de nuestro destino, cuando las máscaras caen y la cruda realidad impone su peso puerta por puerta, cuadra a cuadra…en ese contexto, el tener una posibilidad de expresión, una forma de validar nuestra existencia frente al resto de la maquinaria social, un simple medio que refleje nuestro barrio en tiempo real, nuestras diferentes necesidades y miradas, nos da una pequeña ventaja en esta carrera perdida contra la impunidad, el abandono y la miseria. 

  Contando con el silencio y la indiferencia del resto de la población, incluidos gran parte de nuestros propios vecinos, si no generamos estas posibilidades como propias, es fácil de poner en duda que alguna vez existan, y es nuestro deber, como comunidad, a través de algún referente corresponsal o institución -de alguna manera- asumir entonces ese rol. 

  Pero hablando de medios y difusión pública, profundizando apenas los conceptos, no sirve y no tiene sentido si hay un monopolio de la producción de información, mucho menos de la denuncia, en entornos conflictivos, porque se vuelve muy riesgoso de sostener si los demás se mantienen en la oscuridad. Al margen de eso, si hay una sola voz, se termina distorsionando el acceso a la información a través del lente particular de intereses sectoriales o personales. 

  La libertad de expresión necesita de multiplicidad de interpretaciones y miradas, de puntos de vista, para que toda la población se vea representada… 

  Pero volvamos a lo imperioso, a lo absolutamente necesario, a la práctica, al periodismo ciudadano, cotidiano, a ejercitarnos en el registro de nuestro particular contexto, de un recorrido por las diversas voces y escenarios, por los diferentes eventos de interés público o proyectos comunitarios que nos atraviesan. 

  Volvamos a mirar a nuestro alrededor para darnos cuenta de que somos invisibles más allá de nuestra pequeña zona de influencia, y al margen de lo personal, somos invisibles como comunidad, como personas en una realidad de lucha donde no sobra para propinas al sistema…por lo tanto atendamos a lo siguiente. 

  No es un cálculo exagerado pretender que: si el uno por ciento de la población se dedicara a registrar lo que pasa a su alrededor, o en su entorno social, abierto, particular, tendríamos que de 30mil personas, podría haber 300 probables periodistas, con toda seguridad armados de una cámara, un teléfono, internet, y un perfil o portal propio o institucional en alguna red social, blog, o página web… 

  Si atendemos a que el territorio de los barrios del sur, no llega a las seiscientas manzanas, tenemos casi con seguridad un “periodista” cada dos manzanas, si se fijan bien, una frecuencia diez veces más alta que la de por ejemplo, un policía en funciones… 

  Lo normal en los suburbios, como regla que no necesita de excepciones, es la ausencia casi absoluta de registros oficiales, lo rutinario es que los medios masivos solo los mencionen en la sección policial, judiciales, o catástrofe, que la cotidianidad en su cruce diario con una realidad avasallante y urgente se vuelva impredecible y violenta. 

  La gente común inmersa en estos duelos queda, por regla general, vulnerable, expuesta, indefensa…porque sus escasos recursos no pueden ponerse en juego para mover un aparato estatal que debería cumplir sus funciones de contención, fomento y asistencia, de protección y cuidado, de legitimación de la ciudadanía, por igual en todo el territorio a su cargo pero que sin embargo lo hace selectivamente. 



En un mapa que de entrada se descompone en diversos filtros políticos e ideológicos en cuanto a la asignación oficial de recursos, en la práctica parece superponerse a los diferentes conglomerados económicos en cuanto a la calidad, cantidad, o el tipo de servicio que se brinda a la ciudadanía. 

  Esto quiere decir que, aun teniendo a favor el contexto político, en la distribución de los recursos, estos se acentúan en el o los sectores urbanos que representan un mayor poder económico, en forma de infraestructuras, políticas de higiene y seguridad, subvenciones y exenciones etc. No estamos exagerando si mencionamos como plus a estas ventajas el acceso a la información y a las políticas de estado cuando no directamente su consenso, participación o codiseño… 

  A los sectores menos favorecidos, a las clases bajas o los suburbios, por lo general, les toca la ley de la selva y el abandono, el asistencialismo y el clientelismo encarnado en los punteros políticos, destinados a dejar bien en claro de parte de la elite dominante de turno, que no hay un orden racional, un sistema de valores, ni un orden de merecimientos que puedan ser invocados más allá de la sumisión total, del ejercicio crudo y desmedido del poder. 

  


Es cuando todos estos factores se combinan en un contexto recesivo, inflacionario, inflamable, que la dinámica construida entre todos con permisos y omisiones, con dobles raseros y traiciones, encarna al fin en una rutina desoladora y exterminante que sin embargo, lejos de provocar una revisión de políticas personales, algún tipo de devolución social o ajuste o sencillamente un hipócrita mea culpa, no genera mas que indiferencia. 

  La indignada indiferencia con que se busca quedar al márgen de las responsabilidades a la vez que se cacarea por las dudas de que las consecuencias que pagan los demás comiencen a rozar las paredes de los que, con mayor o menor responsabilidad, con mayor o menor hipocresía, todavía permanecían o se creían a salvo de la ola que antes alimentaron…



 

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