Vivimos en un mundo de etiquetas, vivimos en un mundo de miedo, de miedos celosamente protegidos alimentados por las dinámicas sociales. Aun abriendo los ojos al amanecer, despreciamos la vida y salimos agobiados y ojerosos de la cama temiendo el nuevo día.
Y caminamos entre la gente buscando una ventaja sin dejar de especular, sin dejar de intentar entrever entre la niebla de la ambición y el pantano de la rutina, el daño inminente y oscuro. Cuando niños temíamos (¿Nos enseñaron a temer?)
A los monstruos, y aprendimos a adivinarlos, en la oscuridad, acechando bajo la cama, en los rincones… Y esa sensación fue aprovechada al máximo, aceitada con películas de terror, y terrores de película que nos envuelven desde los diarios y noticieros.
Ahora ya no esperamos que un monstruo nos muerda las patas, si cuelgan de la
cama, nuestros temores han crecido con nosotros, y son mucho más elaborados y
complejos, mucho más fuertes y persistentes.
No esperemos consuelo ni comprensión, hemos dejado de ser niños hace rato, ahora los miedos son reales, o por lo menos, así parecen, ya que están catalogados, jerarquizados y sistematizados, y absorbemos ese oscuro conocimiento de nuestro entorno como si fuera pan, dejando que oscurezca nuestra alma y nuestra relación con el mundo.
¡Pero
tememos, y como! Hemos recopilado una lista tan grande de preconceptos
sobre las cosas, sobre las razas, sobre los animales y la naturaleza, sobre las
personas, nos hemos acostumbrado de tal manera a guiarnos por prejuicios que ya
no nos interesa conocer su origen y nos creemos libres, cuando no damos un paso
más allá de las etiquetas que distorsionan el mundo, esos barrotes
“ideológicos” que nos cercan.
¿Cuánto racismo galopa por el mundo, cuanta miseria se fabricó a machete y bala, a topadora y fuego, cuanta injusticia es ley escrita?
No importa, siempre habrá más si lo dejamos crecer, siempre habrá más imperio si nos portamos como esclavos, si las viejas mentiras disfrazadas de certezas siguen marcándonos el camino.
Y en ese
marco conceptual, en esa cabeza cuadrada y predefinida que se acomoda a un
sistema de explotación permanente y anacrónico, donde cada acción está
preparada, cada respuesta permitida, cada pensamiento aprendido, se nos va
agotando el mundo sin que lo veamos, corriendo atrás de la tecnología que nos
haga sentir vivos.
No esperemos sosiego, somos el alimento
del sistema, debemos recopilar todo lo que nos devuelve, aun cuando no pase de
ser miedo, ansiedad, angustia… todo eso que nos carcome el pecho encarcelado en
una jaula de posibilidades truncadas, de elecciones predefinidas y
opciones crueles.
Mientras, disfrutemos del paisaje: nazis de laboratorio, rebeldes de manual, niños autómatas, fascistas-feministas destruyendo el corazón de la mujer, y una tendencia suicida a delegar todo, todo, todo lo que nos compete en las fuerzas invisibles y misteriosas de la sociedad.
Podemos sumarnos virtualmente al ejercito libertador virtual que lucha todas las batallas sin que, obviamente, los afectados por su solidaridad se enteren…Podemos olvidarnos de nuestra pertenencia al entramado de decisiones y consecuencias nefastas y criminales que atraviesan nuestro tiempo eligiendo culpables de una inmensa galería de villanos y ángeles caídos, y así sentirnos inocentes…
Pero no lograremos sentirnos vivos, cuando termina
el spot publicitario, y la gaseosa en nuestra mesa solo es un caldo burbujeante
que llama al sertal, nos volvemos a sentir estafados.
¿Será por eso que tienen tanto éxito las redes sociales?
¡Donde más podemos mentir sin sentirnos culpables, cambiar de bando cada día, fabricar una vida a medida, golpear y escapar sin culpa ni riesgos, y sin dejar de salvar perros gatos, caballos, indios y negritos de África!
Mientras en los duros adoquines, reales, de las
calles, nuevas botas brillan a pedido de los atemorizados burgueses, disparando
hacia los blancos móviles en que se han convertido los jóvenes pobres, los
inmigrantes, los independientes y autodidactas, las minorías, los libertarios y
amantes de la vida, y todo aquel que no acepte ajustarse a un molde ficticio
que solo deja un resquicio frente a los ojos para ver lo que nos fabrican los
medios en sus titulares…
Pero indudablemente, aun percibimos un peligro en ser nosotros mismos, en el desierto sin señales de la libertad, en la aterradora responsabilidad de asumir nuestros actos, y seguimos mirando fotos viejas para evitar darnos cuenta que hoy en día, somos la realidad, y solamente vamos a modificarla desde nuestras decisiones, desde nuestra imposible coherencia, desde la resolución de una dicotomía cada vez más lacerante:
¿Vivimos?
¿Es real?
¿O solo consumimos vida envasada a costa de la
paz, la libertad y el planeta?
Quien se declara inocente solo delata su mediocridad, su incoherencia, su ambición… ¿Quién es tan cínico para decir que está afuera del problema?
Este es mi mundo, todo, todo el mundo, pero solo puedo hacerme cargo de lo que rozan mis pies, y a lo sumo, caminar…
Matar…
Vivir… Morir…
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