21 junio

Somos...lo que comemos

  


Vivimos en un mundo artificial, estandarizado, diagramado mayoritariamente en flujos fijos de bienes y servicios, al servicio –justamente- del inmenso poder desmotivador y absorbente de las elites y sus cancerberos, sentados cómodamente a las puertas de un paraíso virtual que refleja solo lo que tiene precio.

  Y estas razones incorporadas, esta automatización que atraviesa nuestra vida, nacen de un nuevo concepto de ser humano, un concepto tan simple como engañoso, que pregona la felicidad como una construcción material, como un relato que debemos contar a los demás a través de nuestra imagen, de nuestra ostentación de superficialidad.  

  Entonces vale la sonrisa, en una foto, lo que antes valía una caricia, y vale el paquete, la etiqueta de la tienda del regalo, lo que hubiera tenido un valor de búsqueda amor y comunión, y hoy significa un reclamo sordo del inexorable peso de las cuotas que deberemos pagar

  …El sistema define hoy hasta el formato y la característica de nuestras relaciones.

  Pero no importa, ni siquiera elegimos ya, más que en matices entre la calidad total o copias burdas de  productos innecesarios que nos ofrece la propaganda.  

  Sabemos que es lo que queremos porque no podemos evitarlo, viene a nosotros desde que despertamos, en miles de anuncios y carteles, de dogmas mandatos y caminos prefijados: solo alcanza con quedarnos quietos, para que todo a nuestro alrededor se resuelva por nosotros…



  Claro que la uniformización total de los deseos y necesidades humanas no necesita puntos débiles, hoy en día las mandarinas no tienen molestas semillas, los pescados, enlatados o no, no tienen espinas, y así con todo, una victoria genética de la comodidad y la estética sobre el sabor y los aromas naturales.  

  Pero que caro nos cuesta, trabajar sin descanso para poder triunfar en el supermercado, igual, la ausencia de tiempo se compensa con preparados pastosos y sopas deshidratadas, hamburguesas y salchichas sin ningún sabor, mucho menos proteínas…

  Hoy en día la industria de la alimentación desdibuja hasta las fronteras entre comida, drogas y alcohol, siempre y cuando pueda tener las riendas firmes del negocio.  

  Pero no es necesario que enfermemos antes de tiempo, para evitar eso vienen miles de suplementos vitamínicos, complementos nutricionales, y todo lo que nos puedan vender, para seguir aportando a una vida pasmosamente cómoda, infantilmente dirigida, temerariamente falta de riesgos, de decisión, de creatividad: hemos sido enjaulados, y no nos dimos cuenta.

  Pero es tan fácil buscar la comida en el plato, a la hora cierta, y tirarnos en la arena los minutos contados, que nada perturba nuestra indiferencia.  

  Con la alimentación venenosamente enlatada, con un modelo agropecuario al servicio de la producción de dinero, que oculta sus costos invisibilizando al ambiente, amontonando a las personas en ciudades cada vez más toxicas y a punto de estallar, una red de medios de todo tipo se ocupa de moler y digerir las noticias por nosotros, de inventar novedades como si fueran sabores nuevos, de pintarnos de colores un mundo en guerra como si fueran agencias de turismo. 

  Lamentablemente, nos hemos acostumbrado a la triste felicidad de las mascotas, ya no buscamos nada, solo perdurar, mirando sin mirar, aceptando sin cuestionar, caminando sin mirar atrás, sin ser conscientes del costo que tiene nuestra comodidad, y moviendo la cola para no molestar.  

  Como cualquier perro tras el cerco, ladramos furiosamente ante cualquier eventualidad vista como riesgosa de hacer tambalear el estatus quo, como amenazante de nuestra sumisión.  Luego arañamos la puerta donde podemos mendigar un favor hasta que se abre, y nos echamos después de dar una vuelta en redondo, altaneramente, tenemos derecho a descansar.  

  No importa, ya no tiene valor la dignidad, podemos ignorar el mundo, simular felicidad, prender la televisión… 

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