¿Libertad,
reclusión, vida?
Salí del Cyber, y no estaba mi bicicleta ¡A
media cuadra de la policía! ¡Con esto no quiero decir necesariamente que se la
haya robado un policía! Aunque no me sorprendería nada. La bici estaba
apoyada contra la pared, la linga enrollada en el caño del asiento, la llave se
había quedado trabada en el candado chino, por eso hace meses que la dejaba
suelta.
Arranqué caminando al fin, libre del lastre del tránsito, pensando en cómo son las cosas, este tema de la seguridad y la inseguridad y todo eso.
Y como la misma bicicleta amaneció olvidada contra la calle, en mi casa, sin que se la lleven, me hizo pensar en los conceptos que manejamos todos para poder construir la sociedad. Por ejemplo, cuando escucho que dicen “barrio peligroso” después me doy cuenta que solo era un “barrio pobre” y, de la manera que funciona el sistema, seguramente se podría traducir a “barrio desprotegido” o “abandonado” por las diferentes jerarquías y poderes y fuerzas y dependencias de gobierno.
Esto quiere
decir que el peligroso soy yo, si quiero serlo, caminando en medio de cuadras y
cuadras de casas sin puertas ni ventanas de hierro, en calles apenas
iluminadas, entre gurises sueltos, sin policía de guardia a la vista(salvo que
de la casualidad que cruce alguno que se va a trabajar), sin beneficios, sin
registros, sin controles. Entonces de modo natural, el orden social se
acomoda en esta “anarquía”, solo peligrosa para quienes no la aceptan, para
quienes catalogan todo.
Para cercar el mundo, solo hace falta
una etiqueta, y miedo. Desde chiquitos, miedo al cuco, a la oscuridad, a lo
desconocido, a los fantasmas a los extraterrestres, no importa, una vez
establecido el reflejo, se puede usufructuar por medio de etiquetas.
Y crecemos bajo esta “nube de tags”
fabricados permanentemente por los medios masivos de comunicación, por las
instituciones que nos educan, por la familia temerosa de ver descarrilarse a
sus bebes. Y crecemos olvidando que todos somos seres humanos, que todos
somos dueños del mundo, en su totalidad.
Entonces se nos educa, peor que a los perros, que les tiran un hueso, porque se nos educa con imágenes, con conceptos, con letras dibujadas sobre un papel o pizarrón, se nos convence con palabras, dichas desde el pedestal del conocimiento sectorizado, para que aprendamos a escuchar a quien debemos, para que aprendamos a creer en lo que escuchamos.
Y posters y cuadros, para que confiemos a ciegas en la pantalla que nos muestra el mundo, y nada en lo que nos rodea. Hasta que llegamos a bloquear la realidad si no la explica un periodista. Finalmente no damos un paso más, si nos falta un consejo de “el entendido” en tal o cual tema, y así estamos, se nos dice que este es malo, que aquel es mejor, porque son de tal o cual país, y se nos llena el horizonte de tráficos constantes y sangre seca, cuervos y polvaredas monstruosas.
Fantasmas para que nos evitemos solos el trabajo de salir de gira, de darnos cuenta que el mundo entero no tiene dueño, y que todos esos gendarmes y policías y soldados cuidando las fronteras no tienen ningún sentido.
Solo los vemos porque están en la puerta del laberinto para ratas, donde nos entrenan desde siempre, para que sigamos el camino correcto en esta increíble inmensidad que es estar vivo. Y sería terrible si un día nos damos cuenta que todos somos personas, que ya caduco completamente el sistema de jerarquizar a la gente según sus elecciones personales, porque solo son elecciones que podría haber elegido cualquiera, que ya no hace falta más encumbrar a la gente según su disponibilidad de efectivo o bienes inmuebles.
Porque solo son usufructuarios de un recurso llamado mundo,
del que son tan dueños como cualquiera, de que ya no hace falta más clasificar
a la gente según su lugar de nacimiento, porque las costumbres más exóticas y
los colores y las formas de vivir, se trasladan de un punto a otro del
globo.
Y nos demuestran que la televisión
nos mintió siempre, que del otro lado hay seres humanos igual que nosotros, que
no debíamos poner nuestros impuestos al servicio de la guerra preventiva, a
nivel global, y de la represión de entrecasa, por cierto, en cada gobierno, en
cada país, en cada provincia, en cada municipio, en cada escuela, hogar,
oficina… donde el poder apunta cada vez más a fortalecer el poder, y en
maniatar al ciudadano para que siga tirando con los dientes de la cuerda que
traslada la eterna pirámide de la autoridad y el conocimiento, fundamento de
toda dominación.
Entonces vamos todos riéndonos de pavadas para poder seguir, mientras avanza la cinta transportadora de las capacidades, expectativas y habilidades humanas, todo al moledero, para devolver cada vez más un mundo enlatado, empaquetado, predeterminado, donde nuestras decisiones se reducen finalmente a… ¡blanco o verde! ¡Ladrón o policía! ¿Frutilla o vainilla? ¿Tul o volados? ¿Cocaína o marihuana? ¿Rap o cumbia? ¿Cerveza o vino? ¿De $ 1,50 o $ 17,80? ¿“Publico” o privado?, izquierda o derecha, hoy o mañana, lo mismo da.
Nos desangramos
mutuamente cada hora para tener acceso a la posibilidad de una falsa elección,
de una opción que no deja de ser esclavizante, que no deja de cercenar cada día
un milímetro más de nuestra conciencia, de nuestra majestad como seres humanos.
De nuestro real poder de decisión. Triste destino manifiesto.
Ahora camino, pensando en mi barrio, en mi rio, en la tierra que me espera, sin banderas, solo busco aumentar la sensación de sentirme vivo, como decir, podría morir ahora mismo sin arrepentimientos, sin temores ni apuros.
Además diariamente posible cuando tengo que cruzar cuadras y cuadras oscuras y sin ley, a cualquier hora del día o la madrugada, con mi mochila llena de equipos, de tecnología altamente, instantáneamente comercializable, y ya todos empiezan a saberlo, y a sospechar que no tengo revolver… ¿Tendré que conseguirme uno? ¿Tirar?
¿Matar a una
persona artesanalmente? O me traerá inconvenientes al momento de ser
interrogado, revisado, acosado por la policía, por venir del sur, por fumar
marihuana, por mi corte de pelo, por andar (fotografiando) en lugares y gente
que no entran en el poster de la sociedad, por resistirme a encajar en su
clasificación… delicado balance entre la libertad y la vida, cada día, como
todos, cada día un día más.
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