27 enero

Recuerdos de familia

 


 

 


Camino, camino, camino y camino.  ¿Caminante no hay camino?  Aja, pero se hace, dijo un catalán.  Como mi primo, que vive por allá en otro lado,  y antes no éramos primos, ni yo de acá, ni el de allá, pero el viento nos cruzó y nos llevó a otro lado.

  Pero ese no era catalán, el que cantaba, sino que lo había llevado el viento, a través de la panza de su madre, desde otros países que había recorrido su esperma antes de caer desesperado, atravesando las fronteras entre la vida y … Entre la vida y que?  

  Nadie lo sabe, por suerte, sino no tendría misterio, solo sería un nuevo cielo prometido, un nuevo infierno, una nueva religión sin gracia: como agacharse a rezarle a un dios que no nos escucha ni nos responde, ni se calza el nombre que le pongamos. 

  Solo adentro nuestro están todas las fronteras, y seguimos sin darnos cuenta.

  Pusimos una frontera entre la vida y la muerte, y de ahí salieron todas las demás, y pagamos caro por eso, el peaje diario de buscar el pan descartando el alma, que ya comerá allá arriba, allá abajo, porque inventamos el espacio, la ley de gravedad, la relatividad cósmica y el tiempo… 

  Todas mentiras de papel, de papeles.  No se comprueban más que por esclavos, atados al suelo, atados al cielo, atados al tiempo y la necesidad necesaria de comer, y después de engordar, y después de guardar más y más en la despensa de la mente abandonada al conocimiento ajeno, externo. 

  Sumamos, acumulamos haciendo de nosotros mismos un país dividido y en guerra, atomizado, deshumanizado.  Pero que importa, lo importante es comprobar lo comprobable, porque es más fácil que mirarnos.

  Y así empezamos.  Y ndespués seguimos al espermatozoide a ver de dónde salió, de qué color era, como nadaba, y de que largo era el picho que lo escupió, porque hay unos mejores que otros y hay que saber de qué lado estamos, y cuando amontonamos una raza cualquiera ya ponemos una línea roja. 

  “De acá no pasas, está prohibido, mas allá es otro país y no se puede mezclar, quedate donde estas que podes perder el alma en manos de esos, que por algo salieron de otro color, de otra medida, de otra concha, y encima se comenta que…. ¿Qué? 

  Que no son como nosotros.”  Y así empezamos a ser iguales, y distintos.  Y empezamos a mirar la jaula desde adentro, fronteras adentro, como un zoológico auto administrado, donde cada jaula da a otra jaula.  Somos los animales más tontos del planeta.

  Y sin embargo, por algo aprendemos a caminar antes que a hablar, para despejar el mundo de fronteras, hoy más que nunca que tenemos zapatillas, y nuestros documentos se hacen en una papelera en Bélgica, y bajamos internet de una empresa china.  

  Como crecemos así, sin darnos cuenta de lo que olvidamos, buscando la silla donde quedarnos quietos, esperando la cucharita en la boca, a los setenta años, sin poder volver atrás.  Por favor matame!   

  Cuando me parezca a esos bichos del zoológico, durmiendo la siesta, juntando pulgas del suelo, espantando las moscas de la carne podrida…  

  No quiero vivir así.  Antes le hago una corbata con alambre de púas al comisario, al procurador, al gendarme, al prefecto, al perfecto, al gobernador y al que imprime las toneladas de reglas que nos dicen cómo vivir.

 Porque mi abuelo era catalán y vino a mezclarse entre indios, y mi otro abuelo era indio y vino a mezclarse entre gringos, y mi otro abuelo era gringo y vino a mezclarse entre pelirrojos, y mi otro abuelo era negro y vino a perderse en la selva antes que seguir encadenado, y mi otro abuelo… 

  Mejor paro acá y no les cuento de mis abuelas, comiendo carne cruda mientras parían, caminando sin piedad por los descalzos, llegando antes de avisar, haciendo un mundo alrededor que solo era penetrado con magia y belleza. 

  Y después salieron a mezclarse, y caminaron, y lijaron el ovulo hasta que quedo tan fino que dejo una puerta abierta, y empezaron a crear el mundo que venía.

  No sabían que tenían que respetar alguna frontera y se desparramaron, y se cruzaron con mis abuelos, y los hijos eran hijos del mundo.  Pero no fue para perpetuar la especie.  Fue porque la piel no conocía de fronteras.

  Después un día se quedaron en la cueva, mirando la tormenta, y abrazados no se dieron cuenta que allá más lejos iban levantando cercas y alambrados, mientras se amaban durante días y días sin saber que era el tiempo, porque la piel es tan extensa que siempre queda algo por hacer.  

  Sin preocuparse por el sol que había corrido las nubes, y el pasto que nacía de la lluvia y el bicho que nacía del pasto.  

  Levantaron los cueros derretidos del suelo cuando quisieron seguir y llegaron en su vagamundear a un peaje, y les dijeron que de que país eran, y de que raza, y como agarraban la cuchara, y no los dejaron salir, y volvieron, y la cueva ya era ajena, y quedaron buscando un hueco en la divisoria, cada cual, cada uno en su país nuevo.  

  Y así se desparramo mi familia, en mil países, con la sangre mezclada en la sangre caliente, como única brújula en el tiempo.

  Hago lo que siento, es todo mi capital, toda mi memoria genética.  Más allá de eso hay una tonta línea de puntos.  Una frontera.  Una jaula ajena.  Prefiero morir de hambre a comer del plato encadenado.  Prefiero azotarme contra el suelo antes que aceptar que no sabemos volar.  

  El dolor me enseña que todo es posible, casi lo logro, pero me faltaron las alas.  Y miro a mi propia sangre y recuerdo el recuerdo de mil generaciones atrás, y descarto más ese peso de la organización establecida, y corro y salto, y después me desengancho del alambre de púas, y me lamo las heridas, como mis abuelos, y recuerdo más, y recuerdo más como era que empezó todo… 

  Mi único capital es el viento. Me trae noticias de los que antes desparramó.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Que te parece?

Gracias Palestina!

    Gracias Palestina.  Gracias por cargar sobre tus hombros la última batalla por la conciencia humana.   Gracias por tu amor interminable,...