Revueltas,
revoluciones, destrozos, saqueos, paros, reuniones, fiestas, incendios,
barricadas, asaltos a mano armada, bloopers, cámaras ocultas, San Valentín,
Santa Claus, Santa Teresa, Francisco y Maradona…
Hemos arribado al final de una larga marcha hacia la estupidez. Hoy en día ni siquiera hacen falta grandes campañas mediáticas, a nadie le importan, a nadie le hace falta mirar más allá de su plato de comida, y evaluar un segundo hacia adelante, porque tenemos que levantarnos rápido sin pensar en quien junta la mesa para ir a ver el show donde todos se masacran sin sentido.
Y todo para que el emperador del
mundo levante o baje el pulgar al fin y podamos aplaudir y sumarnos a él en una
parodia de autodeterminación como seres humanos…
El fascismo y sus huestes, tiran sus redes alrededor del mundo en una nueva avanzada sobre la racionalidad, hoy sus armas son en apariencia más austeras que nunca, parecieran no ser más que espectadores de un mundo que se define solo.
Inocentes, al margen de toda confrontación, si se les pregunta sobre cualquier tema importante hoy en día, no solo niegan su participación en el mismo, sino que hasta hacen gala de su total ignorancia: han elegido el sendero democrático, se sorprenden de cualquier camino de confrontación violenta que pueda vislumbrarse.
No es su responsabilidad ya que no es
su estilo, ya que no han sido ellos los que proporcionaron las armas, los
dólares, los tanques, los medios, ni están intentando someter a la población a una
visión a la vez chata y tortuosa de la realidad, con el fin de que las masas se
calcen solas su bozal y su correa y se sumen a tirar del carro triunfal que los
aplastara en cuanto se cansen…
¿Nos quieren hacer creer que la democracia se puede imponer con bombas, con golpes de estado, con ejércitos e inmensas campañas mediáticas?
Todo el tiempo. Y para que tiremos la toalla nos ahogan en su ola revuelta de precios, de desabastecimiento, de desinformación, de inseguridad, de “solidaridad internacional”.
Negocian el botín mientras cosechan su manada de idiotas que repiten como loros todo lo que escuchan, que les sirva teóricamente a sus propios intereses de idiotas egoístas, solo para que ellos, los tiburones gordos y felices se coman países enteros, ciudades y mercados, y finalmente el mundo, sin que les resbale una gota de salsa por la comisura de los labios.
Pero esto solo puede pasar si los dejamos nadar a su antojo, como
si fueran dulces pescaditos de colores… ¿Podremos ser incluso hoy tan inocentes?
El fin de la historia, el fin de las ideologías, el fin del mundo… nos han anotado en la era de la indiferencia, y los dejamos hacer.
Ni siquiera sabemos ya el nombre de nuestro vecino, de los gurises que juegan en la vereda ante la atenta y esporádica mirada de algún mayor, en el mejor de los casos, cuando no están encerrados y adictos adoctrinándose en algún juego de guerra por internet.
Nos quieren hacer
creer que vivimos en una sociedad, en un mundo libre, donde hay episodios de
espionaje, como si no estuviéramos cien por ciento controlados y monitoreados
de mil maneras distintas.
Nos quieren vender el cuento de una sociedad mundial donde todo sea planetario, donde todas las decisiones se tomen sin oposición, en otro lado, y nos dicen que nos ira muy bien mientras nos portemos bien.
Nos quieren vender la fábula del mundo feliz mirando la
pantalla, mientras ellos arreglan los desperfectos en Yugoslavia, Cuba,
Ucrania, Venezuela, Colombia, Bolivia, Libia, Irán, Irak, Afganistán, Siria,
Palestina, Sudáfrica, Nigeria, Mali etc…
¿Qué me olvido de algunos?
¡Pero claro, si la lista es interminable!
No hay países donde no estén actuando cada vez más desembozadamente, cada vez más artísticamente…
¿Llegará el día en que las bombas sean de colores y aplaudamos asombrados viendo volar la gente en pedazos?
El valor de un político de hoy, no se mide por sus convicciones,
su independencia de criterio, su defensa del bienestar social, sino por su
propensión al circo, a la falsa polémica, al histrionismo histérico que nos
haga sentir vivos, como lo hace la novela de las cinco de la tarde, que nos
explica que para triunfar hay que ser poderoso y sin escrúpulos, sin residuos
de moral romántica ni ética clásica residual de un mundo donde todavía se
pensaba en ideales humanos antes que económicos…
Y eso es lo que asusta un poco, ver a
todo el mundo marchar al frente como peones de un juego que no les interesa
comprender, solo atados a la cuota, a la deuda, a la necesidad de comprar y
tener, de enfermar y curar, de llorar y comer…
Nos quieren vender el cuento de un gobierno mundial, de una sociedad perfecta de difícil construcción, de una prosperidad que siempre este por llegar.
¿Podremos realmente empezar a ser conscientes de esta gran estafa, o solo seguiremos atados a televisor, a la pantalla, a la deuda, a la enfermedad, a la comodidad?
Sin dudas no vamos a liberarnos por cuenta de otro, ni a través de instituciones de caridad, ni con el mágico aporte a una cuenta cualquiera.
Tal vez empecemos a recuperar el dominio de nuestra propia vida, el día que nos saquemos los auriculares que nos hacen ciegos a la realidad, que nos despeguemos del teclado que nos hace sordos, que nos salgamos de la pantalla que nos hace mudos… y volvamos a preguntarnos el nombre de nuestros vecinos, de nuestro barrio, de esos gurises que esquivamos como una espina del futuro… es hora de decir ¡Buen día!
Y volver
a relacionarnos como seres humanos, no solo como maquinas inertes, que caminan
felices hacia la licuadora. De no reaccionar a tiempo, hay una sola
conclusión posible: ¡la mesa está servida, y nosotros somos parte del plato!
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