No es el calentamiento global ni el terrorismo especializado, no son los banqueros ni la contaminación, no es el hambre ni la pobreza…
La tragedia común que abarca a
la humanidad a lo largo del globo, es la forma en que tratamos a los niños.
La barbarie está en nuestra mirada, en
nuestra forma de negarles, o digamos retacearles humanidad, sin permitirles
expresarse a sus anchas, en nuestra forma de normalizar un mundo de coerción y
violencia, en la naturalidad con que pisoteamos su libertad de conciencia,
mientras asumimos su total exclusión sobre el poder de decidir su futuro…hasta
que lo decidamos.
La única ventaja que tenemos es que
ellos no están dormidos, y antes de anestesiarlos y desfigurarlos pretendiendo
que son de nuestra propiedad, pueden beneficiarnos con un punto de vista sin
prejuicios ni ambiciones, sin miedo a decir lo que piensan con total claridad,
y con un espíritu de colaboración espontaneo y desapegado.
Pero no, matemos la fantasía antes de que invada nuestras expectativas, derrotemos la espontaneidad y el respeto, corrijamos el rumbo desde temprano así salen exactamente como queríamos, y acosémoslos hasta que amen el chantaje y la extorsión, es nuestro deber además de nuestro derecho.
Y así seguimos divagando a través de la historia sin
encontrar el rumbo, generación tras generación de idiotas, masacrando sin
sentido lo más sano que tenemos.
Claro, claro como el agua, claro que no le damos importancia, solo son niños, debemos guiarlos, controlarlos, manipularlos, volverlos máquinas de consumir recursos a cambio de basura…
¿Qué?
¿Les suena conocida la historia? No hay porque apesadumbrarse por lo que somos,
la próxima generación que tome las riendas del mundo será nuestro producto,
nuestro aporte. Nuestra creación.
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