Vivimos en una era...vivimos en la era de la representación.
Es mas importante para casi cada cualquier persona, lograr una trabajada imagen -poco importa que sea falsa- que mostrar a los demás, encajar esa imagen en una trabajada realidad diseñada milímetro a milímetro por la ingeniería posindustrial que arrasa el sentido de nuestras vidas, y lograr subir en la percepción de un ranking ficticio de éxito instantáneo que a nadie le importa ni se toma realmente en serio.
Es mucho mas interesante y efectivo construir una imagen irreal que pueda ser semiperfecta, cambiante, lucrativa, intercambiable, antes que arriesgar un gramo de energía propia en investigar o probar sus auténticos intereses y sus mas instintivas búsquedas de sentido a través de una relación real con el mundo que la rodea.
La representación, se ha vuelto lo real, a través de nuestra incomprensible necesidad de evitar el desacuerdo y el dolor de pretender ser nosotros mismos en un mundo plastificado por la previsibilidad total, de librarnos del cansancio de la derrota y la impotencia de intentar caminos que se cierren a nuestras espaldas sin abrir panoramas claros al frente.
Hemos aprendido, aprehendido a parecer antes que a ser, a dejar de lado todo lo que no siga la corriente aceptada y aceptable de las actitudes usualmente esperadas, de los deseos rutinariamente adaptables al catálogo que nos ofrecen las tiendas y los supermercados para pagar en incómodas e interminables cuotas.
Nos hemos convertido en nuestro propio titiritero, atentos a manejar los hilos que permitan mostrarnos exactamente como debemos parecer para boyar en la corriente principal del sentido fabricado por las corporaciones, para convertirnos en un producto dócil y útil.
Somos como esos perros que caminan orgullosos adelante de sus dueños, llevando la correa entre sus dientes para que no se arrastre por el suelo. A esto le llamamos libertad, y, a la caricia indiferente del amo, que recibimos como todo premio por cuidar su capital, le llamamos "Democracia Moderna Formal".
Y así, nos acostumbramos a obedecer sin pensar, sin cuestionar, a caminar adelante del carro ladrando y ladrando, anticipándonos al diseño de nuestros propios deseos. La realidad es imposible de soportar, porque nos hace imposible soportar la realidad.
Vivimos 24 horas al día listos para defender el marco teórico que nuestro estilo de vida nos requiera para poder comprar el ultimo electrodoméstico inteligente, el ultimo teléfono, usado para monitorear nuestros inútiles pensamientos de esclavos útiles.
Claro, eso es "lo más", porque la previsibilidad es el valor mas apreciado en un mundo donde eternamente esperamos sentados que nos abran la puerta para ir a jugar a los seres humanos.
Entonces nos ponemos el zaparrastroso traje gastado de una ideología cualquiera que percibamos como escalón a nuestros fútiles logros, aunque acceder a ese confort sin sentido cueste vidas reales de desconocidos invisibles, que no alcanzaron a mimetizarse con el poder, intentando ser personas, individuos, seres vivos, en el completo sentido de la palabra. Serán completamente arrasados en nuestro nombre.
Y así, a través de nuestras aspiraciones modernas delegamos dócilmente conciencia con la inercia de las piedras que lleva el río, con el inexorable destino de una gota de lluvia que caerá contra el suelo, aunque sin dar vida, sin generar nada.
El corolario de todo esto es que los mas inescrupulosos y canallas oportunistas aglutinan esas indiferencias pretendiendo representarlas, validando lo ilegitimable a cuenta de un pequeño porcentaje de respetabilidad que se resquebraja apenas es contrastado con las intenciones reales que pretenden mantener ocultas para siempre.
Pero la vitrina donde esconden sus mentiras, sus reales intereses, y las mascaras que les proporcionan sus patrocinadores, queda cada vez mas visible en un mundo que se angosta hasta la micronización, con respecto a las expectativas y posibilidades reales de devolución que los idolatras pueden aspirar a recibir a cambio de su levantisca y afiebrada militancia sin sentido por el ascenso de los inicuos: empiezan a morir sin premio, a sufrir castigos ajenos, a perder lo poco que habían logrado por su propio esfuerzo, a ver como se despiden del éxito como un bote a la deriva se entrega a la borrasca que lo aleja de la isla de la fantasía.
El sistema caducó, es lo único evidente por si mismo, en medio de tanta propaganda y tanta noticia falsa, de tantos imbéciles defendiendo al afilador con el cuchillo en la garganta.
Es hora de volver al mundo real, de actuar, de generar la realidad cotidiana por nosotros mismos, mientras nos deje un rincón la Inteligencia Artificial, el foro de Davos, el banco mundial, el FMI, la OTAN, la misma ONU y todos sus tentáculos, y cada institución miserablemente urdida para mantenernos como moscas en una telaraña, vivos, para esperar el aguijón que nos extraiga toda vitalidad y toda voluntad propia.
Es preciso afilar los machetes y salir a matar la araña, y todas sus crías, si todavía queremos tener alguna esperanza...
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