No se
puede criar una manada de conejos en una sola jaula.
No se
puede dar un salto hacia el vacío, mientras bajamos para poner las colchonetas,
pero eso es lo que vemos intentar rutinariamente, desde los carros de guerra, a
punta de cañones y amenazas...eso es lo que venden y lo que, lamentablemente,
compramos día a día, para pagar el salto, desde nuestra tendencia ya crónica a
la estupidez que nos salva de pensar, que nos desliga de toda decisión trascendental
sobre nuestra propia vida.
Las
potencias coloniales, los viejos imperios, los amantes señores de la guerra,
los financistas eternos del oro negro, los especuladores y los farsantes que
esperan en las sombras para asumir el control político lo saben: su época
dorada pasó, y solo pueden aspirar a deslizarse lo más establemente posible en
su acelerado desbarranque, aunque al paso de su pesado cortejo, arrasen pueblos
enteros que vivían desligados de todo en las laderas, inocentes comunidades que
pagaran el precio por mí, por vos, por todos nosotros, de apostar para siempre
por la más desnuda, apática y monumental indiferencia.
Pero eso ya no alcanza, los viejos parámetros de escalada social, las aspiraciones a encontrar el filón oculto y fácil en la montaña, el espíritu del colonizador pionero que ganaba tierras “vírgenes” y “libres” a golpes de hacha y algunos balazos ha caído por el propio peso de su infamia y su aplastante y oculto costo financiero, que generación tras generación, no alcanza a pagarse ni a disminuir…
Como un animal acorralado por la civilización, que sale de las
ruinas de su bosquecillo para comer aceleradamente de un tacho de basura, sin
tiempo ni capacidad más que para acallar apenas su panza y correr masticando
para salvar su vida, los más grandes e intensos fabricantes de la guerra, ya no
luchan por territorios, ni mucho menos por ideologías, sino tan sólo por
materias primas que les permitan mantener la farsa en el escenario… y por
añadidura, siguen perdiendo terreno.
Cuando el ultimo conquistador quiso cruzar el desierto, con sus siete mil camellos, con sus ochocientos soberbios enjaezados caballos, un león disfrazado de mendigo, a las puertas de las primeras grandes dunas, fue convidado a correrse a patadas, y en su adolorirse arrollado pudo contar y tomar nota detalladamente de la enorme comitiva que se destinaba insensatamente por los señores de la guerra a la tumba de arena.
Luego salió casi desnudo, tras la caravana, con
solo doce guerreros, armando sus carpas con los pañuelos de seda que
displicentemente dejaban volar al viento por diversion las damas del cortejo,
haciendo fuego con la bosta de los innumerables animales, viviendo de los
restos de los festines, caminando de noche gastándose apenas en mantener la
respiración, protegiéndose del calor calcinante del día con los esqueletos de
los fabulosos campamentos que iban quedando desperdigados por el desierto…
adelante y tras de ellos, siempre, como un implacable mensaje, reinaba el
viento y la arena… y el sol.
Mientras
tanto, para los poderosos invasores, el mismo peso de su caravana iba hundiéndolos
en la desesperanza y la sed, a ellos, los orgullosos conquistadores, que
pasaban de la alegría y confianza ciega inicial a la flagelación y los castigos
disciplinarios, a las rencillas internas y el sectario juego del individualismo
que asegure los privilegios cuando estos ya no cuentan, no importan, y no
pueden salvar a nadie…
Cuarenta y seis días después de eso, cuando las mujeres y los niños habían sido abandonados hace rato, al costado de los corceles moribundos, de los cofres de riquezas estúpidas e inútiles cubiertas de llanto, cuando hasta el peso de las armas había sido descartado, para tiritar de fiebre, y tropezar en delirios hasta volverse como niños perdidos hacia algún imaginario dios nuevo que habitara las posibilidades de ser salvados de la infalibilidad de la muerte que se iba comiendo a bocados sus oscuras almas…
Caminando entre su locura, sin
piedad ni más tiempo que gastar en inútiles venganzas, los guerreros del
desierto separaron las cabezas del resto de sus cuerpos, de lo que restaba de
la anteriormente fabulosa comitiva, irreconocible en su lastimosa polvareda los
hilos de oro, en su delgadez extrema la anterior opulencia, en su tardío
arrepentimiento la soberbia. En sus ojos solo crecía como zarzas la locura,
entre un bosque muerto de sueños impiadosos de dominación sangrienta y macabra.
No estaba lejos el oasis, pero ¿Quién alcanza el agua derramando sangre? Con los restos de la caravana, con los que habían sido dejados atrás por no compartir la desesperación alucinada de la sed, con los que a pesar del cansancio aun cargaban su inútil espada, para morir con honor y no tapados de vergüenza, se fundó la primera ciudad.
Hoy, casi mil años después, también resiste a otros
imperios, con la misma sabia fantasía del autodespojo material para combatir en
el espíritu indomable, con la ferocidad invencible de la astuta paciencia, la
justicia y la generosidad. Y el viento tibio de libertad que derraman sobre el planeta
enciende las verdes llanuras de pasto sintético, el tedio imposible y suicida
de las altas ciudades, el aire tenso de las bases militares, y el ebullescente
y vital hormigueo de los humeantes suburbios donde barren los restos de su
actual error histórico y táctico.
Más allá de lo real de la historia que no nos será jamás contada, hoy en día vivimos tiempos de intensos cambios, en esta transición imparable donde los que aun aspiran a subir en la escala de los viejos impúdicos valores, son atropellados y pisoteados por los que bajan escapando del propio canibalismo de sus antiguos colegas, solo para levantarse sangrando afiebrados para acelerar el momento de su inútil sacrificio.
No hay una guerra actual que aspire a ser
ganada, que pueda finalizarse con la victoria o una bella bandera blanca, lo
saben, mienten y fabrican, derraman falsas noticias como aspirinas sobre el
dolor del mundo, cuando sus pírricas victorias apenas alcanzan para capturar
los recursos que les permitan combatir hasta mañana…
¡Pero que lástima! ¡Cuando pusieron en marcha la globalización mundializada, no habían alcanzado a robotizar absolutamente al total de la población!
Y las actuales caravanas que despegan de los aeropuertos internacionales, los vagones que vomitan las minas a través de millones de toneladas de escombros de montaña, de la tristeza enferma de los envenenados más abajo, el humo de los pozos de petróleo que cambian de mano cuatro veces por año, y no sin antes ser incendiados.
Y las revoluciones de papel que no alcanzan a afianzar a los
estudiadamente marketinizados tiranos sin volverse hacia otro lado, las
empresas que no pueden mantener sus ganancias al nivel de crecimiento perpetuo
sobre el que diseñaron sus bodegones, la esclavitud fallida de los amos
perpetuos del dinero en un mundo que ya no respeta el papel más que el tiempo
libre, o el sabor de un pequeño fruto que pueda ver nacer en su propio patio
interno.
La pantalla amable de la amenaza de guerra mundial, la ficticia carrera armamentista que no alcanza a abastecer a tiempo las fábricas de casquillos de balas. El inmenso conglomerado mundial de medios masivos de manipulación y desinformación que no alcanza a cerrar sus balances internos.
El desfasaje entre la ostentación total y la falta de energía que no alcanza ya para desperdiciarla sin mover el piso donde hasta hoy vegetan mansamente los modernos, conformes, esclavos voluntarios.
El mecanizado terrorismo propagandizado y completamente despiadado que intenta dividir y ganar territorios nacionales, retrocediendo en Iraq y Siria, arrasando África, sobrevolando ya su andamiaje las mesetas de la Patagonia Chilena y Argentina, consumiendo la Amazonia al mismo tiempo que las islas abarrotadas de Oceanía, como todo territorio que prometa abastecer a los imperios con los últimos y escasos recursos naturales.
La escalada modernización nuclear que no puede
mantener ni las actuales ojivas en la seguridad total de que exploten en el
otro lado de la cancha antes que en sus propios mal mantenidos nidos, en el
corazón de sus engañadas naciones, donde los pueblos sometidos y engañados,
enfermos y abúlicos, se hacen cada día más preguntas incomodas…
¿Es necesario algo más que mirar alrededor para darse cuenta que todo ha cambiado? ¿Hace falta más que el ruido del desbarranque ignominioso y total de las pesadas elites actuales?
¿Acaso no se los puede ver tirando manotazos al azar, tomando ya sin pudor ni disimulo lo que quede a la mano para sobrevivir un mandato, una generación más?
En el corazón de cada persona habita una batalla
que ya no puede ser ganada desde afuera, por la simple mecánica de la
propaganda, en el brazo implacable de cada soldado se enrosca una duda que
debilita las jerarquías y la obediencia que pagan con su vida…
En la mirada de los capataces de las cadenas productivas y mortales de las industrias obsoletas que nos envenenan cosifican y matan, y bajo los cascos de los obreros que viven sin más esperanza que asegurar el día de paga se avecina la chispa de la conciencia, que no deja de doler en el pensamiento de los que pretenden justificar la vida antes que la rabiosa carrera del fascismo y la total homologación cultural del pensamiento.
No son tiempos para desesperar, cada minuto, un pequeño peso cae de la balanza, cada día crece una flor en el hueco dejado por una granada…y el viento dice que las nubes darán la esperanza y la posibilidad de aprovechar la lluvia a todas las personas por igual, aunque algunos capitaneen a caballo la sangrienta represión y el uso indiscriminado de la majada…
Claro, es que hoy todavía seguimos viviendo como ovejas…
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