07 noviembre

Nosotros somos ellos

 

 


  Corrupción, delincuencia, guerra, asesinatos, robos, estafas, crímenes ambientales, violaciones, genocidios, descuartizamientos masivos, esclavitud, tortura…

  Todo esto nos es ajeno, porque no somos nosotros quienes empuñamos el filo toscamente ensangrentado, quienes lanzamos la bala recta hacia su indefenso blanco…

  No somos nosotros quienes sonreímos sádicamente ante el alarido desgarrado en una bodega invisible y oculta en las afueras de la ciudad, quienes disfrutamos pisando huesos quebrados contra el suelo de tierra de la selva, ni aseguramos el brazo cansado de una preadolescente para que sea sometida por dinero hasta el fin de sus oscurecidos días…

  No somos nosotros quienes damos las frías ordenes de exterminio, acoso y tortura física y/o psicológica contra las molestas minorías, y ciertamente, no somos quienes las cumplimos… ¡Por favor! ¡¡Te pido que revises mi casa y compruebes que solo hay posters de caballos y barcos, osos de peluche, música clásica y almohadones…!!

  No importa, no hay forma de seguir mintiendo mucho tiempo más, de escapar a la dialéctica de la generación de la realidad, que pretendemos cada día disimular, esconder, afinar hasta lo imposible como si de una montaña pudiéramos hacer una aguja, para decir que el ultimo grano de arena en su cima tiene el mismo grosor que su base…

  Olvidamos, soslayamos, que la hoja nace del brote, que luego se hace rama, que hace cientos de años se descartó la teoría de la generación espontánea…

 Intentamos ocultar que no hay acción que no esté atada a otra acción, otra reacción, que todo es un camino, un trayecto, un transitar…

 Entonces… ¿Son realmente los ladrones los hijos adolescentes de mis vecinos, capaces de romper una o diez puertas a patadas cada noche para mantener su consumo de drogas baratas, terriblemente toxicas, que en un solo año los están dejando como muertos vivientes?

  ¿Acaso son los directores y primeros favorecidos de este espectral negocio?  

 No estoy tan seguro… aunque no faltaron ofrecimientos y ofertas de venganza: porque vivimos en un mundo que invita a la violencia permanentemente, que espera cada instante la oportunidad de descargar en los demás la tensión del sinsentido cotidiano, la esclavitud no forzada del consumo y la moda, que pagamos con nuestros mejores años atados al yugo ingrato del trabajo…

  ¿Robarían si nadie les comprara el producto de sus hechos? ¿Si nadie les encargara destruir la tranquilidad y la paz de sus vecinos para poder disfrutar de lo que ambicionan sin querer pagar el precio del esfuerzo cotidiano?

 Absolutamente, ciertamente: No.  Podríamos ver a nuestros demacrados aprendices de rateros pescando a nado en el medio del rio, o cortando el pasto con los dientes para conseguir su dosis, o cualquier otra cosa, pero claro, les damos una oportunidad bastante más fácil, más inocente para todos… 

  Ladrón es el que compra lo robado, de hecho, es el que produce el robo, y no hay forma de verlo de otra manera, porque sin su participación amable y santurrona, no hay robo que pudiera producirse… 

  ¿Hablamos de prostitución y trata de personas? Es la misma mecánica, quienes secuestran a una niña de once años para que sea disfrutada por macabros sádicos millonarios, es solo un subproducto de esta perversa forma de vida, tal vez, podría hacer una huerta en el fondo de su casa o criar gallinas dignamente si no tuviera esa posibilidad abierta de ganar dinero de forma espuria, violenta y dañina…

  Pero claro, todos los que mueven los hilos de las marionetas de la administración, la justicia y los medios de comunicación, tienen el dinero que recolectan de nuestros esfuerzos, en este sistema mundial que funciona exactamente al revés, y quien se animaría a contrastarlos con la mínima dosis de verdad, desnudar sus hipocresías, su feliz esclavismo… 

  No, por las dudas, culpemos al policía que disfruta de la picana, que participa activamente del narcotráfico, que vive del secuestro,  mientras dejamos libre al empresario, mientras seguimos consumiendo sus productos inútiles y nocivos.

  Sigamos lamentándonos de los indios que mueren pisoteados por caballos y camionetas sobre los mismos restos de sus chozas quemadas mientras admiramos al hombre de negocios que usurpa tierras y se ríe de todos, de todo, porque su seguridad está en la envidia colectiva que despierta su sonrisa siniestra y torcida… 

 Después de lavarse las manos, sobre las tierras usurpadas a sangre y fuego, pondrá a trabajar a hambreados esclavos semidesnudos, semianalfabetos, a los que seguirá intentando convertir en semihumanos para que disfrutemos en la góndola del supermercado de la oferta de la semana… en ese supermercado donde afanados asalariados intentan superar su sueldo de hambre y espanto a costa del desgaste de acumular horas y más horas de trabajo…



  Despreciemos al funcionario municipal que acepta el soborno, culpémoslo del caos del tránsito y hasta del estado de las calles…

 Somos formalmente acusadores y severos jueces hasta que nos para con su odioso silbato y caemos en la cuenta de que no teníamos todos los papeles en regla, claro, la culpa es de esta maldita e inmensa burocracia, pero extendemos nuestra disimulada mano, “toma pal asado que vengo apurado”.  

  Somos la corrupción, somos el daño que nos infligimos como sociedad.  Pero no nos importa, zafamos, seguimos en la calle sin preocuparnos de nada, podemos volver a alardear de lo mal que anda todo lo demás…

  Seguiremos culpando al gobierno, al intendente, al diputado que no pudimos llegar a ser, mientras buscamos la oportunidad de participar de alguna manera de sus turbios negociados, extender las manos al alcance de la generosidad de su corrupta fortuna, acunada a la luz de los delitos que elegimos no ver, no saber, no denunciar ni repudiar.

Callamos y sentimos, aprobamos con nuestro silencio porque podríamos perder el favor de nuestros correligionarios, de nuestros socios, de nuestra propia familia esperando una migaja cayendo de la ruidosa carreta que se roba el pan de la sociedad entera…

  ¿Es que acaso moriría una mujer cada día, por motivos banales, o por la terca y simple determinación de no creerse propiedad de nadie, si no hubiéramos criado a tres generaciones enseñándoles a festejar los chistes de la televisión, donde cada segundo se humilla a la mujer como persona, se la disminuye como ente social, se la estigmatiza como culpable anticipado de cualquier evento escandaloso, mientras se le da un lugar fantásticamente amplio como fuente de diversión, como juguete sexual, como propiedad privada del hombre que la mantiene y la paga?

  Sigamos siendo completamente hipócritas, histéricamente santos, apuntando para arriba, derramando nuestra santa indignación hacia afuera que es la mejor forma de perpetuar el asesinato cotidiano de nuestros propios hijos, aunque por favor, que sean los de los demás...

   Sigamos envenenando las relaciones más sagradas y encharcando el amor de barro hasta que no haya forma de volver atrás, sigamos festejando el precio barato de los botines de guerra hasta que un soldado patee la puerta de nuestra nación. 

  Sigamos practicando mentiras frente al espejo de la interacción social porque solo así, podremos decir, seguir afirmando “que tremendo que está el mundo, como se siguen matando todos” mientras nos declaramos inocentes, mientras seguimos buscando la salvación espiritual luego de la económica...

Sigamos olfateando el papel moneda que perseguiremos a cualquier precio, a costa de cualquiera, de cualquier cosa, territorio y ser vivo en el planeta…

  Sigamos de fiesta como si hubiéramos sido invitados.



 

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