Ahora mismo, cuando el mundo se incendia cada día un poco mas, mientras nos quedamos mirando como algunos soplan el fuego y otros corren a buscar combustible, es el momento de entender que todos somos responsables, sin excepción.
Somos responsables de nuestra morbosa sonrisa que pretendemos inocente, al ser testigos de la violencia justificada por un discurso hegemónico, solo porque nos permite descargar nuestro inconfesable odio y nuestra impotencia de supuestas victimas de una promesa que nunca se cumple, y nunca se cumplirá.
La promesa de un sistema que intenta convencernos que alcanzaremos la felicidad, la autorrealización y la elevación espiritual sin dejar de impedirlos a nuestro alrededor. La insensata promesa de que nadaremos en la abundancia y el derroche esquilmando a los demás y eso nos traerá paz y felicidad duraderas.
La incomprensible promesa de que a través del genocidio y la guerra, de la degradación y la violencia permanentes, descaradas y dirigidas contra todo aquel ser vivo o ecosistema que elija no responder con mas violencia, o que no pueda siquiera pensar en eso, llegaremos al fin a la justicia y la equidad.
La inútil promesa de un bienestar absurdo, de un liderazgo y prestigio, de una finalmente mansa y parsimoniosa vejez, empujando a una carrera desesperada hacia un refugio que nunca alcanza a protegerlos, a millones de personas en el mundo, cada día.
Porque para que una sola persona acumule -y desperdicie- mas de lo que necesita, el planeta entero sufre un desequilibrio que trabajosamente restaurará, o intentará restaurar. Eso viene sucediendo desde que el primer ser humano primitivo decidió matar un animal mas de lo necesario, para protegerse de una incertidumbre que lo empujaba a compartir, de una igualdad que lo atemorizaba. Que lo atemoriza hasta hoy.
Porque cada autodeclarado "Líder del Mundo Libre" vive en el terror total y constante de que su tenue arquitectura dialéctica empiece a resquebrajarse frente a sus propias narices, y en eso, nadie puede ayudarlos.
Y que nos queda al resto!? Peatones de un tablero surcado en todas direcciones por veloces depredadores de la conciencia, por hábiles constructores de trampas donde perderemos el sentido de nuestros propios pensamientos, enfrascados en la defensa o el ataque corporativo, cuando lo único real y comprobable en este planeta es el individuo.
Todo volverá en otra forma, no importa cuanto extingamos, cuanto quememos, cuanto disfrutemos la masacre programada. Todo es energía y se reconfigura desde siempre, antes de nosotros, despues de nosotros.
El hecho aberrante no es matar, como si la vida fuera un valor en si mismo (aunque alguna vez intuimos que el valor supremo es la libertad)… lo aberrante es vivir sin propósito, sin sentido, sin ninguna conexión con el resto del universo vivo alrededor, hasta que la muerte nos encuentra ridículamente hinchados de nuestra propia importancia.
Encima, es mentira, nos sentimos importantes para disimular, para olvidar nuestra inmensa impotencia, nuestra inoperancia absoluta pero predecible, al punto de hacerla un camino lento hacia la decadencia final, hacia el arrepentimiento final, cuando el encuentro con la eternidad que nos rodeaba, vuelve a dar sentido a todo lo que elegimos no ser.
No importa, elegiremos una adicción cualquiera para evitar despertar a tiempo, para evitar el aguzado filo de la conciencia que amenaza cortar en dos nuestro detallado discurso, nuestras justificaciones y quejas, nuestro dolor artificial causado por artificiales deseos sin fundamento.
Elegimos, cada día, trazar una perspectiva desde nosotros mismos, mirarnos desde afuera, vivir en un punto de fuga inevitable y eterno, como respuesta al riesgo de ser, de ser iguales a todo, de tener que compartir el mundo... pero, a pesar de tantos matemáticos, economistas y filósofos, no somos ese animal socializado, no somos ese intercambiable -y descartable- engranaje corporativo.
Aunque elijamos el segundo final de nuestra existencia para aceptarlo, somos hoy. Seguimos siendo. Individuos.
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