Un día abrimos los ojos, un día, otro día.
Despertamos en la misma cama de siempre, pero el mundo parece no reconocernos.
Un día entre nuestros otros miles de días, es distinto y nos cambia para siempre, nos aleja de lo conocido, nos enajena de nuestra percepción y nos deja rebotando entre incertidumbres que, a pesar de ser desconocidas, tienen un sabor a hogar lejano, a patria humana olvidada.
Demoramos en despegarnos de la cama,
mirando un cielorraso que parece sobreimpreso al mundo, irreal, como todo lo
demás, tememos despertar del todo, tememos estar viviendo un sueño, tememos
perder una visión cómoda de la realidad que nos circunda, fantasmagórica ahora,
como imágenes después de un bombardeo, con edificios aun cayéndose entre la
bruma y el polvo, iluminados por la luz imponente y frenética de los incendios.
¿Cuál es el sentido de tanta trampa social? No existe, es evidente, pero lo encontraremos: como el niño que busca la mano de su madre perdido en la multitud, temerosos respiramos, atentos a la evolución de nuestro entorno, que parece el mismo pero no es, ya no puede volver a ser el mismo.
Ahora vivimos una nueva perspectiva, y aunque la ocultemos, sobreimprimiendo lo conocido, aunque volvamos a refugiarnos en el formato humano social determinado para nuestra era, ya no podemos olvidar el día en que cayo su telón como una farsa, desnudando un escenario del que podemos salir caminando tranquilamente sin temer represalia ninguna.
Como navegantes felices podríamos empezar a caminar pero no, todavía no, el peso de nuestras costumbres y tradiciones feroces nos mantiene aún pegados a la cama esperando que se nos pase el vahído, trabajosamente, con la garganta cerrada, hacemos el recuento de todas nuestras pequeñas mezquindades, privilegios y engaños de la realidad que amenaza con dejarnos y nos aferramos a eso, hasta que las cosas vuelven a tomar lentamente su forma.
Hasta que podemos
volver a dormir o levantarnos, al fin, para seguir siendo lo que somos todos
los días.
Nos toma un par de minutos olvidar nuestros sueños, aferrarnos a la realidad conocida, y seguir adelante como si nada hubiera pasado, saltamos de la cama para asaltar el día y olvidarnos de todo.
Pero ya es tarde para eso, en nuestro cuerpo, en nuestra memoria genética, algo ha despertado, y nos dice que lo irreal es lo que nos enseñaron, que lo imaginario es vivir en esta rutina, luchando para comprar objetos, para manipular personas, para desperdiciar el tiempo…
Y eso hacemos, sin embargo, con furia ciega, hasta dejar atrás la mañana, hasta caer cansados en un lecho que no nos recuerde nada.
Podemos vivir así, hasta el fin de nuestros días, pero cada vez que la mente se aquieta, que un segundo de silencio interior nos deja en blanco, el infinito se cuela como una avalancha, como una gotera, como un ave bajando en picada, y a la larga se hace difícil pretender ignorarlo…
Sería más sensato ver que tiene para nosotros, ya que ha llegado, y sin miedo comenzar a navegarlo, seria mas útil, mas practico que seguir naufragando en una cotidianidad ajena, impuesta, deshumanizante.
Pero seguimos temiendo su avance, y sacudiendo la cabeza para que se vaya esa atenazante sensación de cambio inminente, que nos hace sentir desnudos.
Y nos envolvemos aún más en la cascara protectora de la sociedad, con más responsabilidades, más trabajo, mas familia, amigos, redes y opiniones, clubes y puntos de encuentro… para dispersarnos.
Solo esperemos un día no
arrepentirnos de haber llegado justo a eso, a dispersarnos, distraernos,
desintegrarnos… mientras tanto el ser humano, seguirá siendo por siempre un
misterio insondable, pero no impracticable…
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