¿Cómo
se entiende esa insistencia, ese lanzarse una y otra vez en busca de la
iluminación?… lo sagrado no está afuera, lo sagrado viene de adentro…
¿Pero buscamos en rituales y brebajes una conexión que despreciamos? Se interpreta al universo como algo complejo y eterno, aunque no lleguemos a comprenderlo, se admira a las estrellas y planetas, a la belleza de la luna, al poder del sol… cuando mirando a nuestro alrededor, nos daríamos cuenta que habitamos un mundo que nada tiene que envidiar en grandeza y complejidad.
¿Pero es que alguien busca en su corazón?
¿O donde podrían encontrar el fulgor del reflejo eterno, de la conciencia universal, del ladrido primigenio, o como le quieran llamar?
En un entorno artificial, donde todo tiene precio y etiqueta, queremos escapar
cotejando soluciones, queremos adquirir espiritualidad -si no se puede de una
vez, en cómodas cuotas- para sentir que nos acercamos a algo más que la muerte,
que preferimos pensar allá quieta y lejana, cuando siempre nos acompaña.
Y así nos encadenamos más, cuando pretendíamos erradamente liberarnos… amamos a los cachorros, a todo pompón plumoso que regale fragilidad, fabricamos una sensibilidad trabajada a los enfermos, cancerosos, hambrientos, fugitivos, moribundos: solo envenenamos nuestro corazón con mentiras, con verdades articuladas que se desarman al ser testigos de lo que pretendemos amar…
Terminamos odiando, regalando nuestro gratuito rencor a los que se oponen a nuestro mundo de fragilidad e inocencia, pretendemos interpretar la mirada de un caballo cuando no somos capaces de sostener la nuestra frente al espejo sin ese escalofrío que desnuda nuestra incoherencia.
Festejamos guerras lejanas por la libertad, como si
hubiera una que no masacrara a los inocentes de uno y otro lado, pretendemos
apoyar a los buenos, rezar a los santos, idolatrar a los mejores, mientras
nuestro cuerpo y nuestra alma se degradan ante la indiferencia a la única
verdad: toda vida es sagrada.
Cuantas cruces, cuanto oro, cuantos ladrillos gastaron las catedrales… en sus balances solo sobra sangre. Cuanto luchan cada día por imponer una religión universal, cuando ya nos une el sentido de la vida que -evidente- pretendemos desconocer: esperamos que un erudito nos venga a manifestar por y para qué estamos acá…
¿Esperamos que un
detallado estudio de laboratorio nos indique al fin que todo ser siente, sabe,
piensa? O qué necesitamos para creer?
Tenemos que explotar y robar, mentir y ser testigos indiferentes de como masacran a los demás, para poder pagar las 500 horas de yoga que nos lleven al nirvana. Queremos elevarnos como seres superiores para entender finalmente que todos estamos hechos de lo mismo, mas allá de la sustancia.
Es necesario recurrir a la humildad, aunque duela, aunque nos veamos llorar… es preferible a seguir endureciéndose porque una canción o una planta sagrada nos va a rescatar…
¡realmente
pretendemos eso! Somos ilusos, somos niños mirando el mar, esperando que un
gran pez salga a saludarnos. El mar está dentro de nosotros, somos todo,
somos ese mar, pero nos da miedo navegar.
Es menos costoso lucrar con nuestra oscuridad, y seguir en un camino a ningún lado, mientras pretendemos buscar la luz al final del túnel.
Basta! Basta, por favor, de tanta mendicidad, de tanta mediocridad calculada, basta de salvar a los demás, de insultar a un universo que no podemos ni siquiera pensar.
Cuando abrimos los ojos, por las mañanas, todo estaba en marcha ya, no vamos a restar nada mirando un segundo al hueco que tenemos adentro.
Palada a palada, sin dudar, nos deshicimos de cualquier
certeza que pudiéramos pensar. Ahora buscamos a ciegas un gurú, un
mesías, un líder, un nuevo mundo, una religión, una oportunidad. Nada
está afuera, solo la vida es sagrada, solo la conciencia es universal…
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