En las trincheras crecen los lirios, en las praderas las cruces, en los territorios libres brotaron alambrados o huertas, en las plazas se sientan las madres a amamantar a sus crías o los soldados a emplazar sus baterías antiaéreas…
En cada recodo de la historia personas comunes se hicieron de acero hasta volverse gigantes, personas normales asumieron las necesidades de su época hasta volverse líderes, personas insignificantes y anónimas soportaron todo hasta arrastrar al resto…
Y se hicieron historia, y luego ídolos, y luego posters,
remeras y frases que podamos repetir sin dejar de comer pororó mirando la
novela.
De hecho, la historia los guardo para que los usufructuemos, y eso hacen algunos, en el bar, en la escuela, el trabajo, en la calle, discutiendo, repitiendo, ensalzando a muertos que aun así están más vivos que ellos.
Y caminan, caminan desparramando su baba,
saltando sobre los mendigos, esquivando los niños descalzos, justificando el
despojo cuando lo tienen enfrente, sin ser capaces de poner el cuerpo, para
correr impecables a sus cuevas a desenrollar doctrinas, en la comodidad de la
inacción cultivada, de la prestigiosa y cómoda utopía.
Sin embargo, a pesar de esta ambigüedad el día pasa, igual, y ninguna solución parte de ignorar los problemas cuando están a la vista, por más ideales que se lleven como banderas, si siempre queda lejos el campo de batalla…
Pero lo saben, en su interior lo saben y lo sienten,
cada vez que hay que decidir mal, cada día que dejan pasar sin salir de las
palabras, y llega el día en que solo queda la hipocresía, pura y sombría, como
un pájaro negro que los ronda, afilado el pico, listo para arrebatar sueños
verdes, lanzándose a través de palabras vacías.
Y queda la cascara, la mirada torva que no quiere parecer avergonzada, aunque ya su máscara se resquebraje…
Entonces tiran un manotazo más y recolectan una nueva tropa de ingenuos, entre los que prometerán elegir su sucesor, mientras venden la actitud que no tienen, mientras calculan la cuota insignificante de poder que podrían trocar por entregar una manada de sangre nueva al engranaje.
Ganar tiempo antes que
se disperse en la bifurcación del camino hacia el materialismo romántico.
En fin, nunca llegan a tanto, pues no dejan de ser parte de un manojo de ambiciosos inútiles que otros más poderosos recolectan a su vez para sí, ellos sí, sacar algún provecho de su instinto de indisciplina sistémica.
Igualmente se los ve muy activos por la internet, obvio, porque no se pretende estar en el ojo de la tormenta, de ninguna tormenta.
Toda esta movida moderna se da a través de “hastags” “selfies” y
cosas por el estilo, y la idolatría por ciertas páginas, comunidades,
ideologías, siempre y cuando no exijan pasar a la acción, definiendo sus
contradicciones en una posición coherente que acarrearía, por lógica pura, el
abandono inmediato de su estilo de vida, y aun relaciones y posiciones en la
sociedad y el ámbito laboral.
Pero entonces ¿Para qué es el juego? ¿Adónde llevan estos dislates sobre la guerra y la paz, sobre el mundo, el agua, el petróleo, la resistencia, los imperios?
Imposible saberlo, pero como
diversión, es de las más improductivas, mientras se siga apostando a los
problemas mundiales lo suficientemente globalizados para quedar fuera de
nuestro alcance, al mismo tiempo que la realidad comprobable se desprecia por
no representar un ámbito de aplicación valido. ¿Y esto por qué?
Porque hemos llegado a establecer hasta un circuito inofensivo de rebelión acotada a las necesidades de regeneración del sistema, estratificado en niveles de engaño y manipulación que a la vez que controlan la dirección y virulencia de los procesos de cambio, los aprovechan automáticamente para generar más consumo y estereotipos que terminaran desviando el interés mansamente hacia la próxima novedad.
Luego todo estará tranquilo hasta que el mercado necesite
oxígeno y empiecen a resaltar corporativamente las voces de los antiguos y
nuevos disconformes, una vez más.
¿Pueden parar la oreja? Ya se escuchan
los incoherentes desaforados, los indignados cómplices, los justicieros pagos,
los gritos de los aterrados por el tambaleo de sus seudoprivilegios, ahí está,
creciendo otra vez el rio seco…
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