El hombre. El hombre, la mujer, el ser humano: se reencuentra a sí mismo a través de sus frutos, a través de sus hijos tal vez aunque no siempre.
Pero el hombre animal, el hombre bicho, el hombre instinto que duerme atontado por la televisión y las cuotas de la tarjeta sobrevive y espera por sus cinco minutos de fama… la persona que planta una semilla en la tierra como hace mil años, se reencuentra a sí mismo en la justificación de aquella labor, aunque sea magra a veces, aunque sea flaca, de vez en cuando, la recompensa.
Lo poco que le devuelve la tierra, lo poco que le pueda sacar como un pionero entre las piedras y la arena caliente, es parte de sí mismo, del amor que pusieron las mujeres y los niños con las manos en la tierra, tratando como iguales a unas semillitas diez veces menores que sus propias uñas.
Cada yuyo que se arrancó, sin lastima y sin embargo sin
rabia, es el anuncio de un nuevo mundo que mansamente se deja descubrir, desde
abajo, como si la tierra entera se elevara y echara a volar, como un pájaro
sorprendido entre los surcos…
Cuando plantamos una semilla apostamos a un mundo que podamos disfrutar, fuera del paquete, fuera del olor a plástico de la fábrica, con un sabor diferente al universal saborizante diluido. Un compromiso ineludible con los elementos: de lucha y comprensión, de contención, de acompañamiento, de manejo de lo inmanejable.
La naturaleza
que nos muestra el camino, el sendero entre lo ancho de los cataclismos y
despliegues de agua y sol, de hielo y sopor, de sudor, cansancio y esperanza
cierta de cosecharnos a nosotros mismos…
A pesar del Fotoshop, de DIRECTV y la
Haig Kuality My Fiurer, miles de colores desconocidos esperan a despertarse,
mil veces más reales, aromas penetrantes y vivos que los aromatizantes de
nuestros encerrados ambientes no logran captar mínimamente…
Y un día entre las tormentas, entre un recreo del sol abrasador, entre la tierra reseca o mojada, nuestras manos arrancan el fruto fresco para tirar en la olla o en el plato sin tener que hacer la cola del supermercado.
Por un segundo recuperamos la libertad de seres vivos en el planeta que habitamos, y recuperamos la conexión con la impiadosa naturaleza… si estuviéramos atentos hasta podríamos sentir en el mundo la urgencia lenta de convertirnos en tierra a nosotros mismos, porque el planeta también se reencuentra a sí mismo a través de sus criaturas, lentas y pequeñas, que van y vienen de arriba abajo, de afuera adentro.
Tal vez sea hora de aprender de los que saben, de meter las manos en la tierra y dejar que nos enseñe todo, como ella sabe, impiadosa, avasallante y lenta, paciente y exacta, abarcando y descartando todo a la vez, para ella, la humanidad entera no es más que un lote de gusanos en una osamenta.
¿Podemos sentir todavía esa conexión? Sin orgullo, sin resentimientos… ¿podemos todavía volver a ensuciarnos las manos sin sentir asco? ¿Sin correr a buscar el alcohol en gel antes que los afamados gérmenes patógenos nos destruyan?
¿Podemos dejar a
nuestros hijos correr y ensuciarse sin gritar como si fuera un crimen? Que
difícil la tenemos… cuando nos echaron de la tierra, nos echaron de nosotros
mismos, perdidos, sin saber adónde buscar, comemos todo lo que nos ponen en la
boca, como cachorros en el zoológico, pero adentro nuestro… algo sabe, una
parte que no se convence, todavía se sorprende del amanecer.
Es tiempo de recuperar la tierra,
nuestra tierra, en la práctica, en lo posible, en lo mínimo vivo que pueda
volver a nosotros, luz y color, vida, no necesitan hectáreas, ni toneladas…
En la más pequeña maceta, en el más tenue chorro de luz del sol, nos espera una respuesta, un reencuentro, una deuda pendiente, un manantial de sentido.
¿Seremos tan tontos de seguir esperando? El futuro es hoy, y nos seguimos mirando las uñas limpias, pensamos, nunca están tan limpias… ¡Pero habría que ensuciarlas! ¿Podemos crear tierra en vez de basurales? ¿Podemos generar vida en vez de contaminación?
Somos
referentes de la existencia, cada pequeña cosa que hacemos se multiplica en mil
planetas posibles y sin embargo votamos. Esperamos cuatro años para
delegar nuestra responsabilidad por comodidad, para que otros no hagan lo que
nosotros tampoco íbamos a hacer.
No hace falta esperar la reforma agraria, la repartija del mundo, la devolución de las tierras comunales a los grupos autóctonos, la descolonización amable de los imperios sangrientos… en una sola maceta esta la victoria, pero ahorramos para el treintayseis pulgadas.
Baigón, Bayer, Fuyí… ¡Mira ese bicho! Mataloooo! Las cucarachas nos comen
porque somos sus mejores aliados, y los pájaros chocan contra los edificios, y
se escapan un día más de la jaula, pero solo un día.
Nosotros no tenemos esa suerte, nacimos
entre barrotes, nos sentimos cómodos así. Rezamos, para que nunca cambie. Amén
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