Como siempre subí al colectivo y sentí la
bronca de un par de miradas, discriminatorias, así que los identifique de
reojo, por las dudas me los cruce en la calle estar atento y me quede adelante,
agarrado del pasamanos, sacándole charla al chofer, mirando los pozos
interminables, la gente que caminaba a los saltos.
Es un mundo de colores, lamentablemente
pienso yo, y nadie tiene derecho a cuestionarme los míos, pero lo hacen
permanentemente, y siento que el mundo está equivocado y que nada valgo yo ni
mi trabajo para ellos.
Por eso lo hago lo mejor que puedo, aunque igualmente a veces me salga del marco, aunque tenga que desobedecer al jefe, para no volver sin ganar algo, para no dejar de avanzar… y tanteo el DVD en la mochila, que siempre llevo al revés para evitar los robos, si me llego a dormir.
Llego a mi destino, me bajo, y respiro hondo para encarar el trayecto de todos los días, un par de niños me miran asombrados desde la luneta del colectivo mientras arranca y se va lejos, como un barco que no va a volver a puerto. Camino por la calle con cuidado de no mojarme la ropa de trabajo, y comienzo la primera de las dieciséis cuadras que me llevan hasta casa.
Algunos niños y adultos ya me saludan, agachando apenas la cabeza, como por compromiso, como si la cortesía de vecinos quedara mal al ignorarme más tiempo, tanteo las monedas en mi bolsillo, todo bien, para caminar tranquilo.
El sol asoma de a ratos entre la garua y las nubes pero se tapa enseguida, como para que no brille el chaperío de los ranchos, ya más cerca de casa. Paso por el primer punto de peaje, me solicitan un par de monedas que cedo amablemente, para vivir en paz, sin que nunca sepan que llevo cada día en la mochila, me saludan y ofrecen vino, que rechazo, solo quiero llegar y cambiarme, parar la máquina, mirar un poco de televisión y tirarme a descansar un rato.
Ahora si siento directamente las miradas de asco, de sospechas, recelosas, a veces pienso que si me quedara parado tal vez ligaría un tiro por las dudas, aunque sé que solo es una sensación y la descarto enseguida. Ahora paso por la esquina de los picantes, pendejos, estos no me piden nada, solo destilan su odio. Me hacen acordar a cuando caímos en la comisaria y yo pensando que íbamos a salir enseguida ¡Y en vez de eso papá nos tiro un mazo de cartas a la celda, para que no nos aburriéramos!
Yo lo odiaba, pero cuando caí por segunda vez y me empezó
a cagar a palazos hasta que lo sacaron entre cuatro compañeros, chorreando de
mi sangre y mis lágrimas, transpiración y justicia divina como si fuera
dios, jure que nunca iba a ser policía, tanta humillación y rabia…llore a
los gritos toda la noche mirando la sombra sentada en la mesita contra la
pared, saltando y cabeceando las paredes, el dolor físico ni siquiera lo
sentí hasta el otro día…
No dejo que note que los veo, se creen
delincuentes porque se juntan en la esquina y me desprecian al pasar, pero
esconden el porrito cuando me ven…
Igual, no veo ni escucho nada que pase en el barrio, que se ocupen los vigilantes de la zona, no quiero que me incendien la casa, como le paso a Gonzales, que se compró una casilla a media cuadra del tranza, cuando llego con el camión de la mudanza, todavía humeaba, de los vecinos, nadie vio nada claro, al final vendió el terreno por monedas, y nunca pudo comprobar ninguna, el tipo arreglaba con los de la séptima y le dijeron que se quedara en el molde nomas, milicos de mierda, hijos de puta.
Por eso cuando puedo me compro mil ladrillos y los voy pegando los días de franco.
Hoy no, claro, que arranca de nuevo el
baile en el club, y tengo fichada a la Elsa, los padres saben de qué trabajo y
no les parece mal, cuando termine la pieza me la traigo y ya voy a tener más
ordenada la casa, algunas flores, y la comida caliente, tanta chatarra me está
destrozando el hígado.
Voy pensando en el Fernet con coca que me espera, las ojotas, la libertad al fin de colgar el uniforme y disfrutar del sol de la villa, solo a veces pienso en papá y me arruina la tarde, pero trato de enfocarme en aprender de sus errores, y de sus aciertos que también los tenia, como me voy enterando por sus viejos compañeros, cuanto humo, cuanta gente en esa esquina
¡…Uy! ¡Me pasé! ¿Todavía no conozco el barrio? ¿Es que no había una garita acá? Eso me desubico, era la esquina de mi casa…. ¿De mi casa? Bajo. La presión me juega una mala pasada y me tiemblan las piernas, pero igual voy al trote, doblo en la callejuela con un mal presentimiento.
Por suerte no era mi casa, hay un gurisito tirado en el piso, desangrándose, una vieja ya se me cuelga del brazo, ahora me necesita, no se da cuenta que no tiene vuelta, mi casa sigue ahí, así que saco el celu y le mando un mensaje a la Elsi, hoy no voy a poder corazón, se me complico. A ver, alguien llamo a la policía, bueno ya van a venir, este está muerto… y empiezo a recolectar información para dispersar la gente, que le preguntas el nombre y desaparecen.
Hago como que anoto en la libreta, y cuando la sirena me avisa que va a doblar el patrullero me pierdo para casa ¡Cambié de opinión, voy a tomar el Fernet y salir a despejarme un poco! Le mando el código de la tarjeta que le debía a la gringa y un mensaje
¡Zafé, esperame! Dejo el DVD arriba del televisor y agarro una botella de hielo, saco los pies de los borcegos y cuelgo el uniforme de la percha.
Empiezo a relajarme… se escuchan un par de tiros… dejo la nueve a la mano por
las dudas, y que rico que esta esto la puta madre… ¡se me fueron las ganas de
salir, le voy a mandar un remis a esta loca, que ahora no me contesta!
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